Asunción Balaguer: «¡Ay, qué ilusión, verme de vedette!»
Por Meritxell Álvarez Mongay
Decía Florenz Ziegfeld que, para que una joven fuera elegida para sus Follies, debía tener garbo y personalidad. “No me importa que tenga el pelo largo o corto, rubio o moreno. Debe tener los ojos grandes y expresivos. Un perfil regular es un factor decisivo. Y por último, aunque también importante, es necesario que las proporciones de su figura sean perfectas.”
A sus 86 años, Asunción Balaguer cumple todos los requisitos menos el de ser una jovenzuela; por eso, Mario Gas la eligió para interpretar a una vieja gloria del cabaret en el Follies del Teatro Español. “Ha sido un regalo lo que me han dado. Poder trabajar a mi edad todavía… ¡me daba tanta alegría! Me siento muy afortunada.”
De la emoción, se le entrecorta la voz. “Me mandaron el guion con una nota de Mario Gas…” Que vendría a decir algo parecido a:
“Querida Asunción: estoy montando Follies y me encantaría que tú hicieras el papel de Hattie Walker en el musical, una ex chica Weisman que se reúne con sus antiguos compañeros de escena antes de que su legendario teatro de revista sea derruido. Sólo tendrás que cantar y bailar. Es sencillo.”
Oferta que, en un primer momento, rechazó. “Dije que no, que no lo hago. ¡No había cantado ni bailado nunca en directo sobre un escenario!” Pero una amiga estadounidense, que sabía que el musical de Sondheim estuvo 522 funciones en cartel cuando se estrenó en Broadway en 1971, le hizo cambiar de opinión:
“¡Pero estás loca! –le reprendió –Mario Gas, Follies, el Español… ¡No te permito que digas que no!”
Además, Asunción Balaguer soñaba con ser vedette desde que advirtiera, de jovencita, el ardor con que su Paco miraba las piernas de las bailarinas. “En aquella época se veía mucha revista –y ríe al recordar la canción de ‘Las alegres chicas de Colsada’, que popularizó el género en los años cincuenta y sesenta –. La verdad es que tenía un poco de celos… Todas iban con esas piernas, enseñando por la pasarela… ¡Y como a mi marido le gustaban tanto las mujeres…!” Sólo lamenta que, desde vestuario, no le hayan adornado con plumas para bajar como una estrella por las escaleras. “¡Oh, sí! ¡Y que me hubieran puesto la raja aquí! –como la que luce Massiel, su colega de cabaret –A mí me han hecho más púdica, pero… ¡Ay, qué ilusión verme de vedette!”
Aunque su personaje, Hattie Walker, no haya pasado de corista en su carrera artística, tal y como dice en el número de su show. “Me dieron a elegir entre tres canciones. Ésta –‘Soy corista’ –la encontré muy tierna y enseguida me gustó.” Pero el día en que Mario Gas, el director, puso a prueba sus cuerdas vocales… “¡Fue un desastre! ¡Estuve ensayando al menos dos horas seguidas con el pianista!”, dice el oído educado de la actriz, que estudió piano durante cuatro años.
Y con el baile, otro tanto de lo mismo. “Mis compañeros ya tenían nociones de claqué, y yo veía ahí mucho movimiento de pies, ¡pero no sabía cómo lo hacían!” Sin embargo, con el tiempo todo se aprende. “Es una satisfacción ver cómo con voluntad, amor e ilusión todo se puede.”
¡Qué pánico me entraba cuando el momento de cantar se acercaba…!
Todavía se acuerda de los nervios del estreno. “¡Estaba con un miedo! Sí, sí. Al principio me equivocaba mucho, ¡y me iba a casa más triste! ¡Qué enfadada conmigo mismo me iba! ¡Pero si me la sé, me la sé!”, se auto-reñía.
“Eran los nervios. ¡Qué pánico me entraba cuando el momento de cantar se acercaba…! –declara la vedette que más aplausos del público acapara –De todas formas, yo noto que los cantantes repasan mucho. Sí, sí… que antes de empezar, se oyen unos gorgoritos por aquí… ¡que parece esto una casa de locos, jejejeje!”
Asunción no se une a los pajaritos antes de empezar la función. “No vale la pena. Yo ya tengo voz de mayor.” Pero la primera escena, en que todas las chicas Weisman se rencuentran en una fiesta, le sirve para relajarse y entrar en calor. “Es una obra hecha con mucha inteligencia y con mucha verdad”, con la que no puede evitar rememorar sus inicios con José Tamayo en la compañía Lope de Vega.
“Yo tenía 20 años y él 24. Había cuatro o cinco puntales que sabían muchísimo de teatro: Carlos Lemos, Alfonso Muñoz… Pero los demás éramos todos jóvenes, recién empezábamos… Nos ayudábamos todos y nos alegrábamos del éxito de los demás.” Sus ojos humedecidos balbucean. Dicen que tienen ganas de llorar. “Después de tantos años trabajando juntos… ¡Ojalá se nos hubiera ocurrido a nosotros también reunirnos!; pero, desgraciadamente, sólo quedamos un compañero –Justo Alonso, que se convirtió en representante y productor de teatro –y yo. Se han muerto todos… ¡Era una compañía tan querida! ¡Tan familiar!”
Y ahora, con Follies, es igual. “Hay mucha unión, empezando por el director, que es como si fuera un compañero más.” Tanto que, además de dirigir, Mario Gas interpreta bajo pseudónimo a Dimitri Weisman, el productor de Broadway que se queda sin teatro donde representar su show. Algo así como lo que le sucede al propio director del Teatro Español. “Ha sido una gran pérdida para el teatro de toda España –admite la actriz –. Los primeros días estaba muy triste; pero tú tranquilo, le dije, que el talento no te lo quita nadie y va contigo. Además, es joven para hacer muchas cosas todavía.”
Que se lo digan a ella que, siendo bisabuela, combina su trabajo en el cabaret con el rodaje de la serie Gran Hotel. “Sí, sí, pero el cuerpo no perdona, y el corazón tampoco –avisa quien el segundo acto se lo pasa en el camerino, leyendo biografías de Colette y de Misia Sert–. Noto que tengo que cuidarme y descansar más.” Por eso declinó la oferta de participar en My Fair Lady, el musical que girará por 20 ciudades españolas después de estrenarse en Tenerife este viernes 29. “Son muchos viajes, y yo ya soy mayor, la verdad. Me gusta responder, y no quiero enfermarme en mitad de la tournée. Haré lo que vea que pueda hacer.”