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Moby Dick, el clásico del verano

Por Jon Bilbao / Recaredo Veredas.


Aunque las vacaciones eternas sean vestigios jurásicos, el verano sigue siendo sinónimo de tiempo libre. El asueto puede derrocharse con la lectura de un bodrio supuestamente divertido o  aprovecharse con la entretenidísima lectura de algún clásico imperecedero. Nosotros recomendamos la segunda opción. El motivo es obvio: como máximo le restan unos cuantos miles de días de vida. No los malgaste.

 

Pero, ¿cuál elegir? Con el ánimo de facilitar tan difícil elección, Culturamas ha preparado su primera encuesta Clásico del Verano y, para ello, ha preguntado a un selecto grupo de escritores, periodistas y editores cuáles serían sus opciones. Los votantes son, por orden alfabético, Juan Aparicio Belmonte, Sergi Bellver, Jon Bilbao, Isabel Camblor, Paula Corroto, Mario Cuenca, Pedro de Paz, Jorge Díaz, Patricia Esteban Erlés, Juan Francisco Ferré, Ofelia Grande, Silvia Herreros de Tejada, Yuri Herrera, Milo J. Krmpotic, David Martín Copé, Pablo Mazo, Vicente Luis Mora, Elvira Navarro, Carlos Pardo, Coradino Vega y Diana Zaforteza.  En este enlace encontrarán sus preferencias.

 

 

La ganadora  es, como indica el título, Moby Dick. A muy corta distancia siguen tres opciones muy distintas: la fantasía rusa de Bulgakov en El Maestro y Margarita, la desdicha madrileña de Fortunata y Jacinta y el burlón atrevimiento de Sterne en Tristam Shandy.

 

Uno de nuestros ilustres votantes nos ha regalado un artículo sobre la ganadora. Jon Bilbao no solo es uno de nuestros autores más vibrantes y prometedores. También, como saben todos sus lectores, es un fanático de los animales y de su introducción en la narrativa. Gracias, Jon.

 

 
Alimentando a la ballena


Por Jon Bilbao

Al principio, Moby-Dick, o la ballena no iba a ser como la conocemos. Herman Melville tenía planeado un libro a mitad de camino entre el género de aventuras y el de viajes, con el que prolongar el éxito de sus anteriores obras de temática marítima. En esta ocasión seguiría nutriéndose de su experiencia como marino; en concreto de la adquirida en su época a bordo del ballenero Acushnet. El germen de la novela sería una vieja historia de navegantes –nos gusta pensar que el joven Melville la escuchó en una taberna portuaria de New Bedford, Massachusetts, o a bordo de algún barco, una noche de guardia, de boca de un viejo timonel– acerca de una ballena blanca, llamada Mocha-Dick, a la que le gustaba dejarse ver por las costas chilenas y con la que se habían enfrentado más de cien balleneros a principios del siglo xix, de ahí que tuviera la espalda erizada de arpones. Sí, es cierto, el nombre de Mocha-Dick suena un tanto ridículo, pero lo mismo pasa con Moby Dick. Hay que reconocer que a Melville no se le daba bien lo de titular. Omoo, Pierre, o las ambigüedades y Billy Budd no son títulos que inviten precisamente a devorar los libros correspondientes.

 

Los planes de Melville sufrieron un cambio cuando conoció a Nathaniel Hawthorne. Éste había hecho de la alegoría su principal recurso literario. Los calvinistas empleaban el mismo recurso en sus sermones, y Hawthorne, muy crítico con el enfermizo escrutinio del alma y el sentimiento de culpa que el calvinismo pregonaba, decidió apropiarse de su estratagema y volverla contra ellos. También nos gusta imaginar que Melville contó a Hawthorne la historia de Mocha-Dick a la luz de una chimenea en la casa de éste, en Lennox, mientras fumaban unas pipas de tabaco de Virginia, y que Hawthorne se quedó pensativo, contemplando las llamas, y dijo que ahí había material para una excelente alegoría. Melville empezó a reescribir. Tomó la primera versión de su novela, la combinó con las ideas de Hawthorne, con lo aprendido en las tragedias de Shakespeare, con los sermones calvinistas, con la Biblia… y lo espolvoreó todo con su propio agnosticismo.

 

En 1851 se publicaba Moby Dick, o la ballena. ¿Siguió Melville el consejo de Hawthorne? ¿Es Moby Dick una gran alegoría? La respuesta es que lo parece pero no lo es.

 

La alegoría, como bien sabían los pastores calvinistas, oculta un significado, un mensaje; es como la papilla que se le da al niño y que lleva escondida una medicina. Melville dio una vuelta de tuerca a lo que Hawthorne le dijo. Todo en Moby Dick nos hace pensar que se trata de una alegoría, que detrás del ansia de venganza del capitán Ahab hay algo más. ¿Qué es? No lo sabemos. El significado, la razón de ser de la alegoría, se nos escapa. ¿Qué representa la ballena blanca? ¿A Dios, el último misterio de la naturaleza, la libertad, el mal, nuestros instintos…? Puede ser todo eso y mucho más. Es precisamente esa multiplicidad de significados, esa necesaria participación del lector para seleccionar uno de ellos (que sin duda no será plenamente satisfactorio), lo que hace de esta gran novela una obra tan moderna.

 

Moby Dick se adelantó a su tiempo. Los lectores de la época se quedaron desconcertados. No les gustó la mezcla de narración y ensayo, todos esos capítulos acerca de cómo se forja un arpón o cómo se disponen los cabos en las lanchas balleneras; se rascaron la cabeza ante el capítulo donde se reflexiona acerca de por qué el color blanco inspira mayor horror que el negro; no les gustó el narrador, ambiguo y al mismo tiempo soso, y que no pinta nada en la historia, salvo ser testigo de la misma; no entendían cómo era posible que ese narrador pudiera reproducir, hasta el último detalle, conversaciones que tenían lugar en la cabina del capitán y en las que no se había hallado presente; se daban de puñetazos por que Melville desaprovechara a un personaje con tanto potencial como el arponero Qeequeg… También nos gusta pensar que Melville sabía que eso ocurriría, que en realidad escribió la novela para los lectores del futuro, más experimentados, menos cuadriculados, para nosotros. Pero nos equivocamos. Hay abundantes testimonios de lo mucho que decepcionó a Melville la recepción de su novela. En su correspondencia hay numerosas referencias a «haber creado un monstruo». De nuevo, que cada uno lo interprete como quiera.

 

Nosotros nos alegramos de que lo creara, porque podemos seguir combatiendo con él y luchando por desentrañar su significado. Hoy no es más fácil que en 1851, porque en el tiempo transcurrido la ballena blanca ha crecido y se ha vuelto todavía más compleja. Con el paso de los años, han aumentado sus posibles significados. Esos significados los atribuimos nosotros. Nosotros cebamos a la ballena. ¿No representará, quizás, el capitán Ahab al modernismo, a la innovación, y Moby Dick al clasicismo, imposible de matar?

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