Jane Austen: 235 aniversario de su nacimiento
Por María Pardo Arenas.
Un homenaje a Jane Austen recordando Orgullo y prejuicio con motivo del 235 aniversario de su nacimiento…
Sería imposible nombrar siquiera todas las interpretaciones que se han dado y las que se podrían añadir sobre esta obra. Su tema principal, el problema del futuro de las jóvenes inglesas de clase media rural del siglo XVIII (en concreto, de cinco hermanas), despojadas de cualquier tipo de herencia por las leyes, según las cuales sólo podían heredar los hijos varones (con lo que el único futuro posible era un matrimonio de conveniencia bien arreglado), puede parecer en un principio bastante superficial e insulso. Si además añadimos las expresiones y el trato de la época, puede que directamente no nos arriesguemos a tomar el libro.
Sin embargo, puede que un somero análisis nos haga cambiar de opinión.
En las obras de Jane Austen (aunque nos centraremos en la que nos ocupa), se ha visto muchas veces un profundo conservadurismo, caracterizado por la omnipresencia del matrimonio en las mentes de las jóvenes (y, en general de las mujeres) y por el respeto hacia todos los usos y costumbres establecidos, a los que los personajes se atienen sin cuestionar en ningún momento. De hecho, sus heroínas no parecen nunca liberarse del todo, pues, aunque por pequeños resquicios se escapen algo del asfixiante ambiente que las rodea, terminan felizmente casadas con hombres de posición superior a la suya (según el deseo de su madre).
No obstante, no debemos dejarnos llevar por las apariencias, por las expresiones (que vistas desde hoy pueden resultar totalmente empalagosas) ni por la trama principal, pues la riqueza de la obra se encuentra precisamente en el lado opuesto. La ironía de las conversaciones, sobre todo las que involucran a la protagonista y a su padre, la personalidad de éste y sus comentarios y comportamientos hacia su esposa y sus dos alocadas hijas menores, satirizan de tal modo las pretensiones maternas que puede hablarse de una verdadera revolución contra el status quo en el seno de estas pequeñas interacciones diarias. Así, aunque finalmente el padre se alegre de que sus dos hijas mayores hayan encontrado “un marido conveniente”, el interrogatorio al que somete a Elisabeth para asegurarse de que realmente quiere a su futuro marido, y que no se casa con él sólo por el dinero, nos hace ver que su alegría es causada por la futura felicidad de sus hijas, y no por la mejora de su posición social a raíz de esos matrimonios (causa de alegría, sin embargo, para el personaje antagónico del padre, la madre).
Austen no señala en ningún momento explícitamente ningún problema político o social, sino que el lector ha de darse cuenta de cómo, sutilmente, se le introduce en una atmósfera ociosa, sin sentido, donde los personajes sólo conversan, se visitan unos a otros, se van de vacaciones, acuden a bailes, juegan a las cartas… Este encubrimiento de la crítica social se ha señalado como argumento para etiquetar a la autora de conformista. De hecho, aunque la protagonista pueda parecer a veces un personaje fuera de lo común por su manera de pensar y de actuar (rechazando una proposición monetaria muy conveniente, oponiéndose a la aristócrata Lady Catherine de Bourgh…), en cuanto sucede algo importante, la fuga de su hermana pequeña con un joven con el que no se ha casado, no hay ninguna duda de que se encuentra del lado de la opinión pública, del de los convencionalismos, y se siente totalmente humillada por pertenecer a la misma familia que su hermana.
Está claro que una lectura superficial de la obra nos llevaría al extremo de considerarla acorde con los convencionalismos, e incluso defensora de ellos, mientras que la mirada sutil que en todas partes ve críticas y explicitaciones de las contradicciones del sistema puede pecar de querer ver más de lo que realmente hay. En efecto, la obsesión que mantienen por el matrimonio todos los personajes (pues, si no es por el suyo, es por que se realice o se deje de realizar el de los demás) y la feliz consecución de los objetivos de la protagonista pueden tirarnos algo para atrás al mantener la última postura. El hecho de que la obra desemboque de una manera satisfactoria para todas las partes parece tener algo de incómodo que no es compensado por ninguna otra faceta: es tan acorde con “lo que se espera” que no bastan la ironía, las sutiles sátiras o las fugaces apariciones de crítica. Poco sirve la explicación de que las dos hermanas sensatas se casen por amor (no por dinero), y que sólo por azar resulta que sus maridos son ricos: finalmente satisfacen los deseos de su madre, es decir, de la personificación del mundo social en que están envueltas y del que, en algunas partes de la novela, parecía que querían escapar.