Gregg Allman – Low Country Blues
Por Javier Franco.
Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, pero si hay alguien que puede llegar a superarlos en longevidad, ese es, sin duda, un músico de blues. Educados en un estilo casi ancestral, edificado por los años sobre esos doce mágicos compases, los artistas que beben de esta tradición nunca la abandonan. Allí quedan para el recuerdo BB King, Muddy Waters o el mismísimo Albert King. No importa lo que hagas o lo que digas, cada vez que ese ritmo vuelve a sonar, un escalofrió te recorre la columna vertebral. Y ya no puedes evitarlo. No hay quien pueda renunciar a la vieja llamada del blues.
Algo así debió pensar Gregg Allman cuando el productor T Bone Burnet llamó a su puerta para que hiciese un nuevo disco. ¿O quizás fue al revés? Qué más da, si algo nos han enseñado los últimos años es que hay ciertos músicos especialmente concienciados con su labor de exhumadores del sonido clásico. Ahí tenemos el ejemplo de Jeff Tweedy y Mavis Staples o el más reciente de Jack White y Wenda Jackson. O del propio T Bone, que produjo la colaboración entre Alison Krauss y Robert Plant. Toda una generación de artistas actuales, que no dudan en ponerse a los mandos si el que está al otro lado del cristal es una eminencia de la talla de Gregg Allman.
Para los que todavía no le hayan identificado (como diría alguno, por su nombre lo conocerás), Gregg es una de las pocos integrantes que queda de esa estirpe bluesera que se hacían llamar The Allman Brothers y que durante los primeros años de la década de los setenta incendiaron la mitad de los escenarios de EEUU con su mezcla de rock sureño, blues y tintes jazz. Canciones que llegaban en directo a los treinta minutos de pura improvisación. Hasta que la muerte de Duane Allman -hermano de Gregg- y Berry Oakley en sendos accidentes de motocicleta frenó en seco el ascenso de la banda. Como legado nos dejarían ese, ya mítico, Live at Fillmore East de 1971, con dos composiciones -”Midnight Rider” y “Whipping Post”- del propio Gregg.
Desde esos felices -y a la postre desgraciados- años setenta, poco se había prodigado el pequeño de los Allman. Apenas un par de álbumes a solas o con la Gregg Allman Band, antes de que llegara la década de los ochenta, parecían querer enterrarle. Ya nadie parecía querer recordar los años dorados del rock sureño. Y, a pesar de todo, Gregg siguió dando conciertos con su vieja banda, ahora reconstruída en torno a su voz y su piano.
Al menos hasta hace unos meses, en los que el viejo orfebre del blues se decidía a entrar de nuevo en un estudio de grabación. Catorce años habían transcurrido desde la última vez. Catorce años de silencio en los que Gregg estuvo esperando pacientemente su momento, ese en el que alguien llamara a su puerta y le devolviera al lugar que se merecía.
Y ahora que ha llegado, podemos decir que ha merecido la pena. Aunque sólo sea por ver como el viejo músico nos da una lección de cómo tocar un blues, de cómo hacer de esos legendarios doce compases toda una paleta de canciones escogidas para la ocasión. Con la excepción de “Just Another Rider” -una composición del propio Gregg Allman, junto a Warren Haynes-, el resto de cortes del álbum lo componen canciones prestadas de artistas de la talla de Skip James, Otis Rush o los ya mencionados BB King y Muddy Waters.
Canciones que sirven de excusa al artista para mostrar que sigue en plenas facultades, secundado por una sección rítmica austera, que nos deja el regusto del blues cavernoso. Como en el tema que abre el álbum, claro ejemplo de la receta del viejo Gregg: una voz ancestral que merodea en torno a viejos acordes de guitarra y notas de hammond.
En ocasiones el intento por ganar fuerza acerca a la banda a un sonido-Broadway protagonizado por la sección de vientos. Y hasta Gregg parece emular a ratos a otros de los habituales del lugar, Joe Cocker. Pero cuando el sonido auténtico del blues comienza a brillar es cuando el artista desciende al subsuelo y parece tocar desde un bar de carretera. Como en “Devil Got Woman” o “I Can’t Be Satisfied”. Dos temas que tienen su confirmación en “Checking on my baby”, que cierra el álbum con Gregg en lo más alto, emulando al bueno de Muddy Waters. Ya saben, la vieja llamada del blues.