Biografía involuntaria: Edward Hopper en el Museo Thyssen-Bornemisza
Por Alfredo Llopico.
Edward Hopper murió en 1967 en Nueva York. Estaba casado con Josephine, también pintora, que había dejado los pinceles desde el momento en el que se casó con el artista para convertirse en la comisaria de la obra de su marido y, sobre todo, su modelo. Según dicen no quería que ninguna otra mujer posara para él. Sólo le sobrevivió diez meses. En “Two comedians”, el último cuadro que pintó el genial artista americano, ya a los 83 años, se representa a él mismo cogido de la mano de su esposa ataviados de un blanco espectral sobre un escenario despojado de todo mientras saludan en una reverencia, a modo de despedida tras su interpretación, ante un público imaginario.
Desde la puerta de mi casa a la del Museo Thyssen hay 417 km. Muchos kilómetros. Por eso da tiempo suficiente para leer la correspondencia y pensamientos del artista. En uno de ellos viene a decir que cuando nos encontramos ante una obra de arte, ante lo que indiscutiblemente es una obra de arte, es inevitable que, como espectadores, la adaptemos a nuestra vida y le encontremos una explicación a partir de lo que estamos viviendo nosotros mismos en ese momento, que encontremos la explicación a cómo nos sentimos en ese instante.
Probablemente ninguna obra más adecuada que esta para entenderlo. Creo que nunca en mi vida he estado tanto tiempo sentado frente a un cuadro como en esta ocasión. Tanto que me dio tiempo a ver pasar tres personas de Castellón frente a la obra. Curioso. Porque, como digo, estaba a 417 kilómetros de casa. Sin embargo, y pensándolo también con calma, la emoción que causa contemplarla, conociendo la historia que alberga y sintiéndonos como nos sentimos todos ahora, justifica el viaje en plena calima estival.
Porque frente a esta pintura es inevitable sentir nostalgia ante la impresión del extravío de lo vivido; de lo que se ha ido escapando de entre los pasos cotidianos de la vida que hemos tenido; el melancólico recuerdo de aquello que alguna vez transitamos y hoy deja de ser como siempre lo percibimos. Lo mejor es que contemplarla nos alivia, nos propone el afán por tener de vuelta la tranquilidad del ser, una sonora sensación de sosiego y el deseo de reintegrarnos la alegría de sentirnos vivos. Porque hoy es noticia sentirse vivo. Porque la melancolía que transmite la obra, para mí, es el recuento de la vida, el anhelo de regresar a lo perdido.