El faro (2019), de Robert Eggers – Crítica
Por Jaime Fa de Lucas.
Dos fareros, una isla diminuta y un faro. Elementos suficientes para que Robert Eggers se saque de la manga El faro. Obra tan interesante y sugerente como plúmbea. Los devotos del cine de autor babearán con ella, mientras que los espectadores más conservadores no sabrán por dónde cogerla.
Como ya demostró en La bruja, Eggers es un director con mucho talento. Su lenguaje cinematográfico es exquisito –posiblemente de lo mejor que hay ahora mismo a nivel mundial– y aquí, ayudado una vez más por la excelente y opresiva fotografía en blanco y negro de Jarin Blaschke, crea una atmósfera y unas composiciones fabulosas. Las estupendas interpretaciones de Robert Pattinson y Willem Dafoe ponen la guinda a una obra que bebe especialmente de Tarr y Dreyer.
No cabe duda de que El faro tiene ingredientes para ser una obra maestra, por desgracia, sólo consigue serlo a ratos. Tiene varias escenas que son maravillosas, pero por sí solas no hacen una gran película. El desarrollo narrativo, en general, es bastante insípido, porque inicialmente se recrea demasiado en las tareas repetitivas de Pattinson y más adelante, entra en un bucle conceptual con diálogos y situaciones que intentan expresar lo mismo una y otra vez y que acaban siendo redundantes.
No obstante, lo que Eggers plantea es muy interesante –aviso de spoilers–: un descenso a la locura que desemboca en un ascenso hacia la iluminación –a lo alto del faro– que es “castigado por los dioses”. La imagen final, con las aves comiéndole las tripas al protagonista, es una referencia directa a la tortura de Prometeo, figura mitológica que es castigada por intentar acercar “el fuego de los dioses” a los seres humanos.
El personaje de Dafoe, pese a que el propio Eggers ha asegurado que representa a Proteo, dios del mar, me parece que se acerca también a la figura de Zeus, o incluso más concretamente a la de Hefesto –cojo, dios del fuego, hace una mujer de arcilla para engañar a Prometeo, etc.–. De hecho, si fuera Proteo, no tiene mucho sentido que tenga esa conexión especial con la luz –el fuego– del faro. Esto lo considero un pequeño desliz intelectual.
El faro funciona como símbolo fálico que representa la lujuria del hombre –de ahí ese montaje que establece una analogía entre el faro y la erección, o las escenas de sirenas y masturbaciones–, pero también como elemento espiritual cuya luz representa la iluminación. Entiendo que el ascenso hacia la luz del protagonista es un intento de iluminación espiritual, pero los dioses lo interpretan como “hibris” –la arrogancia del ser humano que cree que puede trascender los límites de su condición–, por eso es castigado.
El propio Eggers afirmó que se puede hacer una lectura Jungiana de la película. Siguiendo esta línea, deduzco que ambos personajes son diferentes partes de la misma persona: Dafoe es el inconsciente y Pattinson el lado consciente. Y cuando Pattinson intenta deshacerse de él, es castigado, ya que según Jung, el individuo es una unión de consciente e inconsciente, indivisible.
Estas ideas –exceptuando lo de Proteo– están bien trabajadas y funcionan más o menos bien, pero no evitan que la película tenga tramos aburridos. Creo que habría funcionado mucho mejor con menos metraje y quizá, en lugar de ser una obra notable, sería la obra maestra que podría haber sido.
Un comentario de altura. Por fin un comentario de altura.
Excelente análisis. Entiendo también que la película se toca a modo de diario, en el que Thomas Wake anota las tareas realizadas por Ephraim Winslow (incluso las acciones que incurren en faltas, por las cuales no recibiría su pago, lo cual generó una gran cólera a Winslow). Me gusta mucho que la isla es como un personaje en sí, las condiciones climáticas casi siempre conspiran en contra; así de igual forma con la gaviota tuerta, son parte del conflicto del hombre contra la naturaleza.
Lighthouse puede verse como una forma de “tutorial” con bastante claridad para los directores de fotografía, con ángulos de cámara fáciles de captar, pero que aún tiene su propia personalidad, junto con una serie de costosos íconos cortados. La película eligió en un principio el tono blanco-negro, no sabía qué hacer, luego entendió que el público no podía distinguir si el líquido derramado del personaje era sangre, aceite o suciedad.