«Cantares y presagios», de José Verón Gormaz
Por Ricardo Martínez.
Su título añejo, qué curioso, no ha de ser motivo de recelo o rechazo sino, antes bien, de curiosidad en el mejor sentido, puesto que en estas páginas se encierra, creo, un testimonio personal, sincero, acorde a lo vivido, con la particularidad de un lenguaje rico y un bis de humor que supone un presente bienvenido dentro del panorama letrado que nos invade.
Todo el libro constituye un canto, un canto personal de aquel caminante, el escritor, que, con mirada llana y limpia y con sentido consciente de la realidad, va desgranando delante del asombrado lector a veces lecciones rimadas, a veces invitaciones a reparar de otro modo sobre lo cotidiano. Es, pues, y constituye, un generoso regalo.
Es curioso cómo, desde un principio, el lector nunca estará sólo: el autor sabe implicarle con sencillez, sin vanas pretensiones, y así, a buen seguro, el que lee repara, y sonríe, y repiensa la vida a su modo, que eso es el vivir: “El camino te ha llevado / al lugar que tú querías, / y ahora lo sientes latir / mientras tus huellas olvidas”. El tono machadiano siempre aporta un sosiego necesario para navegar, aún a sabiendas de que la estela no tardará en desaparecer.
El secreto acaso resida en que, para que el verso rimado aparezca, lo que equivale a la aparición de un discurrir vital del que obtener alguna enseñanza, alguna sugerencia (elementos nutritivos para que uno sienta el discurrir del tiempo sin obtener a cambio una forma de inutilidad transitoria, sino de tiempo de provecho). El autor ha de estar atento a toda vicisitud, al detalle, en ocasiones, insignificante, del que, a buen seguro, sacará una enseñanza, ya sea ésta real o imaginaria: “En la oscuridad serena / un solo grito se oyó, / y la nota silenciosa / en dos noches se partió”. A partir de ahí nacerá el gran argumento, el secreto en el que pensamos y, de algún modo, en el que vivimos.
Los ejemplos son ligeros, vivos, un juego de deducción, inteligencia y aplicaciones prácticas en pro de ese entretenimiento seductor que es el vivir: “La duda te hace pensar; / el enigma discurrir, / la evidencia, calcular; / y la sospecha, mentir”. Y toda la asumida ingenuidad que tiene el aceptar ese caprichoso vivir, había de tener reflejo, cómo no, también en la importancia de la presencia del amor: “Subí hasta el Monte Perdido / para olvidar un amor. / Si perdido estaba el monte, / más perdido estaba yo”.
He aquí, en fin, un libro de humana y gozosa compañía, que, en sus entrañas de una cierta nostalgia romancera, vale para guía de caminantes que, sin renunciar tantas veces a un respetado sentido del humor, viven por el vivir y sirven para ello: “Ruego al que me oiga cantar / que afine bien el oído, / porque al cantar lo que canto, / digo siempre lo que digo”.
Y lo demás es silencio.
José Verón Gormaz
Cantares y presagios
Pregunta Ediciones
2020