‘Polina’, sobre la danza y la ligereza de la pluma
Por Rubén Varillas.
Polina, de Bastien Vivès, ha estado presente en muchas de las listas de los mejores cómics de 2011. La presencia del autor francés en lo más alto de las clasificaciones anuales ha dejado de ser una sorpresa, la verdadera sorpresa es que este dibujante haya adquirido su puesto de privilegio entre los elegidos del cómic europeo contemporáneo con apenas 28 años.
En nuestro país ya hemos podido disfrutar de bastantes de sus obras, como ese ejercicio preciosista y emocionante lleno de presentimientos y emociones volátiles que es El gusto del cloro (premio a la obra revelación en Angoûleme 2009), de su Amistad estrecha (un trabajo en el que la narración tradicional y el jugueteo experimental se entremezclan para reconstruir la intensidad emocional del amor y el deseo adolescente), o de En mis ojos, su serie Por el imperio (junto a Merwan), Hollywood Jan o Ellas… Abierta la puerta del éxito, no le han faltado pretendientes editoriales al bueno de Bastien. No nos extraña.
El francés ha demostrado un ojo infalible a la hora de capturar emociones sinceras y plasmarlas sobre el papel. Sus cómics presumen de esa cualidad tan singular que algunos han dado en llamar lirismo narrativo, sin llegar a caer nunca en la trampa de la cursilería o el sentimentalismo tramposo. Es Bastien Vivès un maestro de los silencios, de las elipsis infinitas cargadas de contenido emocional y de las alusiones significativas. En El gusto del cloro lo hacía mediante imágenes silentes de piscinas turquesas y deseos submarinos. Ahora, en Polina, lo vuelve a hacer hipnotizando al lector a base de croisés, coupés y coreografias que recorren sus páginas en busca de un imposible: plasmar el movimiento elegante y complejo del ballet clásico a través la secuenciación de imágenes estáticas, es decir, mediante el lenguaje del cómic. La pirueta le sale bordada.
Polina es, en las primeras páginas del cómic, una niñita obsesionada con la danza, una pequeña muñeca rusa con una meta: llegar a ser bailarina del bolsoi, triunfar en el mundo del ballet, pero sobre todo aprender y aprender hasta llegar a dominar la que es su gran pasión. En las páginas del cómic asistimos al crecimiento artístico de Polina, al camino que conduce hasta su gran sueño, pero, como sucede casi siempre en los cómics de Vivès, somos testigos igualmente de otro recorrido: el del crecimiento interior de la protagonista. Asistimos a los tropezones reales y figurados de Polina, dudamos con sus dudas y somos partícipes de sus elecciones cada vez que, como nos ha sucedido a todos en la vida, el camino de la existencia se bifurca y nos obliga a dejar atrás una parte de nuestro presente. Vivès sabe como moverse en el territorio de las pérdidas emocionales y de la derrota existencial, de eso no hay duda. Polina se traza su propio destino y entierra, simbólicamente, a tantas víctimas (a Adrián, a Alexei, al severo profesor Bojinski) que el lector asume que su camino hacia la gloria profesional no puede terminar sino desembocando en la más absoluta de las soledades personales; la soledad del corredor de fondo, de la bailarina virtuosa, en realidad.
Y subrayándolo todo, el dibujo de Bastien Vivès, ágil, fluido, esquemático hasta el esbozo, pero tan descriptivo y expresivo como cualquier imagen hiperrealista. Se mueve Vives en la línea de influencia que abrieron hace unos años los nuevos dibujantes franceses de la escuela de L’Association, los Blutch, Sfar, Blain; pero también los Baudoin y De Crecy. El estilo de Bastien Vivés se encuadra en los mismos territorios de la línea clara minimalista, cercana al bosquejo, de aquellos, pero se inclina hacia un naturalismo de trazo veloz y tembloroso, lleno de expresividad, que, dentro de su fragilidad de alambre, funciona como una radiografía a la hora de trasmitir la gracilidad coreográfica de los personajes que bailan en las páginas del cómic.
Polina es una novela gráfica ambiciosa (con cerca de 200 páginas), pero ligera como un minueto, se lee con avidez, nos dejamos llevar veloces por sus páginas al ritmo de los giros y los arabescos de sus protagonistas y terminamos presintiendo que, en el fondo, tanto baile y sufrimiento no es en realidad sino una metáfora de la vida.