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Culturamas en el Festival de Cine de Málaga (Día 2)

 

Por David Garrido Bazán

 

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Día 4

 

Día 5

 

 

KANIMAMBO: Tres miradas a Mozambique (Ver trailer)

 

Que el cine español está buscando en estos tiempos fórmulas para diversificarse más allá de nuestras fronteras es algo evidente. También es evidente que ya no resulta tan sencillo ni barato para nuestros productores y directores el irse a rodar sus historias en el destino más habitual y hasta ahora lógico, que era Latinoamérica. La crisis ha acabado casi por completo con esa fructífera relación – aunque no del todo, como leerán luego – así que hay que echarle algo más de imaginación. El siempre inquieto Luis Miñarro – ya saben, ese productor tan raruno que viste siempre coloridas camisas, capaz de financiar el personalísimo cine de Albert Serra, Lisandro Alonso, Manoel de Oliveira o al tailandés Apichatpong Weerasethakul y ganar una Palma de Oro en Cannes  – ha presentado en Málaga una película de episodios rodada en Mozambique por tres directores muy distintos entre sí que conforman una curiosa mirada sobre la ex-colonia portuguesa.

 

Abdelatif Abdeselam, autor del corto Salvador, firma la primera de esas tres historias, que narra en flashback la guerra civil que tuvo lugar en el país a través de uno de sus participantes que guarda un recuerdo de ella en forma de molesta bala y que quiere para su hijo un futuro mejor.  Adán Aliaga, al que algunos recordarán por aquel interesante experimento visual en B/N premiado en Seminci llamado Estigmas, basado en un cómic y protagonizado por el lanzador de peso Manolo Martinez, no deja ni la más mínima pista sobre que se trate del mismo director en la tercera historia, que cuenta la relación que se establece entre una niña sordomuda y un viejo cantante ciego. Como aquella No Me Chilles Que No Te Veo de Richard Pryor y Gene Wilder pero en un registro mucho más lírico y hermoso. Entre estas dos rebanadas de ficción, la jugosa carne del documental que le da verdadero sabor al exótico sándwich: una historia sumamente personal de Carla Subirana, la directora de Nadar, que cuenta su regreso a Mozambique dos años después de su primera visita y su búsqueda por el país de una mujer que le marcó y que puso su nombre a su hija.

 

Como toda película compuesta de tres historias independientes mezcladas para la ocasión, el resultado es desigual. Pero Kanimambo tiene la ventaja de que su parte más débil corresponde al primer eslabón, narrado siguiendo el uso muy africano de simplificar la historia lo más posible pero con una puesta en imágenes igualmente simple y algo descuidada. Luego sube a lo más alto con el documental en primera persona de Subirana, que mezcla de forma admirable la imagen fija de sus fotografías, su propia voz en off y la desarmante verdad que transmiten esos rostros francos y bellos con los que va encontrándose a lo largo de su búsqueda, que se va transformando poco a poco con aquellos detalles sutiles que capta su cámara en un poético a la vez que certero retrato del país. Tras el despliegue de Subirana, la vuelta a la ficción de Aliaga es un descenso a tierra algo brusco, pero no exento de interés: tanto ese peculiar músico invidente como sobre todo esa prodigiosa niña sordomuda capaz de expresarlo todo con su mirada mantienen un hermoso diálogo que llega bien al espectador.

 

Isaki Lacuesta demostró con su díptico Los Pasos Dobles y El Cuaderno de Barro que hay todo un mundo por explorar a tiro de piedra del nuestro, en ese enorme, diverso y fascinante continente africano al que damos la espalda de forma constante. Esta sencilla a la par que agradable Kanimambo es otro pasito más en esa dirección – y no la única que veremos en Málaga, por cierto: mañana llega Wilaya de Pedro Pérez Rosado, rodada en el Sáhara – y estaría bien que sirviera para ensanchar las a menudo demasiado cortas miras de nuestro cine.

 

 

MEMORIA DE MIS PUTAS TRISTES: De adaptaciones en tiempos de crisis (Ver trailer)

 

Como les decía, no es del todo cierto que las producciones españolas hayan dejado de mirar a Latinoamérica, aunque ya no esté el horno para muchos bollos. La prueba, un tanto peculiar, es esta traslación al cine de la última novela de Gabriel García Márquez , una co-producción con participación española dirigida por el danés Henning Carlsen – si se preguntan qué hace un danés con 25 años de carrera metiéndose en el embolao de adaptar una novela como ésta, no se preocupe, que no es el único – y que guarda un as en la manga: haber contado con el gran veterano Jean Claude Carriere como guionista de la adaptación. Un reparto de veteranos tan solventes como Emilio Echevarria, Geraldine Chaplin y Ángela Molina arropaban asimismo la propuesta, que por cierto parece ser que va a ser la última adaptación a la gran pantalla de una novela de García Márquez. Al parecer el principal exponente de eso tan difícil de trasladar al cine como es el realismo mágico debe de estar ya un poco harto de que destrocen sus novelas en el proceso.

 

Hay películas que mejoran las novelas en las que se basan. Hay muchas más que desmerecen el material literario de partida, revelándose incapaces de llegar a transmitir de forma acertada las sensaciones del libro original. También hay otras en las que uno puede reconocerse habiendo sido previamente lector de las mismas, aun cuando ambos vehículos para narrar la historia sean diferentes. Por último hay algunas que se quedan en tierra de nadie, que no cumplen ni lo uno ni lo otro, obras correctas que ni deslumbran ni ofenden pero que provocan una cierta indiferencia. Memoria de mis Putas Tristes pertenece a esta última categoría: no puede decirse mucho malo de ella porque es una película correcta y dirigida con cierto oficio. Pero tampoco resulta especialmente memorable.

 

Para quien no haya leído la novela breve en la que se basa – algo que permite a Carriere y Carlsen tomarse ciertas libertades, lo cual en este caso resulta más positivo que negativo – Memoria de mis Putas Tristes narra la historia de El Sabio, un periodista a punto de cumplir 90  años que decide celebrar tan redonda efeméride acostándose con una muchacha virgen de 14 años, para lo cual llama a la madame de confianza de un burdel que siempre ha frecuentado, dado que El Sabio, a lo largo de su vida, jamás ha tenido una relación estrecha con una mujer a la que no haya pagado por ello, como tenemos ocasión de comprobar en los numerosos flashback que recorren la película. El planteamiento, más allá de lo escandaloso que pueda resultar por lo políticamente incorrecto (en su momento la novela ya despertó no poca controversia y la película se cuida muy mucho de no exacerbar los ánimos en ese sentido con algunas decisiones discutibles) acaba por configurarse en una interesante reflexión sobre la vejez, el paso del tiempo y nuestra relación con el amor, que puede llegar de las formas más extrañas y en los momentos más inesperados, algo que muchos, cegados por su intransigencia, no supieron apreciar en su momento y a lo que la película se mantiene bastante fiel.

 

Carlsen cuenta con el colchón que le proporcionan sus estupendos actores, empezando por ese Emilio Echeverría que resulta convincente en su papel más allá de que aparente los 90 años mejor conservados de la historia del cine, siguiendo con una inspirada Geraldine Chaplin y terminando con una breve colaboración de las dos Molinas, Ángela y su hija Olivia, dando vida al mismo personaje en dos épocas distintas, una decisión sin duda acertada. Más discutible resulta el reiterado recurso de las conversaciones telepáticas entre Echevarría y Chaplin sin teléfonos de por medio o la edad aumentada de la adolescente objeto del deseo del anciano, pero como digo el tono general de la película es correcto, Carlsen conoce su oficio y sabe narrar. No será ésta tampoco una adaptación memorable de García Márquez al cine – que poca suerte ha tenido en ese sentido un autor tan maravilloso – pero se deja ver con cierto agrado.

 

 

SEIS PUNTOS SOBRE EMMA (Ver trailer)

 

Por último, y fuera ya de la sección oficial a concurso, me gustaría destacar la presencia de una en mi opinión bastante estimable opera prima del director Roberto Pérez Toledo, autor de un buen número de cortometrajes que ha dado aquí su salto al largo con una historia protagonizada por una chica invidente con unos evidentes deseos de convertirse en madre que se enreda con el atractivo terapeuta de dirige unas sesiones a las que acuden un tan variopinto como interesante grupo de discapacitados. La Emma del título – una espléndida Verónica Echegui que, como decíamos ayer a propósito de María Valverde, es otra de esas actrices jóvenes que está creciendo de forma imparable con sus últimos trabajos – es una ciega cuya ceguera va mucho más allá de la física. Creyendo tenerlo todo controlado y siguiendo los pasos de sus deseos, acaba por encontrarse en el centro de un triángulo entre el terapeuta y el hermano de una vecina que se obsesiona asimismo con ella que se va descontrolando de forma progresiva.

 

Uno de los errores más habituales de un director novel es tratar que su primera película sea una de esas obras “más importantes que la vida”, demostrar que se posee un rico universo personal y propio a las primeras de cambio por el camino equivocado y buscar la mejor forma de llegar al espectador potencial. El resultado más habitual suele ser o bien una película demasiado pretenciosa o bien demasiado complaciente. Roberto Pérez Toledo ha huido con inteligencia y habilidad de ambas cosas y su película, una propuesta tan sencilla como bien llevada que mezcla con habilidad emociones y sentido del humor, resulta una obra de lo más agradable con la que se conecta fácilmente y que sabe abrirse paso al interior del espectador.

 

Quizás lo más interesante de Seis Puntos sobre Emma – más allá, insisto, del estupendo trabajo de Verónica Echegui dando vida a la invidente protagonista – sea su mirada al mundo de la discapacidad. Roberto Pérez Toledo juega con un material arriesgado, dado que hacer comedia con ese grupo humano compuesto por discapacitados tanto mentales como físicos es algo con lo que no muchos se atreverían  a intentar. Pero Roberto consigue que el espectador se ría con ellos, no de ellos, lo que es una diferencia tan sutil como importante. Lo que queda en muchos de los espectadores más allá de la historia de amor que es el motor emocional del filme son esas estupendas secuencias cómicas en las que los discapacitados, como seres humanos normales y corrientes que son más allá de su discapacidad, expresan con entera libertad y naturalidad sus deseos, experiencias y sueños, provocando tanta hilaridad como genuina emoción. Pérez Toledo sabe perfectamente de lo que habla: él mismo va en silla de ruedas. Un detalle nada menor que no le ha impedido sino que posiblemente le ha ayudado a ser el responsable de una estupenda e inteligente primera película de lo más recomendable.

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