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Poesía (2010), de Lee Chang-Dong – Crítica

Por Francisco Collado.

La belleza está en las cosas pequeñas.

Lee Chang-dong sabía muy bien lo que hacía cuando reclamó a la actriz coreana retirada Yoon Jeong-hee para su película Poesía (Poetry, 2010). La veterana actriz llevaba a sus espaldas más de 300 películas y ninguno de los guiones que le remitían conseguía convencerla para que retomara su profesión. Hasta que llegó a sus manos el guion de esta película. Mija Yang es una señora elegante que cuida a un hombre mayor y vive junto a su nieto en un paupérrimo apartamento. El descubrimiento del cadáver de una chica flotando en el río y la llegada del Alzheimer a su vida serán los detonantes de su futuro. Miembro de un club de poesía, la protagonista ha creado su propio universo.

Comienza a escribir poesía, pero tan sólo ve a su alrededor sufrimiento, tristezas, muerte. Durante más de dos horas de metraje, Lee acerca al espectador a verdades del hombre como la felicidad, el arte, el machismo o el sacrificio. Todo el andamiaje se apoya sobre la soberbia interpretación de la actriz y una puesta en escena inspirada y certera.

¿Qué es poesía?, se pregunta la protagonista. “Poesía es buscar la belleza de las pequeñas cosas”, le responde su profesor. Este es el detonante para que Mija comience a ver la belleza cotidiana de simples objeto. Al mismo tiempo un suceso le hará ver la vida como algo no tan hermoso como le gustaría. Esto la hará iniciar una huida de la realidad, refugiándose en las cosas bellas que puede encontrar a cada paso.

Poetry deviene hermoso canto a la belleza. Nos explica que la belleza cuesta y tiene su aduana en la vida. A través de sus fotogramas desfilan los sentimientos elementales o profundos del ser humano. Lo miedos, la angustia, la indefinición de ser humano. Se convierte en certero azogue de las contradicciones que componen el universo humano. La búsqueda de la belleza por parte de Mija es una metáfora de la búsqueda del ser humano para dar un sentido a su vida, para encontrar un horizonte. Cada minuto de este metraje está aprovechado, no hay rellenos, no hay tiempos muertos. Cada imagen y cada plano tienen un sentido propio, aumentado por la ausencia musical, lo cual potencia la belleza de los sonidos originales. Lee posee una maestría inusual para la meticulosidad del plano, enorme inteligencia para el desarrollo a tiempo real y para conseguir que el espectador empatice con el mensaje y la protagonista. Además su capacidad de misturar el dolor con la crudeza, lo hermoso con lo inclemente la convierte en una propuesta palpitante, latente. Plena de sufrimiento, pero también de esperanza y ternura.

La recreación de Yoon Jeong-Hee es sublime. Tan fluida como el curso de un arroyo. No hay excesos, no hay histrionismos. Aquí el llanto y el dolor se derraman mansamente en un ejercicio de sabiduría y coraje interpretativos. Esta ambivalencia entre dolor y belleza no es nueva en la filmografía del autor. Ya en Secret Sunshine (2007) exploraba el perdón en un extenso y lentísimo film. La aparente sencillez de lo narrado oculta complejidades y zonas soterradas. El manejo del tempo narrativo se presta a la reflexión y seduce al espectador por la sencillez con que se acerca a sucesos profundos, por la lucidez de su propuesta.

Lee se acerca a lo emocional en modo feroz, no hay progresión dramática al uso. Todo está en lo alto desde el principio, carece del obligado crescendo al uso, no hay concesiones, pero sin deslizarse en el terreno de lo emocionalmente obsceno, para mostrarnos la fortaleza del ser humano cuando se enfrentan a situaciones límite. La propuesta de Lee es una pregunta básica de la vida: ¿Sería posible la belleza si no pudiéramos compararla con el dolor?

Con ese tempo oriental que destila el director se nos habla sobre la naturaleza de la vida, sobre el lugar de la muerte, sobre la importancia de los recuerdos. Pero la verdadera poesía de esta mujer, incapaz de escribir un poema se da en la propia vida. Esa vivencia de instantes encadenados que llamamos existencia. Construida minuto a minuto. Esa es su verdadera poesía.

Después está la metapoética, el estudio sobre la misión de un artista, donde se vierte la propia identidad del director. Son proféticas las palabras de su profesora ante la frustración de la alumna que no es capaz de crear un poema: “No es difícil escribir un poema, pero tener corazón para escribir uno”. Enfrentada al dilema de hacer lo correcto frente a la conducta de su hijo, Nuevamente el director nos muestra como en otros filmes el poder y el dinero en una sociedad donde todo se puede comprar. Hay un amplio uso de la profundidad de campo (Kim Hyun-seok) con abundancia de tomas largas que sirven para representar el paisaje mental de su protagonista.

La actriz consigue componer un personaje elegante y pleno de complejidad. Sereno, pero jugando con actitudes infantiles y otras veces maduro. Hace del contraste un arte en medio de una puesta en escena que elige la sobriedad como arma. Consigue que sin ocultar nada, el espectador permanezca afuera de sus pensamientos. En realidad la película no busca respuestas. Quizás la vida y la poesía sean una misma cosa y vivir sea sólo ese susurro del viento entre los árboles o un entrañable partido de bádminton frente a la fealdad moral de aquellas situaciones que nos obligan a actuar contra nuestra conciencia. Luz y oscuridad son necesarias para crear un solo poema…

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