Canciones de amor a quemarropa, el regreso de Little Wing
Por Anna María Iglesia (@AnnaMIglesia)
Opinión
En Little Wing, “la vida avanza con las estaciones”, aquí “el tiempo se despliega lentamente”, lejos del frenesí de Nueva York o de Boston; el Little Wing el transcurso del tiempo parece no alterar nunca su ritmo, pasan los años, pero en esta pequeña ciudad de Wisconsis todo transcurre en una estática movilidad. Durante muchos años, Littel Wing fue el escenario y el ritmo de las vidas de los cuatro protagonistas masculinos de Canciones de amor a quemarropa, la novela de Nickolas Butler que publica Libros del Asteroide con una excelente –como todas las que realiza- traducción de Marta Alcaraz.
La novela comienza cuando Littlel Wing ha dejado de ser la pequeña ciudad de sus cuatro protagonistas, cuando las trayectorias vitales y profesionales han bifurcado los caminos de estos cuatro amigos que, sin embargo, continúan unidos por una amistad que sobrevive entre los recuerdos compartidos y los secretos que sólo la edad adulta puede revelar. A un lado de la frontera invisible, pero profunda, que separa la pequeña ciudad de Winsconsis de las metrópolis norteamericanas, permanece Henry, granjero como su padre, que día tras día arrastra el peso de una debilitada granja familiar, y Ronny, cuya fama de cowboy naufragó en el alcoholismo, dejando tan sólo a flote el fracaso de un hombre dado ya por perdido; al otro lado de la frontera, está Kip quen se ha convertido en un exitoso agente de bolsa y Lee, un mundialmente reconocido músico que en sus espaldas lleva, tras la máscara de la fama y el éxito, la soledad y el desarraigo.
Little Wing no es el paraíso perdido rousseauniano, o al menos no lo es para todos sus protagonistas; la ambivalencia impregna la relación que estos cuatro personajes establecen con su ciudad de origen, una ambivalencia marcada por la idealización de quienes se fueron y por un cansancio, incluso deseo de huía en el caso de Ronny, de quienes allí se quedaron. Little Wing no es solamente la ciudad de sus orígenes, es el marco en el cual encuadrar sus recuerdos, es la página en la que los cuatro protagonistas reescriben desde el recuerdo la historia de sus propias vidas, la historia de su relación de amistad; es el relato a través del cual reaparecen, casi veinte años después, los secretos que nunca se dijeron, el relato en el que se inscriben nuevas rencillas, conflictos sobrevenidos en sus breves reencuentros y que, sin embargo, tienen parte de sus causas en ese tiempo pasado que, la memoria y el olvido, ha idealizado a la vez que teñido de melancolía y arrepentimiento. “Hará unos trece o catorce años, solíamos subir allí arriba con una mochila llena de cervezas que habías robado y algún que otro porro, también”, recuerda Kip, tras regresar, después de unos años en Nueva York, casado con una exitosa mujer urbanita; “la fábrica de pienso ya había cerrado, había quedado abandonada y bajo la amenaza de la piqueta” y, sin embargo, a pesar del cierre, “siempre había quien montaba un escándalo, organizaba una reunión vecinal o ponía en marcha algún acto para recaudar fondos”. A su regreso a Little Wing, Kip se hará cargo de la fábrica, tratará de darle nuevamente vida, de recuperar aquel paraje que, a lo largo de tiempo transcurrido, ha caído en el olvido, porque, en la estática continuidad de la pequeña ciudad, los cambios son perceptibles a los ojos de Kip, cuya mirada es la mirada de un extraño, la de quien vuelve y descubre que el tiempo no ha pasado en balde. Solamente “la nieve, la nieve, la nieve”, solo ella parece permanecer, regresar fiel a sí misma cada invierno: en la aparente continuidad de Little Wing, ni siquiera las relaciones de amistad entre los cuatro protagonistas resisten el paso del tiempo. La vida y las experiencias configuran un poso que cimienta a la vez que desequilibra la relación de Kip, Ronney, Lee y Henry; la presencia de Beth, mujer de Henry, gravita misteriosa en el centro de la relación del granjero y del músico, a la vez que los aspavientos de grandeza de nuevo rico de Kip despiertan en él la vergüenza hacia Ronney, aquel cowboy venido a menos.
Novela polifónica, Nickolas Butler construye Canciones de amor a quemarropa a partir del testimonio directo de los cuatro amigos, incluyendo también el de Beth, cuya voz no sólo introduce una mirada distinta, femenina y distante del círculo de amigos, sino que sirve como contrapunto narrativo a la historia, un contrapunto que permite a Butler dar un giro de perspectiva a una narración que, a pesar de su polifonía, no pierde en ningún momento la linealidad. En cierta manera, la construcción narrativa planteada por Butler recuerda a aquella que en su día propuso Faulkner para El ruido y la furia: cada capítulo equivale a la narración de uno de los protagonistas; sin embargo, a diferencia de la novela de Faulkner, dividia en cuatro partes, cada una de las es a un tiempo distinto y cada una narrada por un personaje distinto, Butler va alternando las narraciones de los personajes: Canciones de amor a quemarropa no se subdivide en grandes bloques narrativos, sino que en capítulos, no excesivamente extensos, en los que las voces de los personajes se alternan y –también a diferencia de Faulkner- se identifican, pues los títulos de los capítulos son siempre los mismos: la inicial del nombre del narrador. Si bien, por una parte, es de obligación reconocer la polifonía y el juego de perspectiva están plenamente conseguidos, pues Butler demuestra, casi en clave postmoderna, que no hay un único relato capaz de explicar y reportar lo acontecido y que la historia, colectiva e individual, es una construcción poco fiable de su autor; por otra parte, no es posible eludir el que seguramente es el defecto principal –o, por lo menos, el único que valga la pena indicar- de la novela: las voces de los personajes no se distinguen con la fuerza que debería, considerando la distinta formación de los personajes y, en especial, el diferente –opuesto- recorrido profesional y vital de muchos de ellos. Tan sólo en el caso de Ronny es posible percibir, sobre todo en la primera parte de la novela, un determinado deje que pone en evidencia las consecuencias que sobre él ha tenido el alcoholismo y la crisis de salud consecuente.
Acompañada por las notas musicales que, como una banda sonora, resuenan a lo largo de toda la narración – “aquello me recordaba a las antiguas grabaciones de jazz, las de John Coltrane pidiendo un cigarrillo y Miles Davis murmurándole al productor, o a los temas grabados en directo en el Village Vanguard”, comenta Lee- Canciones de amor a quemarropa es una ágil novela que lejos de caer en complacientes descripciones de la amistad, cuestiona la problemática de la edad adulta, ese momento en el que uno está obligado a decidir qué camino recorrer, ese momento en el es necesario, casi obligatorio, dejar atrás tu espacio, tu tiempo y tus amistades, ese momento en el que un cambio de dirección puede significar un punto continuo o un punto a parte. El elogio de la amistad, como se ha repetido hasta el agotamiento, de Nickolas Butler no es más que la problematización de las relaciones humanas, unas relaciones que se enriquecen precisamente frente a los obstáculos, frente a las inclemencias de un tiempo que transcurre y unos caminos que divergen.
Ficha técnica
Título: Canciones de amor a quemarropa
Autor: Nickolas Butler
Editorial: Libros del Asteroide
Nº de páginas: 344
ISBN: 978-84-15625-99-5