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Culturamas en el Festival de Cine de Málaga (Día 3)

 

Por David Garrido Bazán

 

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Día 5

 

 

 

WILAYA: De reencuentros, frustraciones y tristezas

 

Hay películas cuya importancia o trascendencia radica en elementos que poco tienen que ver con su mayor o menor calidad. Que España tiene una deuda pendiente que nunca terminará de pagar del todo con el Sáhara Occidental, aquella provincia 53 que abandonó en manos de Marruecos en 1975, es una de esas cosas a las que habitualmente no damos una excesiva importancia. Acallamos nuestra mala conciencia a base del trabajo de las ONG, los programas de acogida en familias de niños saharauis durante los veranos, las ayudas humanitarias para un pueblo que sigue esperando que se haga realidad ese derecho a la autodeterminación reconocido por las Naciones Unidas, aunque con el paso del tiempo, y ya van tres generaciones de saharauis que no han conocido otra cosa que los campos de refugiados argelinos, resulta algo que se antoja cada vez más y más utópico.

 

Pedro Pérez Rosado, que ya abordó los orígenes de este conflicto en Cuentos de la Guerra Saharaui (2004) y en el documental Sahara, Un Pueblo (1996), en Wilaya vuelve de nuevo a los campamentos para contarnos la historia del reencuentro entre dos hermanas a la muerte de su madre. Una fue criada en el seno de una familia de acogida española desde los diez años, con pasaporte español y todas las ventajas que supone haber crecido en libertad en nuestra sociedad sin que eso le haya hecho olvidar sus raíces. La otra, que quedó en los campamentos con su madre y el otro hermano, una luchadora acostumbrada a enfrentar las dificultades. Su reencuentro, repleto de humanidad, obliga a la primera a recordar sus raíces y pensar qué puede hacer por esa familia que quedó atrás. Ha de decidir si quiere volver a un sitio donde su futuro resulta incierto o aprovechar las oportunidades que su posición de privilegio le brinda en España. No es para nada una decisión fácil.

 

Resulta difícil no sentirse conmovido ante la historia que cuenta Pedro Pérez Rosado. La descripción que hace de las duras condiciones de vida en esos áridos campamentos de refugiados, la falta de esperanza y la resignación ante unas circunstancias impuestas que no tienen viso alguno de cambiar en un futuro próximo, algunos apuntes sobre la situación de la mujer en esa sociedad – aunque las saharauis gozan de una libertad mucho mayor de la que disponen las mujeres en otras sociedades árabes de su entorno, no deja de ser una libertad condicionada por esa cultura – la honestidad, en fin, que subyace tras toda la propuesta, más valiosa por servir de recordatorio de una situación que preferimos ignorar que por la forma en la que está contada la historia en sí, hacen de Wilaya una película importante.

 

 

Más allá de ciertas debilidades en el guión y la interpretación de estos actores no profesionales – hay algún que otro momento puntual en el que el espectador puede despistarse por algo que no queda bien explicitado, ya sea por estar escrito de forma poco clara o por el trabajo de los actores, desigual incluso dentro de una misma interpretación – Wilaya se beneficia de la fuerza de sus dos protagonistas que reproducen en sus personajes sus situaciones personales reales: uno intuye que esas dudas y la frustración de Fatimetu son parejas a las de Nadhira Mohamed,  algo que esta debutante aprovecha bien para apuntalar un buen trabajo mientras que la capacidad de adaptación a las circunstancias de Memona Mohamed (por cierto: no son hermanas en la realidad, aunque compartan apellido) son de por sí evidentes. Con una hermosa fotografía, un final tan abierto como la propia situación de ese pueblo en puntos suspensivos y esa mezcla de melancolía e impotencia que invade al espectador,  Wilaya es, insisto, una obra que merece la pena ver aunque solo sea para recordarnos que seguimos teniendo una deuda pendiente con el pueblo saharaui.

 

 

 

 

CARMINA O REVIENTA: Paco León, su hermana y la madre que los parió

 

Paco León lo dejaba muy claro a las primeras de cambio en la abarrotadísima rueda de prensa posterior a su sorprendente debut tras las cámaras que había inundado de carcajadas el Teatro Cervantes: “No intento empezar una carrera como director. Solo pretendía contar una historia”. Es toda una declaración de intenciones que no debe caer en balde, sobre todo teniendo en cuenta que muy probablemente su película, un falso documental de una desfachatez y un atrevimiento inauditos protagonizado por Carmina Barrios, la propia madre del artista que jamás antes se había puesto delante de una cámara, acababa de convertirse por derecho propio en el fenómeno mediático de este Festival de Málaga.

 

Porque claro, esta Carmina, impresionante personaje a caballo entre una versión destroy de la Omaíta que inmortalizaron los Morancos, el frikismo de aquellos personajes que invadían nuestro salón desde Crónicas Marcianas y la ternura y humanidad de esas madres y amas de casa sin otra escuela que la vida, capaces de cualquier cosa para sacar adelante su familia con un puntito torrentiano innegable, resulta un cóctel tremendo que nos sume en la duda sobre si su madre es verdaderamente tal y como Paco León la retrata o está construida desde la ficción. Pero que no deja lugar a dudas sobre los orígenes del enorme talento tanto del intérprete de Aida, que ha tomado aquí la inteligente decisión de mantenerse oculto tras la cámara, y de su hermana, que nos deslumbró en La Voz Dormida y que vuelve a salirse en ese rol de choni poligonera que uno intuye que conoce de primera mano.

 

 

Carmina o Revienta está contada con inteligencia. La cámara se pone en marcha y su irresistible protagonista, disparatado producto de siglos de tradicional picaresca y esperpento pasado por el tamiz de una visión algo surrealista de la vida y un punto nada despreciable de provocación que haría sonrojar al mismísimo John Waters de Pink Flamingos o al primer Almodóvar, se come literalmente a bocados la cámara. Uno no deja de sorprenderse ante la desfachatez producto no de la inconsciencia sino de algo perfectamente calculado desde el guión, una historia construida en diversos flashback que asumen el formato de un falso documental que aparenta ser poco más que una colección de sketches desiguales:  los hay ofensivos, descacharrantes, tiernos, repulsivos, escatológicos y sí, alguno que otro simplemente soberbio como el de esa conversación entre vecinas que deriva de Mayra Gómez Kemp hacia la familia real sin que nadie sepa exactamente cómo con resultados antológicos.

 

Vale, uno puede ponerse digno y argumentar que Carmina o Revienta no es una película sino otra cosa. Pero es algo absurdo, además de una pérdida de tiempo y saliva: lo que Paco León buscaba no es otra cosa que divertir, provocar la carcajada sin renunciar a ningún arma por tremenda que nos pueda parecer ni mucho menos pararse en barras ante la corrección política. Y eso, le pese a quien le pese, lo consigue de sobra en muchas ocasiones con un humor bruto, sí, de trazo más que grueso. Pero con el que uno no puede evitar descojonarse de vez en cuando por muy sofisticados que queramos ponernos con ese humor primario, sobre todo cuando alude a una realidad que uno sabe a ciencia cierta que existe a la vuelta de la esquina. Una cosa es segura: el Premio del Público lo tiene en el bolsillo.

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