Vladimir Nabokov: sobre escritores, censores y lectores
Por Rebeca García Nieto
Lejos han quedado los días en que Vladimir Nabokov impartía clases de literatura en Cornell, allá por los 50. Aunque ha pasado mucho tiempo, sus seminarios permanecen frescos en la memoria de profesores y alumnos, algunos de ellos ilustres, ya que, en esta prestigiosa universidad de Nueva York se han graduado escritores como la Nobel Toni Morrison o el misterioso Thomas Pynchon, en cuyas primeras obras se puede entrever la influencia del seminario sobre El Quijote impartido por Nabokov. Quienes tuvieron la suerte de asistir a sus clases afirman que, aparte de su erudición, el principal mérito de Nabokov como docente fue transmitir a sus alumnos cierta nostalgia por un mundo que no habían conocido, ya sea por haber desaparecido, como la Rusia de Tolstoi, o por su lejanía, como la Vieja Europa.
Durante la década en que se dedicó a la docencia, sus seminarios versaron sobre escritores rusos (Tolstoi, Gógol, Chéjov o Turguéniev) y europeos (Flaubert, Joyce, Stevenson o Proust). Sin embargo, pese a la popularidad que alcanzaron sus clases, como no era miembro del Departamento de Inglés, le prohibieron dar seminarios sobre escritores norteamericanos. Seguramente, Nabokov sonreiría ahora al saber que uno de los personajes de aquellos cursos se ha “colado” en el Faculty de Cornell: una tal Masha Raskólnikov es hoy día Profesora Asociada en el Departamento que le vetó…
Entre todos los seminarios que impartió Nabokov, merece la pena recordar hoy aquí la conferencia “Escritores, censores y lectores rusos”, leída en Cornell en 1958. Gran parte del ensayo está dedicado al análisis de las diferencias entre la censura rusa y la estadounidense. Como explica Nabokov, a diferencia de lo que ocurría en Rusia, por muchas barbaridades que escriba un autor en Norteamerica “nunca será desterrado a los yermos de Alaska”. Por otro lado, el gobierno americano no obligaría jamás a sus escribas a relatar las maravillas del libre mercado. Sin embargo, Nabokov tuvo que publicar su Lolita en una pequeña editorial parisina, Olympia Press, ante la negativa de las editoriales norteamericanas. Sobre éstas Nabokov afirmó que, si se hubiera decidido a escribir una novela sobre un ateo feliz que se casa con una hermosa negra y viven felices hasta los ciento seis años, probablemente habría recibido una educada carta de la editorial del tipo “A pesar de sus brillantes dotes, estimamos que ningún editor norteamericano se arriesgaría a sacar semejante libro”.
Cabe preguntarse cómo funciona hoy en día este tipo de censura. ¿Sería viable que una editorial se arriesgara a publicar un libro sobre un depredador sexual que compagina su faceta de Barba Azul con la de padre ejemplar? Y, antes de echar la culpa a las editoriales, ¿sería posible que un escritor osara escribir algo así? Sí, siempre y cuando el pederasta recibiese un castigo ejemplar… Para la mayoría de personas, es inimaginable que un monstruo de tal calibre pueda salir impune. Tampoco es concebible que alguien pueda hacer algo así por puro placer, por pura maldad. Al final de American Psycho, Bret Easton Ellis tuvo que recurrir al truco de hacer dudar al lector de si las barbaridades que había leído habían ocurrido en la “realidad” o sólo en la cabeza del protagonista; o, por utilizar un ejemplo más actual, ningún lector se echa las manos a la cabeza cuando Lisbeth Salander intenta quemar a su padre, ya que ella misma ha sido víctima de un trauma infantil. Nunca sabremos si la saga Millenium se habría convertido en un bestseller si su protagonista actuara movida simplemente por puro sadismo, sin recurrir al manido recurso del abuso en la infancia. Tampoco sabremos si a Larsson se le habría pasado siquiera por la imaginación escribir algo así.
Decía Nabokov que el principal problema al que se enfrentaban los autores rusos era que el final de las novelas estaba escrito de antemano: el final debía ser feliz para el Estado soviético. Me atrevería a decir que eso no ha cambiado gran cosa, sólo que ahora no es el Estado, sino la sociedad la que debe salir ganando. Eso, que es innegable en el mundo real, es discutible en el terreno literario, que, en mi opinión, debería regirse más por criterios artísticos que por consideraciones morales. Aunque parezca contradictorio, hay muchos temas inimaginables para el escritor, forjador de fantasías por excelencia. A la censura de las editoriales se suma, pues, la que se imponen a sí mismos los propios escritores. En relación con lo anterior, Nabokov recitó en su conferencia un poema de Pushkin para advertir a sus oyentes que la libertad a la que aspira el escritor es más profunda. Un escritor tiene la obligación de “No rendir cuentas a nadie; ser vasallo y señor de sí mismo” y, sobre todo, “no doblegar ni la testuz, ni el proyecto interior, ni la conciencia, a cambio de lo que parece poder y no es sino librea de lacayo”.
Pero existe otro tipo de censura quizá más evidente. Las editoriales tienen el poder de dar voz, pero también de silenciar. Pueden condenar a algunos escritores al anonimato con la excusa de que sus obras no son comerciales. Si echamos un vistazo a los bestsellers de 2011 en Estados Unidos, nos encontraremos con los de siempre: Michael Connelly, que en The Drop ofrece una nueva entrega del detective Harry Bosch, Stephen King con 11/22/63 o John Grisham con The Litigators, su thriller número 25. El hecho de que los mismos de siempre, con las fórmulas de siempre, figuren en los primeros puestos indica dos cosas: que las editoriales no arriesgan y que los lectores no se cansan de leer lo mismo. En este punto cabe apelar a la responsabilidad de los lectores…
Decía Nabokov en su conferencia que el buen lector es el “que una y otra vez ha salvado al artista de su destrucción a manos de emperadores, sacerdotes, puritanos, filisteos, moralistas políticos, policías, administradores de Correos y mojigatos”. Aunque ahora no haya emperadores que puedan destruir al artista, sí hay intereses meramente mercantilistas que pueden condenar a un escritor al anonimato o al olvido, dos crueles versiones de muerte literaria. Nabokov define al buen lector como aquel que no permite que ningún director de conciencia ni ningún club del libro mande en su alma. Dice también que “de todos los personajes que crea un gran artista, los mejores son sus lectores”. No me voy a meter en la cuestión de si los lectores mediocres son los responsables de la proliferación de los escritores mediocres, pero sí que pienso que cada uno de nosotros, como lector, debería preguntarse si, como personaje, está a la altura. Tampoco estaría de más que nos preguntáramos qué club del libro dirige nuestras elecciones.
Para Nabokov, el lector ruso era un modelo a seguir porque “emprendía su carrera encantado a muy tierna edad, y sucumbía al hechizo de Tolstoi o de Chéjov estando aún en el cuarto de los niños, cuando el aya intentaba quitarle Ana Karénina, diciendo: “Anda, deja que yo te lo cuente con mis propias palabras”. En Estados Unidos esta tierna escena sería completamente inverosímil; entre otras cosas, porque la nanny, probablemente hispana, seguramente no sabría leer en inglés, ni tal vez siquiera en su propio idioma… En nuestro país, para qué nos vamos a engañar, la cosa no está en absoluto mejor: si ni siquiera los adultos leen Ana Karénina, ¿cómo iban a hacerlo los niños? Sin duda, ahora que el debate sobre la educación es un tema de actualidad en España, no está de más recordar la necesidad de profesores capaces de inculcar en sus alumnos la curiosidad por esos mundos desconocidos, bien por haber desaparecido, bien por no haber sido todavía descubiertos. Por el bien de todos, espero que, aunque los GPS estén ahora tan de moda, se siga valorando la labor insustituible de un buen cicerone.
Estupendas observaciones. Considero una excepción en España a Manuel Vázquez Montalbán, cuyas novelas policiacas no dejaban títere con cabeza sin para ello recurrir siquiera a la violencia. O el mismo «Galindez». Todo terminaba peor que como había empezado, inexorablemente, además de que no se descubría al culpable o el culpable era la clase dominante en general. No obstante, contaban con un público regular. Bueno, sea dicho esto en nuestro favor…
Tienes toda la razón, Óscar. Como dices, Vázquez Montalbán era una excepción, pero está muy bien traída.
La vida, tiene remedios, o soluciones.
Prácticamente, el mundo entero ha practicado el principio de Arquimides, a partir de entonces, la pobre palabra, está comúnmente absorbida, además creo, que la partitura de mozart, no es la primera personalidad.
Más, allá, de un nuevo mundo, la vida SueLe tener, ReMediOs y SoLucIONES. Fin. Etc, etc, etc… FIN.
El tributo, de Rosendo. Tributaria mente. La sociedad no es la escala superior, para el trabajo. Es, la familia. . . Superior. Fin. Nabokob. Etc, etc, etc.fin……. Fin. . . . Bien. Viento, fresco. Fin. FIN. FIN. . . . . . . . . . … . Fin. . … .. . Fin.Arcano.FIN. FIN. Manifiesto. Entiéndelo. Fin. . … . . . Si, te conoces. . Lo, comprendo. . . fin.. . Viendo Lo. FIN. Etc, etc, etc. FIN. . . ,. Fin. . Fin. . . . . Viento, frescolchon. Fin. Fin. .