¿Qué misterio tiene Clarice?
¿Qué misterio tiene Clarice? Lara Mantoanelli Silva. Inédito.
“¿Qué misterio tiene Clarice?” es lo que Caetano Veloso se preguntaba en una canción de su primer disco en solitario, en 1968. Es evidente que nadie le ha podido contestar. “¿Qué misterio tiene Clarice?”. Clarice Lispector, dueña de vida accidental desde su nacimiento, fue engendrada para curar su madre de una enfermedad, según las supersticiones de la época, “pero yo no curé a mi madre y siento hasta hoy esta culpa: me hicieron para una misión y yo fallé. Mis padres me perdonaron el hecho de haber nacido. Yo no”. Nacida en Ucrania, en fecha cuestionable, ya en medio de la emigración familiar a América, llegó a Brasil con apenas dos meses de edad. Le cambiaron el nombre, de Haia a Clarice, su familia se mudó diversas veces de ciudad, y ella, de colegios. Con todos estos cambios bruscos y mucha información obviada entre viaje y viaje, maleta y maleta, su biografía carece de exactitud pero gana en hermetismo. Y si a ello sumamos la gran capacidad de Clarice de decir mentiras sin mover ni una pestaña (todo un don: mentía desde su edad y su pasado hasta la producción de sus libros), configuramos un panorama muy poco esperanzador en relación a la pregunta que nos hacía Caetano Veloso: “¿Qué misterio tiene Clarice?”.
Marthe Robert, crítica francesa, desarrolla la idea freudiana sobre la “novela familiar del neurótico”, en la cual, cuando niños, deseamos sustituir nuestros padres y mejorar nuestra realidad. Para Robert habría sólo dos maneras de plantearse este “trauma” en la narrativa: o bien hacer una novela del “niño expósito”, en la que, con el uso de la imaginación y del lirismo, se inventan que son hijos de otras personas (Cervantes, Joyce, Proust); o bien, una novela del “niño bastardo”, más realista, en la que uno quiere triunfar y enfrentarse al mundo con el fin de borrar su pasado de bastardía, real o inventada (Balzac, Dickens, Galdós). Clarice Lispector sería un caso claro de “niña expósita”. Su pasado le deja tantas brechas en abierto que ella, con el uso de su fértil fantasía, las completa a su gusto. De Clarice sólo se conoce lo que ella ha permitido, lo que ella ha creado para que la conociéramos. Ni más ni menos. Hay que conocer de Clarice Lispector aquello a lo que ella nos invite. Ella, con ojos grandes, mirada lacónica e inquisitiva, boca siempre cerrada – de esas que no aprendieron a sonreír – melena obediente y cuerpo frágil, se ha dibujado a sí misma, entre mentiras y creaciones. En diversas entrevistas, cuando la pregunta la intentaba atrapar, ella contestaba con un escueto y descarado: “es secreto”. Por ejemplo, en la famosa entrevista concedida a la TV CULTURA, en 1977, ella dice:
Clarice: El adulto es triste y solitario.
Entrevistador: ¿Y a partir de cuándo el adulto se vuelve triste y solitario?
Clarice: Esto es secreto.
El misterio en Clarice es su escudo y su fuerza. Cuando cuestionada sobre su fama de enigmática, hermética e, incluso, de bruja, ella dijo: “yo no descifré a la Esfinge, pero ella a mí tampoco”. Protección, resistencia, defensa y, como todos los miedos, supervivencia. La fama de bruja la acompañó siempre. Según cuenta la leyenda, una vez, cenando en casa de unos escritores, al final de la temporada del futbol, Clarice, ya aburrida del tema, se ausenta un corto tiempo del salón y, cuando vuelve, dispara:“¿Ahora podríamos hablar sobre la muerte?”.
Aparte de anécdotas, el hecho que, sin duda, más contribuyó para esta fama fue que ella aceptara la invitación, un tanto inusual, para participar como ponente del I Congreso Mundial de Brujería en Bogotá, en 1975. Ella nunca se pronunció abiertamente sobre el tema, simplemente justificó su presencia diciendo que iba al Congreso más para escuchar que para hablar. Llevaba un texto titulado “Literatura y magia”, (que se puede leer, en portugués, aquí: http://www.claricelispector.com.br/artigo_bruxaria.aspx) en el que relataba varios hechos curiosos y lo mágico que podrían llegar a ser las cosas más sencillas, sobre todo, lo misteriosa que le parecía la creación, tanto natural como artística, llegando a decir que “nacer es imposible” y, por lo tanto, todo un milagro. En el último minuto, justo antes del tiempo dedicado a su ponencia, Clarice desistió de leer lo que llevaba escrito y pidió que se leyese su cuento El huevo y la gallina. La misma Clarice ya había reconocido este cuento como lo más hermético de su producción y que ni siquiera ella podía comprender la totalidad de su sentido. Después de la lectura, parece ser que el público, compuesto por brujas espasmódicas, chamanes y magos de barbas canosas y anillos en los dedos, tampoco lo entendieron y que sólo un estudiante estadounidense, completamente maravillado, le pidió una copia del texto.
En el cuento leído, El huevo y la gallina, publicado anteriormente en La Legión Extranjera, en 1964, Clarice Lispector reflexiona sobre la naturaleza mística del huevo, sobre el misterio que reside en el punto intermedio entre la cáscara blanca y perfecta, el continente, y el hambre que hace ver más allá de su superficie, el contenido, en ese punto en que, entre miradas necesariamente distraídas, el milagro de la creación se manifiesta. Clarice reflexiona, pero no revela el misterio del huevo. No, ni lo pretende: “Tomo el mayor cuidado para no entenderlo. Siendo imposible entenderlo, sé que si lo entiendo es porque estoy equivocándome. Entender es la prueba de la equivocación”. El huevo es un don y, como tal, es invisible, eterno e intocable: es el no-ser, el no-poder. El huevo es el sacrificio, el sueño, el alma, toda la alteridad de la gallina, que, a su vez, ama al huevo porque no lo reconoce, pero, más que nada, el huevo es el destino de la gallina. “Siendo, sin embargo, su destino más importante que ella, y siendo su destino el huevo, su vida personal no nos interesa. Dentro de sí la gallina no reconoce al huevo, pero fuera de sí tampoco lo reconoce. Cuando la gallina ve el huevo, piensa que está lidiando con una cosa imposible”. La gallina existe, exclusivamente, por y para el huevo, pero ella no lo sabe. Su inconsciencia lo protege. Ella es meramente un medio, y su único fin es el huevo.
He aquí donde podemos relacionar toda la simbología de la gallina con la figura de la madre y del artista (“Por esto la gallina es el disfraz del huevo. Para que el huevo atraviese los tiempos, la gallina existe. Madre es para esto”), mientras que, el huevo, con el hijo y la obra. La madre y el artista deben existir inconscientes, como un simple medio de la creación que se fragua en su interior. Si se diera a conocer todo el milagro de la generación en sus detalles más minimalistas y lógicas cientificistas, el huevo no existiría, porque su condición obligatoria, al igual que el hijo y la obra, es su no entendimiento, es el aceptar que hay más cosas entre el cielo y la tierra…
En un determinado momento del cuento, Clarice dice: “Y me hace sonreír en mi misterio. Mi misterio es que siendo yo apenas un medio, y no un fin, me ha dado la más maliciosa de las libertades”. Clarice, madre y escritora, asume su condición de medio, cuyo destino es la creación, en sus variadas formas:
“Si yo hiciera el sacrificio de vivir tan sólo mi vida y de olvidarlo. Si el huevo fuera imposible. Entonces – libre, delicado, sin ningún mensaje para mí – quizá todavía una vez se desplace del espacio hasta esta ventana que siempre dejé abierta. Y de madrugada descienda en nuestro edificio. Sereno hasta la cocina. Iluminándola con mi palidez”.
Para Clarice sólo olvidándose del milagro y respetándolo en su inescrutable condición, siendo generosa al no ambicionar ser portadora de ningún mensaje, soportando la libertad que rige esto a lo que llamamos inspiración, esperaba, con serenidad, la visita en las madrugadas sin pretensiones, en las que se entregaba al desconocido y amaba el misterio como tal.
“¿Qué misterio tiene Clarice?”. Caetano Veloso no fue el primero ni será el último en plantearse esta cuestión. Carlos Drummond de Andrade, poeta brasileño, de rostro afilado y calva precoz, también se preguntaba “¿Qué misterio tiene Clarice?” en el poema dedicado a ella a su muerte:
Visión de Clarice Lispector – Carlos Drummond de Andrade
Clarice,
vino de un misterio, partió para otro.
Nos quedamos sin saber la esencia del misterio.
O el misterio no era esencial,
era Clarice viajando en él.
No. El misterio no es esencial. Es Clarice viajando en él. Es Clarice durmiendo, habitándolo, fotografiando como Marlene Dietrich y respirando como Virginia Woolf, siendo madre y bruja, conviviendo con huevos blancos y perfectos en las madrugadas pálidas. Señor Veloso, espero que esto NO conteste su pregunta. “¿Qué misterio tiene Clarice?”.