Gary Moore: siempre en la frontera salvaje
Por: Octavi Franch
El pasado día 21 me entrevistaron, como escritor, en La Factoria de RTV El Vendrell, de la provincia de Tarragona. El presentador y director del programa, en la previa antes entrar a plató, me preguntó cuál es la canción de mi vida; como siempre que algún medio de comunicación me hace esta pregunta respondo lo mismo: Over the Hills and Far Away de Gary Moore.
Desde 1998 que sigo la vida musical de este genio de las seis cuerdas y de la voz en clave de rock. Todo ello sucedió porque un amigo mío de esa época me puso una canción de un músico, hasta entonces, totalmente desconocido para mí. No recuerdo, demasiado bien, qué canción era, pero sí que recuerdo que cuando salí de casa de ese compañero de armas musicales decidí que quería saber más acerca de aquel guitarrista y cantante que tanto me había hechizado. Tengo que reconocer que en esa época yo estaba empezando en el panorama musical en general, tanto como oyente de casets (faltaba todavía un poco para tener los primeros discos y ya no digamos los primeros cedés), como espectador de conciertos en directo (quiero decir en persona), como locutor de radio y como músico. Pero esta estrella de las artes musicales me embrujó, enseguida, como personaje. Vamos por partes, pues. Era (descanse en paz) irlandés y por lo tanto se le suponía patriota, aunque toda su vida cantó en inglés. La verdad es que actuó pocas veces en Irlanda, tanto en un lado como en el otro, y su vida profesional transcurrió en Londres, primero, y los Estados Unidos después. A mí me gusta toda la música, pero el hard-rock de finales de los 80 y principios de los 90 es mi favorito, supongo que por el hecho de que es la música de mi tardía adolescencia. Pero es que no conozco a ningún solista como Gary Moore, que haya grabado la música que ha grabado y que haya tocado con todos y cada uno de los grandes músicos de hard-rock, heavy y blues, desde finales de los 60 hasta 2001, año en que desgraciadamente nos dejó para ir a formar parte del grupo perfecto de su entorno de siempre: Phil Lynott al bajo, Cozy Powell a la batería y Randy Rhoads a la otra guitarra. Pero si hay una banda que lidera el Cielo, es la compuesta por los rock-stars fallecidos en los 70-80: Jim Morrison y Janis Joplin a la voz, Jimi Hendrix a la guitarra solista, John Bonham a la batería y Sid Vicious al bajo. Y también hay dos cantantes que están esperando reunirse con el resto del grupo de los “nuevos”, es decir los que han recibido sepelio partir de 1990: Kurt Cobain y Amy Winehouse.
Continuando con aquella canción mágica escuchada a finales de 1987 o a principios de 1988, mi hermano-padrino me preguntó que qué quería de regalo de Navidad-Reyes y, evidentemente, le pedí el casete del elepé que acababa de editar nuestro héroe con guitarra: Wild Flower, el cual contiene los singles Over the Hills and Far Away, Thunder Rising, Johnny Boy, The Loner y, lógicamente, el que da título al disco. De hecho, Frontera Salvatge (Frontera Salvaje en catalán) fue el nombre de uno de mis primeros grupos musicales y de un programa de radio. Otra anécdota sobre mi pasión por esta leyenda del Mar del Norte es que la banda sonora en mi boda fue, precisamente, el primer tema de este álbum: Over the Hills and Far Away, el cual desde 1988 pasó a convertirse en mi canción de cabecera a todos los niveles. Trata sobre un pobre hombre que fue condenado injustamente por un crimen que no había cometido. Después de escuchar hasta la saciedad esta cinta con carátula horizontal, pude comprar los elepés anteriores, y sobre todo me entusiasmaron Run for Cover —con los singles Out in the Fields y Military Man, y con el doble regalo de contar con las colaboraciones del antes citado Phil Lynott y del mejor cantante-bajista de todos los tiempos: Glenn Hughes— y Corridors of Power, el disco de tránsito entre la época jazz-rock y pseudoeléctrica-bailable y el hard-rock para adultos que seguidamente pondría en práctica y con gran éxito. De este elepé, cabe destacar la versión del clásico Whising Well y la base rítmica de los mitos Ian Paice y Neil Murray, con los cuales estuvo a punto de formar parte de Whitesnake. Poco después, en 1989, llegó el último elepé de hard-rock clásico salpicado por el heavy de la época: After the War, con los singles del mismo nombre y la brutal Blood of Emeralds; en este caso, el artista invitado fue otro de los mejores amigos de toda la vida de Gary Moore: Ozzy Osbourne.
Pero en 1990 cambió todo de golpe: Gary Moore se cansa del hard-rock y se pasa al blues, en concreto al rythm’n blues blanco. En esa época, el blues clásico estaba copado por los músicos afroamericanos de siempre (BB King, Albert King y Albert Collins, con los cuales, curiosamente, nuestro buen amigo irlandés acabaría colaborando al cabo de muy poco) pero también había un chico rubito que tocaba y cantaba de maravilla, y eso que era ciego. Estamos hablando de Jeff Healey, quien desgraciadamente murió en 2008. Pues dicho y hecho, el primer elepé del exartista de hard-rock se convirtió en un best-seller del blues, como hacía muchos y muchos años que no ocurría. Lo mejor de todo es que continuaba gustando a sus fans de siempre (porque su blues era muy cañero) y empezó a recopilar un gentío de nuevos seguidores que nunca habían oído a hablar de este legendario guitarrista y vocalista. A modo de curiosidad, en aquellos tiempos un amigo mío me explicó que un conocido suyo le había preguntado si conocía a alguien que tuviera el primer disco de Gary Moore. Mi colega no tenía claro cuál era, exactamente, el primer elepé de nuestro protagonista, pero sí que tenía muy claro que un servidor sí que lo sabía. La respuesta es, lógicamente, Back on the Streets, si no contamos el disco como The Gary Moore Band. Pero es que el conocido este de mi amigo se refería a Still got the Blues, porque había descubierto al extraordinario músico a raíz de la edición de su segundo elepé de blues, After Hours. ¡Cómo está el mundo!
Es cierto, no obstante, que la etapa bluesera de Gary Moore es una auténtica maravilla auditiva, pero ya está, se acabó. Intentó continuarla y volverlo a intentar un par de veces y fue un bluf. Porque su etapa blues era Still got the Blues y punto. De acuerdo que en After Hours hay canciones dignas, pero si quitas las versiones de los dos elepés y te quedas, sólo, con las piezas originales, pues te da para un disco y gracias. Pero lo que es verdaderamente importante en la historia el rock son todos los grupos que montó y desmontó: Skid Row (los originales), Colosseum II, G-Force (increíbles sonidos adelantados a su época; muy probablemente sean los pioneros del funk-rock), BBM (la resurrección de Cream; él siempre había soñado con ser Eric Clapton y, de alguna manera, lo consiguió) y Scars (en formato trío, ¡vaya pasada!).
Aunque lo que es para enmarcar fue su retorno a los orígenes, es decir al hard-rock maduro de buen gusto musical y literario. La primera vez que lo intentó fue en 1997 con el elepé Dark Days in Paradise, una excelente retrospectiva que nos habla, sobre todo, de cómo ve su vida después de todo lo que ha hecho y, sobre todo, de todo lo que le ha pasado. Es cierto que en muchas ocasiones había hablado de su adicción a las drogas (sobre todo en Wild Frontier, coincidiendo con la muerte de su íntimo Lynott) pero nunca lo había hecho desde la calma y la sabiduría de los años. Y el segundo y maldito intento (porque nos dejó a medias, y eso sí que no lo podremos digerir nunca) fue el último concierto en Montreaux, donde era un fijo desde la grabación de Still got the Blues. Con el batería de Scars (es decir, de Primal Scream) y el bajista de Jethro Tull (¡viva la música de los 80!) sorprende a todo el mundo con la vuelta al hard-rock con una segunda parte del antes citado Wild Frontier. El concierto empieza de la mejor manera posible (Over the Hills and far Away) y continúa con los grandes éxitos de los 80, con una sola versión de blues: Walking by myself. Pero lo más sorprendente son las tres canciones que interpretó como adelanto del esperado Wild Frontier 2: Oh, wild One, Where are you know? y, sobre todo, la pluscuamperfecta Days of Heroes. Qué pedazo de canción… Eso sí que es rock del bueno. Es la evolución lógica del elepé de 1987: como si una persona reescribe su obra maestra y, al cabo de los años, resulta que todavía es mejor de lo que se esperaba. Inclusive, la chaqueta que lucía era una réplica moderna de la de aquella gira: de la lona azul de sargento del Séptimo de Caballería pasamos al cuero marrón con los mismos galones, no obstante. Y, para acabarlo de redondear, vuelve el hermanito pródigo, su segunda voz, sus teclados y su guitarra de apoyo: el grandísimo Neil Carter, con la misma mirada pero sin un solo pelo de esa melena rubia que tanto envidiamos a finales de los 80.
Gary Moore está muerto. Pero su música es para siempre. La de todos los buenos músicos lo es. La de todos los grandes artistas lo es. Qué pena no haber podido escuchar las tres nuevas canciones en su versión estudio… Qué lástima no haber podido grabar, al menos, el disco entero. Siempre nos quedaremos con la duda, con la ilusión, con la frustración de no poder disfrutar, plenamente, del mejor trabajo del mejor guitarrista-cantante de todos los tiempos.