Dos miradas sobre ‘Todo lo que tú quieras’ (I)
El bola se hace mayor.
Por Rabanal Taylor. Crítico de cine y teatro.
La tercera película del director madrileño Achero Mañas le confirma como creador y cineasta, con una voz personal absolutamente reconocible. Todo lo que tú quieras cuenta la historia de un hombre que pierde a su mujer y queda al cuidado de su hija de cuatro años. Al dolor del marido se une el desconcierto, la incomprensión, de la niña. Y la mezcla de ambos ingredientes produce un coctel que Mañas agita con originalidad, sabiduría e inteligencia, consiguiendo una película que me atrevo a calificar de obra maestra. El amor del padre, impecablemente interpretado por Juan Diego Botto, y la imaginación de la niña, dan lugar a un juego emocionante, peligroso y mágico: como el baile de un brujo realizando una danza de poder. La imaginación lo puede todo, como en La vida es bella de Roberto Benini; pero en la cinta que nos ocupa el enemigo no son los nazis sino la sociedad que los rodea, enferma de ese mal que ha contagiado el puritanismo americano a Europa y que se denomina, con torpeza y estupidez, “políticamente correcto”.
A la sociedad no le interesa la felicidad del individuo, sino que se atenga a las normas que gobiernan al rebaño. Es comprensible. Manejar a millones de personas no permite preocuparse de problemas individuales; si las minorías no son lo suficiente grandes como para reportar votos no interesan a los políticos. Una minoría de uno a nadie interesa. Pero a ese uno es precisamente a quien defiende Mañas, y lo hace con mano firme, humilde y ejemplar. Y para hacerlo se apoya en un guión de gran originalidad y una realización en la que se insiste sin pausa en los primeros y medios planos, montados con un sentido del ritmo que recuerda a Cristopher Nolan.
El resultado final es una película de calidad inusual, que podría calificarse de cine de autor en el sentido que también puede aplicarse a autores como Woody Allen; es decir, que tiene una vocación -lograda- de ser asequible para todo tipo de públicos.
En el arte se puede resucitar a los muertos. Y Mañas es un especialista en tan difícil magia. Quizá algún crítico -no por mala voluntad sino por la inevitable deformación que conlleva la profesión- sea capaz de buscar defectos en una obra que ha sido filmada para contemplarse con el corazón, pero el espectador normal saldrá del cine reconfortado, con la mirada renovada y un hálito de esperanza instalado en lo más profundo de su alma.
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