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La pata del escarabajo de John Hawkes

Por CarasB.

Foto: La pata del escarabajo.

En lo que va de año, ninguna lectura narrativa me había dejado analizándola por varios días después de terminarla. La pata del escarabajo, de John Hawkes (Meettok, 2010) ha sido la excepción.

Es una novela complicada, intensa e inquietante, difícil de ubicar dentro de un género, aunque no es del todo desacertada la descripción que leemos en su contraportada: “En este western gótico, de atmósfera onírica y opresiva, Hawkes nos muestra a unos personajes olvidados por el progreso (…)”.

En general, el autor estadounidense ha sido identificado por presentar libros de estructuras extrañas y originales, construidas a partir de su afirmación “empecé a escribir ficción asumiendo que los verdaderos enemigos de una novela son la trama, los personajes, el ambiente y el tema”. Se advierte, sin embargo, que no se trata de un experimento interactivo a través de Internet, sino de una novela publicada por primera vez en 1951.

En La pata del escarabajo John Hawkes parte de la premisa que toda estructura ficcional parte del lenguaje, y en esto el escritor es un maestro. ¿Cómo describir de qué trata o de qué va la novela si carece de historia? En La pata del escarabajo se van conectando acontecimientos en los que intervienen un sheriff, un médico/brujo, una viuda, un pescador turista y su mujer, una boda, una serpiente y un hombre suspendido. En algún punto del oeste y en distintos puntos del tiempo se encuentran y recuentan cómo este pueblo (que debía de haber sido fructífero por la construcción de una presa) está lleno de figuras absurdas, fantasmagóricas y criminales que crean una atmósfera asfixiante; entre ellos, una parodia del cliché del Western: los indios son sustituidos por pandillas de motorizados.

Podríamos imaginarnos un John Hawkes pedante y amargado, pero el escritor Jim Shepard lo recuerda como un tutor cercano y bromista, cuya obra fue reconocida por los Académicos y (cómo no) por los franceses. “Gracias a Dios por los franceses”, diría Woody Allen.

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