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Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio (2011)

Por José A. Cartán.

 

 

Sería innegable afirmar que la realización de la versión cinematográfica del vástago de Hergé ha colmado los sueños y las expectativas de cualquier tintinófilo que se precie. Son innumerables los casos en los que el lector quiere que se transporte a la pantalla lo que ha leído en una novela o un cómic, lo que ha ido cultivando su imaginación con cada lectura y relectura a lo largo de los años. En definitiva, que ese hecho solitario e íntimo que es la literatura se materialice en algo más “sólido” y se deje a un lado la incorporeidad de la ilusión literaria. Esa avidez infantil porque los sueños se hagan realidad parece olvidar, al fin y al cabo, lo más importante, la mera realización de una película no significaba absolutamente nada. Y es en ése momento cuando entra en juego el hecho de visualizarla y, posteriormente, sacar conclusiones de si, en este caso, Steven Spielberg y su idolatrado Peter Jackson han realizado o no un pacto con el diablo.

 

Es indiscutible que Spielberg es un gran conocedor de la industria cinematográfica y, sobre todo, de lo que tiene que dar al público para que su creación sea un éxito de masas. Ya lo demostró con su tetralogía de Indiana Jones o con Jurassic Park, películas que dejan su imborrable halo en la última producción del americano. Siempre he considerado que las aventuras del joven reportero belga se acercan demasiado al calificativo, peyorativo para mí, de naíf. Un cómic al que le falta fuerza narrativa y, sobre todo, carisma, pero que derrocha aventura por los cuatro costados. Este vicio de Hergé se ve subsanado de manera eficiente por Spielberg, al revestir a sus personajes y al espacio fílmico, en los primeros compases de la película, en algo más que en simples fuegos artificiales. Spielberg camufla de thriller polanskiano los primeros destellos de la trama, con una gran ambientación opresora que insta al espectador a no apartarse del camino trazado. No obstante, se ve demasiado pronto que lo que parecía un exquisito dulce a simple vista, posee un amargo sabor a bilis cuando es degustado. Lo que en un principio parecía erigirse como un disfrute adulto, desechando cualquier atisbo de prejuicio, se va viendo abotargado por la anécdota imperante en la mayor parte del metraje hasta quedar la narración completamente asfixiada por su falta de juicio y seriedad.

 

Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio (2011) se basa en tres de las aventuras ideadas por el historietista belga, a saber: El secreto del Unicornio, El cangrejo de las pinzas de oro y El tesoro de Rackham el Rojo. Lamentablemente, el único personaje que parece tomarse en serio la película es el propio Tintín caracterizado, no obstante, de forma espléndida por el Billy Elliot de Jamie Bell. Los hermanos Fernández y Hernández ya tienen demasiado con continuar la esperpéntica guasa que ha creado Spielberg y preocuparse porque sus carteras no sean robadas por el bressoniano pickpocket que deambula por las calles. La frivolidad con la que se toma el director el alcoholismo del Capitán Haddock llega al mismísimo paroxismo, así como la nula capacidad para crear tensión cinematográfica, ya que el ajetreo y el desconcierto están a la orden del día. Por no hablar de la aparición de la Castafiore, cuyo gag es meramente rudimentario y conscientemente deliberado.

 

Sería injusto no alabar lo único en que la película destaca, y es en su grandeza visual, la cual llega a cotas bíblicas y espectaculares. Es una delicia ocular apreciar todo ese armonioso mundo de eterna policromía, obtusas tormentas marinas y áridos desiertos africanos. Así, como darle las gracias al director, sólo en esta ocasión, por algunas escenas en las que el destino se cruza con el cómic y consiguen crear un fotograma de imborrable originalidad (busquen unos canarios alrededor de la cabeza del señor pickpocket).

 

A pesar de la ingenuidad del reportero belga, Tintín se merece algo más que verse influenciado por películas del calibre de Piratas del Caribe, Matrix o la saga Bourne. Es dramáticamente esclarecedor el desenlace final, ya que los personajes del cosmos tintiniano se han visto, sin querer, abducidos por las miserias del propio director. A los protagonistas no les importa mancharse las manos de inmoralidad materialista en una conclusión que reclama no más aventuras, sino más sonrisas prensadas. Está visto que hasta a los más ingenuos les interesa un poco el oro.

 

 
Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio (2011) se estrenó en España el pasado 28 de octubre de 2011.
 

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