Por Damián Bulet.

La última película (y van ocho) de Julio Medem trata una historia lésbica con gran concreción de medios: dos actrices (Elena Anaya y Natasha Yarovenko), un lugar (habitación de hotel), un tiempo (la noche de San Juan).

La propuesta es muy atractiva, sobre todo viendo el arranque de la película, con un hermoso plano secuencia que encuentra a las amantes desconocidas al fondo de una calle, las recoge frente al hotel, y subiendo la cámara, las retoma ya dentro de esa habitación que no abandonarán hasta la mañana siguiente.

Pero a la media hora, cuando terminan el primer polvo, la película se empieza a cuartear, como los frescos renacentistas que decoran la habitación y tanto parecen inspirar a sus huéspedes en conversaciones insulsas. Concluido el coito, empieza el baile de máscaras, donde crean sus respectivos doppelgängers para resguardarse del otro, porque sólo han follado con el cuerpo, pero ahora empiezan a penetrarse el alma.

El problema es que su pasión, sus dudas, sus miedos, son exhibidos desde el abuso, y en cuanto quieren expresarlo, los diálogos se alambican, se pierden en un pasado que más que explicar, estorba, agudizado por dos temas musicales reiterativos (una balada de Russian Red, una aria) según sea un momento en que haya que alegrarse o entristecerse, como si fuésemos el perro de Pavlov mirando las escenas de sexo explícito desde una celosía.

Esto hace que, a pesar de que sus preciosas y estupendas protagonistas se pasen desnudas casi la totalidad de los 109 minutos, uno se aburra, y agradezca los planos que dan respiro a los personajes, enfocando angelotes o detalles del cuerpo, para que pueda apreciar la muy trabajada y esmeradísima fotografía de un Alex Catalán que considero lo mejor, y con diferencia, de la película.

Medem quiere hacernos partícipes del enamoramiento de dos personas del mismo sexo, aunque una de ellas haya sido hasta el momento heterosexual, pero lo que hace es dejarnos fríos, invadidos por el tedio, y con la sensación de que una vez más se ha desperdiciado a una gran actriz como Elena Anaya.

Me quedo con las ganas de ver cómo funciona en el mercado internacional, al cual va claramente dirigido, tanto por su título (Room in Rome, mucho más acorde al toque elegíaco que busca Medem) como por el lenguaje usado, el inglés, a pesar de que Natasha Yarovenko desarrolla su carrera en España.

Puede ser que estos defectos en el extranjero se consideren virtudes.