Ana María Matute: Literatura, literatura y literatura
Ana María Matute (Barcelona, 26 de julio de 1925), considerada unánimemente una de las voces más personales de la literatura española del siglo XX por la calidad y originalidad de su obra, así como la mejor novelista de la posguerra española, viene de nuevo este miércoles a la Fundación Caja Castellón para participar en el ciclo de charlas-coloquio “Condición Literal”. Su intervención, que como no podía ser de otro modo, responde al título de “Literatura, literatura y literatura” tendrá lugar excepcionalmente en el marco del Teatro Principal de Castellón.
La vida de Ana María Matute nunca ha sido fácil, ni en la niñez, carente de cariño, ni en la plenitud de la edad, cuando era una mujer triunfante cuyo nombre llegó a barajarse para el Premio Nobel. A la condición de mujer pionera de la literatura justo en unos tiempos en los que el mundo literario y editorial era propiedad de los hombres, hay que añadir graves problemas personales, pérdidas y depresiones que la silenciaron durante años. “El sufrimiento enseña”, afirmó, “pero sólo si sobrevives; porque lo malo es que el sufrimiento suele matar”. Ella supo sobrevivir, y ha renacido ahora de las cenizas. La inocencia que hoy exhibe es un logro de la voluntad, una reconquista para una escritora de éxito y prestigio.
Ana María Matute
Ana María fue la segunda de cinco hijos de una familia perteneciente a la pequeña burguesía catalana, conservadora y religiosa. Durante su niñez vivió un tiempo considerable en Madrid, aunque curiosamente muy pocas de sus historias hablen sobre sus experiencias vividas en la capital de España. Posiblemente porque a los cuatro años, al caer gravemente enferma, fue a vivir con sus abuelos a Mansilla de la Sierra, un pequeño pueblo en las montañas riojanas cuyas gentes, en palabras de la propia Matute, le influenciarían profundamente, como queda evidente en Historias de la Artámila de 1961.
A los diez años comenzó la Guerra Civil Española. La violencia, el odio, la muerte, la miseria, la angustia y la extrema pobreza que siguieron a este conflicto bélico marcaron hondamente su persona y su narrativa. La de Matute es la infancia de una niña robada y marcada por el trauma de la guerra, por las consecuencias psicológicas del conflicto y de la posguerra. Así lo podemos ver reflejado en sus primeras obras literarias centradas en los “los niños asombrados que veían y, muy a pesar suyo, tenían que entender los sinsentidos que les rodeaban”.
Escribe su primera novela Pequeño Teatro a los 17 años de edad, pero fue publicada 11 años más tarde. Desde finales de los años cuarenta y durante los cincuenta y sesenta, Matute fue una prolífica escritora y además, muy premiada. Sus novelas y relatos como Los Abel (1948), Fiesta al noroeste (1952), Los hijos muertos (1958) y Primera memoria (1959) guardaban una crítica soterrada hacia el franquismo. A pesar ello, ganó el Premio Nadal, el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa. La única que no pasó la censura fue la novela Luciérnagas (1949), que no llegó a las librerías hasta 1993.
En los setenta, después de publicar La torre vigía, dejó de escribir. En 1963 se había separado de su marido, Ramón Eugenio de Goicoechea, y debido a las leyes franquistas perdió la custodia de su hijo, lo que le provocó problemas emocionales.
En 1976 fue propuesta para el Premio Nobel de Literatura. Después de varios años de gran silencio narrativo, en 1984 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil con la obra Sólo un pie descalzo. En 1996 publica Olvidado Rey Gudú, es elegida académica de la Real Academia Española de la Lengua donde ocupa el asiento K y se convierte en la tercera mujer aceptada dentro de ésta en los últimos 300 años. En 2010 fue distinguida con el Premio Cervantes, el más importante galardón de las letras en español.
Afirma la escritora Juana Salabert que “a veces, muy pocas, ocurre que llegamos a amar a un autor tanto como a sus textos”. Por su parte Onetti dice que “hay mujeres que nunca terminan de matar a la muchacha que llevan dentro”. Y ella, Ana María Matute, grande entre los grandes en el país de las palabras y uno de los seres más inteligentes, divertidos y entrañables que nos han sido dados a conocer, se ha salvado del maleficio de la edad y de cualquier clase de engolamiento, sin duda porque no ha perdido nunca su inmensa capacidad de curiosidad. Tal vez por eso, sus personajes, a lo largo y ancho de una espléndida obra sin fisuras, operándose entre la falsa dicotomía de lo fantástico y lo real, son a veces videntes pese a sí mismos, como uno es siempre escritor contra, y a favor de sí mimo, en un intento reiterado en cada libro de ganarle la partida a la temida palabra fin.
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