‘El vendedor de pararrayos’, de Herman Melville

«Que trueno extraordinario, pensé, parado junto a mi hogar, en medio de los montes Acroceraunianos, mientras los rayos dispersos retumbaban sobre mi cabeza, y se estrellaban entre los valles, cada uno de ellos seguido por irradiaciones zigzagueantes y ráfagas de cortante lluvia sesgada, que sonaban como descargas de puntas de venablos sobre mi bajo tejado. Supongo, me dije, que amortiguan y repelen el trueno, de modo que es mucho más espléndido estar aquí que en la llanura.
¡Atención! Hay alguien a la puerta. […]»

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‘Eugenia Grandet’, de Balzac [Siruela]

«Hay en ciertas ciudades de provincias casas cuya vista inspira una melancolía igual a la que provocan los claustros más sombríos, las landas más mortecinas o las ruinas más tristes2. Quizá haya a un tiempo en estas casas el silencio del claustro, la aridez de las landas y la osamenta de las ruinas: la vida y el movimiento son en ellas tan tranquilos que un forastero las creería deshabitadas si de improviso no encontrase la mirada pálida y fría de una persona inmóvil cuyo rostro cuasi monástico asoma en el alféizar de la ventana al ruido de un paso desconocido.[…]»

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‘Un millar de muertes’, de Jack London

«Había estado en el agua aproximadamente una hora, y el frío y el cansancio, aunados al terrible calambre en el muslo derecho, me hacían pensar que había llegado mi fin. Luchando vanamente contra la poderosa marea descendente, había contemplado la enloquecedora procesión de las luces costeras, pero ya había dejado de luchar con la corriente y me contentaba con los amargos recuerdos de mi vida malgastada, ahora cercana a su fin.[…]

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‘La mujer de Andros’, de Thorntor Wilder [451 Editores]

«SIMON SE DERPERTÓ POCO ANTES DEL ALBA, ALARMADO por el sonido de unos gritos agudos y de un ajetreo inusual en el patio. Al acercarse descubrió que una anciana vociferante había franqueado la entrada y varios de sus esclavos trataban en vano de acallarla y de echarla de la casa. Reconoció a Misis. Con un gesto indicó a sus hombres que la soltaran.[…]»

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‘Historia de fantasmas’, de E.T.A.Hoffmann

«Cipriano se puso de pie y empezó a pasear, según costumbre, siempre que su ser estaba embargado por algo muy importante y trataba de expresarse ordenadamente, y recorrió la habitación de un extremo a otro.
Los amigos se sonrieron en silencio. Se podía leer en sus miradas: “¡Qué cosas tan fantásticas vamos a oír!” Cipriano se sentó y empezó así: […]»

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‘Zaira’, de Catalin Dorian Florescu [Ediciones Maeva]

«El primer viaje vertiginoso de mi vida fue el que hice a través de mi madre. Cuando me vio pegajosa y con el cráneo puntiagudo en los brazos de mi tía, gritó: «¡Pero la niña es horrible!». Mi tía la calmó, puso las manos sobre mi cabeza y la modeló con cuidado. Le pareció que lo había conseguido. A ella le debo que todos los hombres que llegué a conocer más tarde quisieran casarse enseguida conmigo. […]»

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‘Dios ha muerto’, de Ron Currie. [Seix-Barral]

«Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo.

EFESIOS, 6: 5

Disfrazado de joven mujer dinka, Dios se presentó al atardecer en un campo de refugiados al norte de la región de Darfur, en Sudán.[…]»

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