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«Ausencia de Bernarda»: mujeres de García Lorca en fuga de su histórica prisión

Horacio Otheguy Riveira.

No se trata de una fuga al uso, ni una transgresión estándar de versión libre, Ramón Paso ha creado una nueva panorámica desde el corazón de La casa de Bernarda Alba, atendiendo la observación del autor en 1936, poco antes de ser asesinado: Estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico. Desde su estreno en Buenos Aires, en 1945, por Margarita Xirgu, múltiples han sido las versiones internacionales, tanto fidedignas como muy libres, con una muy especial en Reino Unido, 1986, con Glenda Jackson, dirigida por Nuria Espert.

Muchas miradas sobre un núcleo familiar que da testimonio de una prisión femenina en un hogar patriarcal dirigido con mano de hierro por una mujer: prototipo del autoritarismo católico con su pánico al qué dirán, relacionado con la virginidad sacrosanta de hijas de viuda de terrateniente venida a menos, incapaz de dar buenas dotes para bien casar, en realidad, solo una mujer casadera.

Una complejidad psicosocial que sólo Lorca desarrolló en profundidad, y que, a pesar de los muchos cambios revolucionarios en Europa, todavía tiene mucho que contar, al tiempo que permite reelaborar situaciones, no solo en tanto obras teatrales, sino también en el campo de la danza y la ópera.

Sobre esta base, y respetando un alto porcentaje del texto original, Ramón Paso desarrolla una tensión dramática de creciente interés, articulada en torno a las pulsiones de los personajes cuando la absorbente protagonista no está presente en el habitual ordeno-y-mando irrespirable de su casa, recluida en la iglesia o entre vecinas que rezan por la salvación del alma de su último marido.

Ámbito y verbo circulan por el cotidiano cuerpo femenino de las hijas en sus variadas edades: camisón negro, vida íntima truncada pero esperanzada, sexo resguardado, aunque ávido por tener vida propia; allí están, con Poncia, la criada para todo servicio, encabezando el odio y el temor hacia Bernarda, la que no puede ver cómo palpitan los corazones, cómo se humedecen los muslos de las muchachas, cómo ríen procurando una diversión que no llega, o cuando lo hace genera nueva tragedia…

Transcurren los días con sus noches.

Lorca juega a las escondidas, también entusiasmado con la novedad de esta versión, y todos juntos celebran un aire sesentero con los Rolling Stones marcando el ritmo y unas  coreografías estupendas, que fluyen de la propia narración escénica: nada desentona ni chirría, consolidado un armónico juego de tiempos cruzados hasta dar con un último tramo en que «naturalmente» se arriba a un gran escape inesperado, con breve epílogo muy interesante, del que bajo ningún concepto ha de hablarse, si bien el ¡Silencio silencio! de la obra de Lorca adquiere nuevas connotaciones.

Un coro de mujeres atravesadas por el deseo marchito, poseedoras de cuerpos que deben reprimirse. Lanzadas al juego infantil de descubrir placeres prohibidos, y en la madurez de lanzarse a amar al único hombre que tienen a mano…

«Martirio. ¡Maldito encierro en negro! ¡Maldito negro del luto, que nos hace
odiar ser mujeres! ¡Maldita casa pintada de negro y maldita ventana
roja que nos tienta a tirarnos por ella!

(Martirio baila con los pedazos rotos del retrato, mientras la luz se va yendo,
lentamente.)

Pepe. (En la oscuridad) ¡Niña! ¿Dónde estás, niña?

(Se hace la luz. En escena, Pepe, que es el ejemplo perfecto de sensualidad
masculina y hombría desatada, y Amelia, que le mira con sorna.)

Amelia. ¿Y a quién busca Pepe, el romano, en esta casa?
Pepe. A ti, no.
Amelia. A mí me buscarías si yo quisiese.
Pepe. No estés tan segura.
Amelia. Yo conozco a los hombres.
Pepe. Y a ti te conocen todos.
Amelia. Cuando un hombre conoce a muchas está bien; cuando una mujer
conoce a muchos se la escupe cuando pasa.
Pepe. Por algo será.
Amelia. ¿A quién venías a buscar?
Pepe. Esa pregunta sobra.
Amelia. Pues no la respondes.
Pepe. Porque no hace falta.
Amelia. Porque los dos sabemos la respuesta.
Pepe. (Apartándola) Anda y quita, oledora, oledora de hombres, pérfida.

(Amelia se cae al suelo por el empujón y se ríe. Habla desde el suelo,
jugueteando, displicentemente, con su sexo.)

Amelia. No están. Han salido todas. A ver encajes. A veces, la madre se siente
culpable y nos compra fruslerías para que olvidemos lo cruel que es.
Están todas en el patio. La que tienes y la que te han prometido. Las
dos juntas como buenas hermanas.
Pepe. ¿Qué dices?
Amelia. Lo que oyes.
Pepe. (Por sus juegos sexuales) Anda, no toques eso, que luego las manos
van al pan.
Amelia. Más rico sabrá.
Pepe. Dile que he venido.
Amelia. ¿A cuál de las dos?
Pepe. A Angustias.
Amelia. ¿Seguro?
Pepe. Como ha de ser.

(Amelia se ríe. Pepe no consigue dejar de mirarla.)

Amelia. ¿No marchabas ya?[…]»

Angustias, la mayor, prometida a Pepe El Romano, y Adela, más joven, más ardiente, cegada más que por amor, por el mero impulso de ser deseada y descubrirse diferente.
Casi niñas o más bien eternas niñas sin posibilidad de evolución; como sus hermanas, son criaturas sensuales y ávidas de salir de la prisión familiar bajo mandato materno.
Las actrices que componen una coral con mucha energía y sensualidad en un viaje intenso entre la vida y la muerte. En el centro, el director, Ramón Paso. A la derecha, Jordi Millán, Pepe el Romano, en breves secuencias donde el juego del deseo sexual se interpreta con la frescura y la elegancia con que se viven los sueños de adolescencia.

Escrita y dirigida por Ramón Paso

Sobre La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca

Intérpretes: Inés Kerzan, Ana Azorín, Ángela Peirat, Alba Barbero, Jordi Millán, Paula de León, Clara Romeu

Producción Ejecutiva: PASOAZORÍN TEATRO

Dirección de producción: Inés Kerzan

Iluminación: Carlos Alzueta

Coreografías: Ángela Peirat

Espacio escénico: Ramón Paso

Vestuario: Ángela Peirat

Fotografías: Ramón Paso

Ayudante de dirección: Ainhoa Quintana

Diseño Gráfico: Ana Azorín
Prensa y Comunicación: María Díaz

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