John Updike, una lección póstuma de literatura
La reciente publicación en Estados Unidos de Higher Gossip, la colección de ensayos póstuma de John Updike, da pie a algunas reflexiones sobre el oficio de escritor. Las razones que llevan a una persona a elegir la pluma como herramienta de trabajo en lugar del bisturí, por ejemplo, pueden ser muy variadas. Unas veces la escritura es el ejercicio de una confesión, una tramitación por escrito de la culpa; otras, como en este caso, se escribe simplemente por venganza. Mr. Updike confesó en sus memorias que escribía por “venganza filial”; pero, a diferencia de muchos escritores, no escribía contra sus padres, sino en su nombre. Al parecer, su madre era una escritora frustrada. Seguramente, lo que Updike no imaginó al empuñar por primera vez la pluma fue que un día tendría que hacerlo para gestionar su propia despedida: Higher gossip recoge las reflexiones escritas durante las últimas décadas de su vida, muchas de ellas a sabiendas de que iba a morir de cáncer de pulmón.
John Updike llamaba al ejercicio de la crítica literaria “higher gossip”, una especie de cotilleo de alto nivel, de ahí el título de esta última entrega. Para él, la ficción era una forma de espionaje: “Leemos como miramos por la ventana o escuchamos un chismorreo, para saber lo que otras personas hacen”. Pero el escritor, al dejar que el lector meta las narices en las vidas de los otros, también le permite asomarse un poco en la propia… Una intromisión difícil de soportar si no fuera por la máscara que también la ficción ofrece al escritor. Sus alter egos, como el mítico Harry Conejo Angstrom, le permitieron gozar de infidelidades y aventuras múltiples con total impunidad. Para el escritor americano, la página en blanco ofrecía una libertad absoluta, era la madriguera donde se escondía y, al mismo tiempo, corría libre el conejo. Disfrazado de sus personajes pudo llevar otras vidas de incógnito, tal vez por eso no quiso despojarse del disfraz de escritor hasta el último momento.
Los últimos años de su carrera muestran a un escritor de capa caída. El hombre que en los sesenta sacó al coito del armario para ponerlo en un altar tuvo el dudoso honor de recibir el Bad Sex in Fiction Award en 2008. Sus últimas novelas han sido tildadas de repetitivas y las nuevas generaciones de escritores, los hijos de los matrimonios rotos descritos por Updike, han criticado su falocentrismo. Así, David Foster Wallace dijo de sus personajes masculinos que “pese a ser cabezas de familia, no quieren de verdad a nadie; pese a ser heterosexuales hasta el punto de la satiriasis, no aman realmente a las mujeres”. Cabe pensar que John Updike se adelantó a su tiempo. Seguramente, sus personajes, esos hombres que no amaban a las mujeres, y que le valieron los adjetivos de misántropo y misógino, ahora le habrían convertido en un best seller mundial.
Este ensayo tampoco está a la altura de las obras que le dieron la fama. En Higher Gossip se alternan las reflexiones sobre Kierkegaard, Einstein o Turner con las cavilaciones sobre los dinosaurios, el golf o el baseball. Además, sus “cotilleos” sobre otros escritores contemporáneos son ya vox populi. Es ya sabido que el haber sido testigo de los bombardeos de Dresde impactó de lleno en la literatura de Kurt Vonnegut o que John Cheever no fue del todo feliz pese a llevar un estilo de vida acomodado. Además, los artículos más interesantes ya habían aparecido en el New Yorker, revista con la que Updike estuvo toda la vida vinculado. No obstante, pese a que sus análisis no alcanzan la profundidad de escritores como Philip Roth o Saul Bellow, Updike deja para el recuerdo muchas frases de bella factura, como la que dedica a Raymond Carver, que tenía el don de extraer “historias de exquisita franqueza, brillo y calma que se asientan en la mente como perfectas tazas de porcelana” de vidas marcadas por las penurias, la enfermedad o el alcoholismo.
De todas formas, el lector no tiene motivos para sentirse decepcionado. Updike nunca ocultó sus intenciones. Como confesó en una entrevista a The Paris Review, no dudaría en escribir “anuncios de desodorantes o etiquetas de botellas de ketchup, si tuviera que hacerlo”. Decir que algunos de los fragmentos de Higher Gossip son tan desechables como los slogans de los anuncios de papel higiénico es un chiste malo que, sin duda, John Updike no merece… Entre otras cosas, porque la selección de los ensayos no fue cosa del artista, sino de su editor, más motivado por intereses económicos que por los propiamente literarios. Además, Updike siempre fue muy consciente de la imperfección del hombre: “El universo es perfectamente transparente: existimos como defectos en un vaso antiguo”, dejó escrito en uno de sus relatos cortos. Sin duda, el mayor defecto de Updike, como el de todos los hombres, fue su mortalidad.
Quizá más interesante que el libro en sí sea el hecho de que Updike siguiera el empuje de escribir hasta el último día de su vida. Marguerite Duras se dio cuenta de algo importante: «Hallarse en un agujero, en el fondo de un agujero, en una soledad casi total y descubrir que sólo la escritura te salvará”. Imagino que Updike se aferró aún más a la escritura cuando tenía ya un pie en el último agujero. Hay que decir en su favor que el maestro Updike nunca quiso darnos lecciones: “Mi trabajo es meditación, no pontificación. No pienso mis libros como sermones o estrategias en una guerra de ideas, sino como objetos de diferentes formas y texturas dotados del misterio de todo lo que existe”. Ese afán de crear hasta el final, en un intento de contrarrestar el implacable avance de la muerte, sí merece todos mis respetos. Updike descubrió muy pronto que hay algo noble en la magia de la creación. Sí, es cierto, todo intento de creación es también infantil y megalómano, pero ningún artista debería perder nunca de vista la nobleza de su oficio: “La primera idea que tuve sobre el arte, cuando era niño, fue que el artista traía al mundo algo que no existía antes, y que lo hacía sin destruir nada a cambio. Una especie de refutación de la conservación de la materia”. Ésa es la lección magistral que nos ha legado John Updike.
Bien que se lo pasó. Y sus brujas, brasileños y lectores también.