El rumor de los bordes
Lila Zemborain
Biblioteca Sibila, Fundación BBVA, Sevilla, 2011
40 páginas
Por Juan Soros
Lila Zemborain (Buenos Aires, 1955) es una poeta que deja madurar su poesía, como un organismo vivo, bastante tiempo antes de darla a conocer. Este procedimiento genera que en la lectura nos encontremos con un texto a veces contradictorio. Por una parte un verbo proliferante, incluso quizás rizomático, pero entregado en libros breves y espaciados en el tiempo. Obviamente la contradicción no es tal. Lo que hay es una ruptura con las lógicas de producción establecidas, incluso las establecidas en los márgenes. En el actual estado de subversión de los referentes estar en crisis, en el margen o en la periferia puede resultar una postura “cómoda”. Por otra parte la lógica de ganadores y vencidos, hegemónicos y descentrados se ha vuelto más compleja. En ese sentido es difícil intentar dar una imagen del lugar de la enunciación de la poesía de Zemborain sin ser reduccionista. En los márgenes de la poesía Argentina actual pero escrita en el aún centro cultural de Occidente. Por todo esto, para poder dar cuenta, si “dar cuenta” fuera posible, de El rumor de los bordes es necesario retroceder diez años y hablar de tres libros. No para dar una lectura del texto, que funciona como un “organismo” independiente, sino para ubicarlo en el contexto del proceso escritural de Zemborain.
En una reciente entrevista para el programa radial Definición de savia de Radio Círculo de Bellas Artes de Madrid, la autora explicaba a la poeta española Esther Ramón que sus tres últimos libros, Malvas orquídeas del mar (Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2004), Rasgado (Tsé-Tsé, Buenos Aires, 2006) y el libro que nos ocupa surgen de un mismo momento vital e histórico en distintas modulaciones de respuesta y miradas. Es interesante atender a los pies de imprenta ya que tratándose de un tema tan mediático como los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, donde reside Zemborain, sólo se haya decidido a publicar ese “diario de duelo” que es Rasgado cinco años después y en Argentina.
Rasgado es un diario y es un duelo. Los duelos deben tener una duración definida, un año en este caso, el último poema de Rasgado está fechado 11 de septiembre de 2002. Quizás, como indica el pensamiento alquímico, la destrucción (la Nigredo) es el primer paso hacia la reconstrucción. Por lo mismo se puede ver que de esa imagen gris, cineraria, “gris y gris” dice Zemborain, que guardamos en la memoria colectiva (y que mucha poesía “de ocasión” se apresuró a reflejar) la poeta pasa a la vida en su sentido más básico, biológico. Quizás por eso se decide a publicar antes Malvas orquídeas del mar, donde el mar como caótico origen de la vida es el espacio para desplegar lo que Reynaldo Jiménez ha llamado el “lenguaje celular” de Zemborain.
No es simple el proceso y no se puede reducir. Los poemas de Rasgado están fechados hasta 2002, sin embargo, el libro está fechado 2001-2005. Donde se evidencia el largo trabajo de revisión y relectura. Malvas orquídeas del mar fue escrito en los meses anteriores al 11 de septiembre de 2001 pero también revisado y releído en los meses y años posteriores, por lo que ambos libros se entrelazan y vinculan. No es de extrañar que dialoguen y en su especificidad tengan vínculos temáticos y formales. Incluso tan evidentes como el lenguaje proliferante y la brevedad que mencionamos antes, producto de este prolijo proceso de pulido del material verbal. Del mismo modo, Zemborain explicaba en la entrevista citada que El rumor de los bordes comienza en un impulso de escritura que se plantea como una respuesta al rasgado y donde podemos ver una evolución, una metamorfosis de ese lenguaje celular que Reynaldo Jiménez caracterizaba como “Dimensión alusiva que evoca, en el placer, la sutileza del soma en el aroma y el extremado tacto que aprende a reconocerse hasta en lo intacto.” Si las glándulas amorosas (el amor ante la catástrofe) son centrales en Malvas…, durante los años siguientes, será la célula y su membrana el elemento anti-poético que sirva a Zemborain para construir su El rumor de los bordes. De alguna manera, contra “el rumor del oleaje”, al entrar en este texto vemos que “los bordes” son las membranas celulares. Incluso en el mismo borde del libro, su umbral epigráfico, nos encontramos con una cita que poco o nada tiene que ver con la tradición poética. Es de un citólogo y bioquímico inglés, Christian de Duve, y habla sobre el origen de la vida. Como si después de la destrucción tocara volver a la vida pero sin aura religiosa ni metafísica, sin más epifanía que la de la propia vida, la bios como modo de vida.
Aquí entramos en un segundo nivel de complejidad. Que la vida sea bios sin metafísica no significa que no sea creación (nada que ver con creacionismo). Poesía, poiesis, etimológicamente “creación”. Vida, aunque muchos “poemas”, muy “correctos” y “bien” escritos,no den cuenta de lo que es poesía. Si zoé en griego es nuda vida, bios implica un modo de vida. En uno de los textos Zemborain dice: “-Poiesis ¿qué era? / -Ser poeta y no saber qué es poiesis”. La ironía que revela un cuidado por el texto-organismo-modo-de-vida, y sigue “biopoema, membrana evanescente que marca y delimita la sombra de la luz”. Sin una intención provocadora, la cuidada prosodia del texto de Zemborain va y viene de registros más cómodos con el mote “poema”, sean tradicionales o tomados de la vanguardia, y otros más secos, más cercanos a la prosa y el ensayo científico. El dispositivo se articula mediante una voz desdoblada e irónica y así evita caer en la mística laica de la naturaleza. Dos voces que dialogan, se cuestionan, interfieren, niegan o complementan recorren el texto evitando un discurso monolítico, estable, totalizante. Hay membranas: “Hay membranas en las células que separan el afuera del adentro y hay membranas que permiten el paso, la comunicación con el exterior…”. Derrida hablaba de la aporía de la muerte, sin poros, sin salida. Contra la aporía, lenguaje, poesía, membrana. Recuerda Giorgio Agamben en su ensayo Lo abierto, el hombre y el animal (Pre-Textos, Valencia, 2010) que Foucault ya hace muchos años planteaba que la política tendría que ser una biopolítica. Del mismo modo, Zemborain en sus biopoemas parece seguir las ideas de Agamben pero, al mismo tiempo, contradecirlas. Si sólo podemos hacernos cargo de una vida biológica donde la poesía, la filosofía o la religión han perdido su lugar, el biopoema, la membrana y la célula son espacios tanto o más poéticos que cualquier otro, pero incluso ahí, la palabra, la poesía, vuelve a decir y a vivir, haciéndose cargo, dando cuenta, contra la catástrofe.