Elegir entre la guerra o tierra extraña
Por Mariano Velasco
Escribo esta crónica de En tierra extraña –que comienza ahora temporada en el Teatro Marquina después de su paso por el Teatro Español- mientras caen bombas rusas en un hospital infantil de la ciudad ucraniana de Mariupol, y me cuesta centrar el argumento en la genialidad y belleza poética de composiciones como Tatuaje (“y para siempre voy marcado con este nombre de mujer”) y Ojos verdes (daría para escribir un artículo solo el genial uso del diminutivo en el participio “clavaíto”), en la sobresaliente voz de Diana Navarro interpretando estos y otros temas de la Piquer, en la cantidad de anécdotas que recoge de la vida de Doña Concha, en el rico juego teatral que aporta la relación a tres bandas entre los protagonistas… Porque el discurso se me va inevitablemente hacia otro asunto que también aborda En tierra extraña, que en otro momento seguro hubiera pasado más desapercibido, o al menos suavizado, entre vestidos y recuerdos del famoso baúl de la Piquer, pero a día de hoy resulta que desdibuja todo lo demás: la jodida guerra.
La Guerra Civil española en este caso, pero al fin y al cabo guerra con lo que ello significa: odio, destrucción y muerte. Y más en concreto, el drama que supone tener elegir entre huir de tus raíces para sobrevivir y vivir en tierra extraña o renunciar a la marcha y enfrentarte a la muerte. ¿Les suena de estos días?
El argumento mezcla con habilidad realidad y ficción y nos traslada a una de las épocas más convulsas pero también más artísticamente productiva de los dos últimos siglos de nuestra España, arranca con los ensayos de la valenciana Concha Piquer (Diana Navarro) en el teatro junto al compositor andaluz Rafael de León (Avelino Piedad) mientras esperan la llegada de un tardón Federico García Lorca (Alejandro Vera), al que la diva le va a pedir que le escriba una canción. El retraso de Lorca, quien se hace de rogar más de la cuenta, funciona a las mil maravillas como perfecta excusa para dejar que la Piquer y el compositor se recreen en la interpretación de Tatuaje y vayamos conociendo el fuerte carácter de ella y el salero del letrista, así como la admiración que ambos profesan por el poeta, mientras juegan con la temperatura de la sala y van narrando anécdotas deliciosas, algunas de las cuales se irán deslizando también a lo largo de todo el espectáculo.
Entre ellas, aquella que hace referencia a los intentos de censura que sufrieron las casi siempre sorprendentemente descaradas para la época letras de las coplas. Porque a ver cómo solucionaba el franquismo que estaba por venir un comienzo como el de “apoyá en el quicio de la mancebía”, que por muy requetebién que sonara en la voz de la Piquer, lo que venía a decir era “luciendo palmito a la entrada del puticlub”. Proponía el censor de turno cambiar la dichosa frase inicial de Ojos verdes por algo así como “apoyá en el quicio de tu casa un día”, lo cual, además de ser una aberración desde el punto de vista de la enjundia poética del verso, cambiaba por completo el sentido del texto, de manera que ya no había cristiano que entendiera que estábamos hablando de la historia de una puta enamorá de los ojitos verdes del gaché.
– La letra se queda tal y como está – le dice la Piquer a Rafael de León.
– Y si te multan?
– Pues se paga.
Menuda era ella.
Siempre se ha dicho que los censores de la época eran cerrados y más antiguos que el tebeo, normal tratándose de censores, pero tampoco debían de andar muy espabilados cuando la Piquer y otras les colaron no solo está sino unas cuanta más. Léase si no una letra como la del Romance de la otra (“yo soy la otra, la otra, y a nada tengo derecho, porque no tengo un anillo con una fecha por dentro”), que venía a ser como decir que sí, que aceptamos pulpo como animal de compañía y el vivir en pecado como vivió la valenciana siendo eso: la otra.
Tras larga espera, intervendrá por fin el poeta para que disfrutemos de algunas de las escenas más deliciosas de la obra juntando a las tres figuras alrededor del piano, contraponiendo las ganas de disfrutar de los placeres de la vida de los dos hombres con el carácter más agrio y estirado de la valenciana, que se burla de la homosexualidad de ellos pero que ha de acabar reconociendo el talento y la acuciante sensibilidad de ambos.
Y en estas estamos cuando, en un ir y venir a por churros literalmente, se precipitan los acontecimientos fuera del teatro, se rompe la magia de la creatividad y la emoción escénica y sucede lo que tenía que suceder: la guerra. “Esa declaración de principios no te va a librar de que te peguen un tiro en la nuca y te tiren después a una cuneta”, le advierte la Piquer a un Lorca que no quiere abandonar su lugar de origen. Guerra que, entre otras muchas cosas, y ninguna buena, acabó con la vida de Federico, quien antes de llegar a la escena final se despide y punto, dejando la culminación de la tragedia en manos de la voz de Concha Piquer y bien clara su elección: la muerte. Un final que, visto lo visto hoy al otro lado de Europa, no cabe duda de que emociona, pero en el que se echa en falta -y ello a pesar del muy buen hacer de Alejandro Vera en su papel de Lorca y de Avelino Piedad como Rafael de León– una mayor profundización en la diferente suerte que corrieron ambos personajes, sobre todo el primero y toda la simbología poética asociada a la muerte que este conlleva.
El repertorio musical de En tierra extraña es una apuesta segura, y recoge también la etapa más americana de la Piquer incidiendo así en la modernidad de estos tres personajes, cada uno en su estilo, que vistos desde hoy nos llegan a resultar unos adelantados a su época. No tanto porque aquellos locos años treinta no fueran atrevidos, divertidos y descarados, que lo fueron, sino por toda la oscuridad y retroceso que trajo el horror que vino después.
Un horror, a la vista está, del que no hemos aprendido nada de nada.
Idea original de José María Cámara y Juan Carlos Rubio. Libreto y dirección por Juan Carlos Rubio. Dirección musical por Julio Awad. Ayudante de dirección y Gerente de compañía, Marisa Pino. Diseño de Iluminación Paloma Parra. Diseño de Escenografía: Estudiodedos (Curt Allen Wilmer (AAPEE) y Leticia Gañán). Diseño de Vestuario por Ana Llena. Diseño de Caracterización por Chema Noci. Diseño de Sonido por Javier Isequilla. Coreógrafo José Antonio Torres. Directora de Producción Artística Carmen Márquez. Dirección Técnica por Guillermo Cuenca. Jefatura Técnica por Gonzalo Martínez Alpuente. Director de Programación y Distribución Javier Muñiz. Productor Asociado David Serrano. Productores SOM PRODUCE Marcos Cámara, Pilar Gutiérrez, José María Cámara y Juanjo Rivero.