La cara b de Jean-Claude Lauzon
Por José A.Cartán.
El cinéfilo ha tenido siempre alma de arqueólogo.
Bien es cierto que el gusto por la búsqueda de la película inencontrable pertenece, sobre todo, a tiempos pasados: tiendas de segunda mano en la que uno iba a buscar viejas reliquias del cinematógrafo, artículos leídos sobre determinados films que apenas traspasaban las fronteras de su país de origen o, más fervientemente, aquellas escapadas made in Antoine Doinel a la filmoteca, lugar de ensoñación con aterciopeladas y rojizas y, por qué no, lynchianas cortinas.
La cuestión es que el gusto por la búsqueda se ha ido apagando con el paso del tiempo y la intromisión, tanto anti como vital, de aquello llamado Internet. Es por esta razón que el solitario buscador romántico de películas se ha ido disipando entre la numerología de ceros y unos. Aunque esto no significa que todo lo que se quiera ver, se pueda encontrar en este torrente de información y bases de datos. A pesar de existir trackers privados especializados en cine minoritario, no siempre es localizable todo lo que se anhela: con el cine experimental, el videoarte o el cine de autor de hace varias décadas la conquista se hace inexpugnable. Películas que han dejado de ser películas para convertirse en fósiles audiovisuales.
Un zoo la nuit (1987), primera película del desaparecido director canadiense Jean-Claude Lauzon, es uno de aquellos films que están escondidos en el más profundo subsuelo cinematográfico. Al contrario de lo que sucede con Léolo (1992), su segunda y última película, su ópera prima se encuentra en un estado cercano al irremisible olvido. Es por ello que el acto más usual a la hora de acercarse a la concisa obra del cineasta canadiense es contemplar, primeramente, Léolo. Film de primerizo corte naturalista que se va desgranando en explosiones oníricas creadas por la subjetiva mirada del joven protagonista: un niño que posee solo su imaginación como única vía para escapar de la ruindad familiar a la que se ve abocado. Lauzon no se corta ni un ápice en mostrar al espectador un film que raya en un brutal pesimismo existencial, además de hiperbolizar aun más el reposo nihilista del film al dejar el peso actoral en una ingenuidad infantil completamente deshecha desde el mismo comienzo.
Es curioso comprobar cómo en Un zoo la nuit se nos presenta un mensaje diametralmente opuesto al que se nos rebelaba en su película más reconocida, y eso que el film contiene todos los ingredientes para que, a priori, resulte ser una especie de prólogo de lo que acontecerá en su segundo film. Craso error.
Pongámonos en situación: el protagonista sale de la cárcel tras haber estado preso durante dos años por culpa de dos policías corruptos. Su padre cree que su hijo ha estado de viaje por la zona de Montreal durante todo este tiempo y su novia deambula, en mitad de la noche, por bares de mala muerte buscando clientes que llevarse a la cama. Sin embargo, y de manera sorprendente si lo comparamos con Léolo, el protagonista conseguirá redimirse y llegar a la redención, rehaciendo una relación paterno-filial que parecía destruida para siempre. Aunque es inevitable no pensar en si dicho reencuentro no ha llegado demasiado tarde para ambos.
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El passoliniano influjo naturalista en Léolo deja paso, ¿o diríamos ante-paso?, a una ópera prima en la que es inapreciable encontrar algo del propio Lauzon. Es más obvio encontrar una influencia del cine de serie b, en cuanto a la manera tan impostada en la que actúan los personajes, sus gestos, el vestuario o atrezzo utilizado, así como el uso de según qué planos sorpresivos durante los escasos y explosivos momentos de acción. Otro componente a destacar es la atmósfera mortecina y ochentera en la que está envuelta toda la película. Ese ambiente malsano recuerda sobremanera a Blade Runner (1982) y, más constantemente, al cine de John Carpenter e, incluso musicalmente, a los primeros acordes que sonaban en Twin Peaks (1990). Eso sí, sin la onírica voz de Julee Cruise.
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La dificultad de hablar de Un zoo la nuit no radica en su falta de redondez al compararla con Léolo, sino en que ésta parece una obra realizada por otra mente, por otras manos, por otros anhelos. La estética que rezuma en ella está fuera del tono de nuestros tiempos, su estilo es el de una muerte prematura, como aquella que se adueñaba de Kurt Russell durante su extraña expedición a la pequeña China.
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