Tratado de la sensualidad
(La escuela de la desobediencia)
Por Carmen Garrido
Dramaturgia: Paco Bezerra sobre L´École des filles (anónimo) y Ragionamenti de Pietro Aretino
Dirección: Luis Luque
Reparto: María Adánez, Cristina Marcos. Soprano: Rosa Miranda/Laura Fernández. Viola da Gamba: Sofía Alegre
Lugar: Teatro Bellas Artes
Fechas: Desde el 13 de junio al 15 de julio. Miércoles y jueves, 20:30 horas. Viernes y sábados, 20:00 horas y 22.30 horas. Domingos, 19.30 horas.
La mujer, de suyo, es más propensa al placer que no el varón…
(Luis Vives)
Es más peligroso para la conciencia (…) en que sea la mujer secretamente deshonesta, que no sea públicamente desvergonzada…
(Fray Antonio de Guevara)
Son esas dos mujeres de cuerpos inmaculados (tótems de la “gracia” femenina: ojos negros, labios rojos, manos blancas), ocultas de la mirada ajena por unas cortinas color bermellón, protegidas por la complicidad de la dueña, adornadas tan sólo con unas perlas isabelinas, las que ejercen tanta fascinación sobre el espectador. Siempre se ha especulado sobre su identidad (la favorita del Borbón Enrique IV de Francia, la bellísima Gabrielle de Estrées y su hermana la duquesa de Villars), se ha especulado con el autor del cuadro (Jean Cousin El Joven o alguien de la Escuela de Fointenebleau) y se ha especulado, sobre todo, con la desafiante sensualidad que desprenden las dos damas. Muestran sus cuerpos al espectador-voyeur, sin recato, como animándole a entrar en ese baño y compartir con él juegos y secretos licenciosos, de ésos que harían sonrojar a los moralistas. Quizá el hecho de que la duquesa le toque el rosado pezón a su hermana pueda simbolizar el embarazo de esta última, o…tal vez es un juego entre mujeres, el comienzo de un lance amoroso entre dos cuerpos que se desean. E, inconscientemente, el visitante del Louvre es lo que anhela que suceda, raye en lo incestuoso o en lo atrevido, invitado entre las humedades de ese baño, participante de sus tertulias, de sus carcajadas y de toda la sensualidad de dos féminas experimentadas.
La obra es un reflejo de lo que acontecía en la corte francesa de fines del XVI, donde las favoritas obtenían el poder mediante su belleza y su sabiduría en asuntos de alcoba, donde se secreteaba con el erotismo como moneda de cambio. Los nobles celebraban a los dioses helénicos en los lechos mientras adoraban al Dios cristiano en público.
Pero no hace falta volver al cuadro de la favorita del rey francés (aunque sería muy adecuado hacerlo…) para contemplar una imagen semejante. El director Luis Luque (Porno Casero, Fea, discípulo de Narros y ayudante de dirección en Los Negros, Fedra, La señorita Julia y Münchhausen) y el joven dramaturgo Paco Bezerra han creado toda una “escuela de la sensualidad” (y del raciocinio, cabría añadir) , nacida con gran éxito en el pasado Festival de Almagro, y que aterriza en las tablas del Bellas Artes, con una deliciosa y sencilla escenografía de Mónica Borromello y un acompañamiento musical muy apropiado para las lides de las tablas: la Viola Da Gamba de Sofía Alegre y las voces de las sopranos Rosa Miranda y Laura Fernández. Esta Escuela de la Desobediencia es una versión del dramaturgo almeriense Paco Bezerra (Premio Nacional de Literatura Dramática por Dentro de la tierra, autor de la reciente Grooming de La Abadía) sobre dos textos: el anónimo L´École des filles y Ragionamenti, de El Aretino, uno de los mayores representantes del Renacimiento italiano.
En medio de una atmósfera preciosista, dialogan sobre el placer dos primas hermans. La una, doncella ajena (aparentemente) a todo lo concerniente a la sexualidad, interpretada por María Adánez (Fanchon). La otra, una maestra en las batallas amorosas, deudora del Decamerón y poseedora de una ancestral sabiduría acerca de la carnalidad: Cristina Marcos (Susanne).
¿Por qué la necesidad de que esta escuela nazca? Lo cierto es que no importa el motivo por el cual Susanne deba explicarle a Fanchon qué es la vida más allá de su encierro cortesano; qué es la carnalidad inherente a los cuerpos; cómo la sexualidad lleva a la espiritualidad; por qué las mujeres han de pensar por sí mismas y desconfiar de lo enseñado por padres, curas y libros de santos. En este caso, la excusa para crear estas clases particulares es una misiva recibida por el hermano y el padre de la dulce Fanchon para que ingrese en un convento. Pero no importa el motivo. La quintaesencia de La escuela de la desobediencia es la misión de Susanne: que Fanchon decida qué hacer con su vida una vez conozca todas la cartas, que tenga la oportunidad de elección que nunca le han dado, porque la mujer que piensa, lee o deduce siempre es reprobada.
Mediante un texto perfectamente hilado, con diálogos que hacen reír (uno de los méritos de Bezerra en esta obra), con actitudes propias de estereotipos que creemos conocer (la doncella que por todo se sonroja, la cortesana que hace del placer su razón de vida), Susanne va explicándole todos los misterios del sexo a la incrédula Fanchon.
Así, en la primera lección, la experimentada maestra comienza dando nombre a lo que en el sexo es real: pícara y sabihonda lección de anatomía. Poco a poco, Fanchon va entrando en el universo del placer, por etapas, aplicada alumna que acaba sucumbiendo a las enseñanzas de la profesora, mientras la procaz Susanne casi escupe formas, tamaños y usos del pene y de la vagina. O cómo hacer que los amantes se encuentren; las formas de hacer el amor a una dama y que ésta se deje cortejar; las actitudes de la mujer para mostrarse honesta en público, mientras en privado, la Naturaleza del cuerpo se rinde a los placeres de los amantes… Máster en filosofía vital el de Cristina Marcos. Con picardía y con sabia instrucción habla de la tan necesaria masturbación femenina, de la petit morte, de un posible embarazo y cómo ocultarlo… Impartiendo necesarias enseñanzas que toda mujer, sea del XVI o del XXI, debería aprender desde la adolescencia.
Y será lo más importante de la obra cómo Fanchon actúe respecto a lo aprendido, cómo lo lleve a la vida real y lo aplique durante su existencia, aunque tenga que darse de bruces con la realidad: estamos todavía en el siglo XVI, el concepto de amor dentro del matrimonio no será “inventado” hasta el XIX, así que no es hora de romper normas ancestrales. Eso tan sólo puede hacerse en secreto, amparadas por las alcobas y la connivencia de amas, dueñas y criadas. Para la sociedad, la mujer ha de ser decente, no dar lugar a maledicencias, actuar como una buena cristiana y una fiel esposa. Esto es, La perfecta casada de Fray Luis de León.
La importancia de este texto, aparte de la inesperada “vuelta de tuerca” final, no reside tanto en el descubrimiento del mundo del deseo para Fanchon, sino en las reflexiones que Susanne extrae de sus propias enseñanzas: la mujer ha de desconfiar de todo lo establecido, pues procede de una tradición patriarcal en la que ella ha sido considerada como útero y sirvienta. Las mujeres sólo tenían tres estados: casada, puta y monja y eso era irrebatible (aunque de las enseñanzas de Susanne, extraeremos un cuarto, quizá el mejor de todos…). La forma de dinamitar los muelles y dejar que el mar entrase no era otra que la de trasgredir dos normas: leer cuanto caiga en las manos tildado como prohibido y tener la certeza de que el placer corporal lleva a una consciente espiritualidad, tan distinta de la religiosa, y es traspasado por el amor, ese sentimiento único que se da entre los dos seres que yacen en un lecho.
Sorprendente es la interpretación de María Adánez (El príncipe y la corista, La señorita Julia, Salomé, Beaumarchais), brillante como una Fanchon delicada, tímida, cursi, una mujer-porcelana casi intocable, piadosa, pero con un lado libertino que sólo alguien tiene que descubrir. Desde el principio, atrapa al espectador en las redes de esta Francisquita del Sí de las niñas o de este clon de la Madame de Tourvel de Valmont, ofreciendo con gracia las distintas facetas de una joven visitada, de repente, por la desconocida Razón.
Cristina Marcos (El rey Lear, El método Gronhölm) comienza a lucirse en el momento en que se erige en la maestra o en la abadesa de esa Escuela de la desobediencia. Muy fría en el comienzo de la obra y en el primer encuentro entre las dos primas, su interpretación va in crescendo y llega a su clímax cuando Susanne comienza a narrar su caudal de sabiduría sexual. A partir de ahí, deleita al espectador, inmersa totalmente en su papel de frívola cortesana.
Un solo pero a la obra: el final y su sorpresa (con la increíble transformación gestual de la Adánez) debería ser más abrupto, sin permanecer las dos actrices en escena, con Fanchon paseándose por las tablas. Las preguntas que cabría extraer de lo visto como ¿qué ha absorbido Fanchon de Susanne? o ¿quién ha aprendido de quién?, deberían quedarse en el aire, con ambas actrices y sus miradas suspendidas la una en la otra.
Si La escuela de la desobediencia se erige como un lugar particular donde aprender, sus reglas deberían transformarse en libro. Hay demasiadas Fanchon todavía en nuestra época; mujeres cuya sola ambición es el casamiento respetable, los hijos de anuncio de Nutribén, la casa como territorio en el que reinar, olvidándose del propio cuerpo y de la reflexión por sí mismas, ajenas a todo lo que no sean los preestablecidos pensamientos del marido o de la buena sociedad. Esas Fanchon deberían acudir al Bellas Artes y tener una Escuela de la desobediencia como libro de cabecera, en vez de un Weiss o un Coelho.
Luque ha creado deliciosamente un espacio íntimo en el que reinan las féminas, al estilo de la alcoba-baño de una favorita francesa. Nos permite entrar en él y descubrir qué queremos las mujeres. No hay más remedio que aprovechar la generosidad de este prometedor director y…comenzar a re-aprender lo que guardamos dentro dado por la Naturaleza.
Fotografías: Jesús Ugalde.
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