Industria nacional: Relato corto en verso.
Por Juan Diego Incardona.
Buenos Aires, 1971. Fundador de la revista `El interpretador´; publicó
`Objetos maravillosos´ (Tamarisco, 2007), `Villa Celina´ (Norma, 2008) y `El campito´ (Mondadori, 2009). Este año, publicará `Rock barrial´, de donde proviene el presente texto, y el año que viene `Las estrellas federales´, ambos libros por Editorial Norma. Actualmente, coordina el área de Letras en el ECUNHI, de la Fundación Madres de Plaza de Mayo.
Lo más peligroso es la confianza.
El patrón le pidió que se quedara
porque había que hacer diez mil tapitas
para una embotelladora de la Pepsi.
Él ponía y sacaba como siempre
en su balancín matriz compuesta
que terminaba piezas con un golpe.
La monotonía daba la impresión
de que el galpón respiraba igual que él,
las chapas de zinc se inflaban y después
escupían el aire a través de las goteras.
¿En dónde andará Juan?
—pensaba preocupado en el mayor—
¿Se habrá rateado de la escuela
para irse otra vez con los amigos?
¿En dónde estará María?
—pensaba con miedo en la menor—
¿Seguirá jugando en esa esquina
que a la noche es una boca de lobo?
De repente sintió un pinchazo,
miró adentro de la cápsula:
¡Era increíble! ¡La mano! ¡La mano!
Estaba ahí como una cosa cualquiera.
Era la derecha.
Los dedos todavía se movían
como queriendo agarrar la pieza
con los mismos movimientos automáticos
de todos esos años.
No sentía dolor,
solamente un hormigueo
que bajaba por el brazo.
Desaparecían los olores
de la grasa de los engranajes,
del aceite quemado
del tachito con fundente al lado
de la soldadora.
Se dormía,
veía todo como si estuviera atrás
de un vidrio empañado,
aunque el anillo de casado
brillaba más que nunca
abajo de la luz de neón
adosada al balancín.
Se le hizo una laguna
en cuya agua, oscura,
nadaba él y su familia
hacia una orilla iluminada
como las autopistas por carteles
de propaganda y semáforos en rojo.
Fueron a la salita de Urquiza.
Los muchachos llevaron la mano
en una bolsa con hielo;
en la guardia le dieron inyecciones
y después lo derivaron al Piñeiro.
Pero ahí no pudieron hacer nada.
Qué lástima que ya no tenía
la obra social
sino en el Hospital Alemán
se la hubieran implantado.
Dicen que tienen especialistas,
que hay una sección que se llama
“Cirugía de la mano”.
Te cosen las venas,
los nervios,
te sueldan los huesos,
los fijan con alambres.
Para arreglar
los tejidos más chicos
usan microscopios y unas lupas
de varios aumentos
que moldean durante varios días
en aceite de oliva extra virgen
mezclado con polvo de diamante.