“Algo que brilla como el mar”, de Hitomi Kawakami [Acantilado]

Mi madre es escritora freelance. Escribe artículos sobre temas variados: sobre las pastelerías de los alrededores de Tokio, sobre tácticas para librarse de las tareas domésticas, sobre cosmética para adolescentes inexpertas o acerca de la mejor forma de cuidar un perro en un piso. Por exigencias de su trabajo, ha llegado a comer doce pastelitos de golpe y a untarse la cara con cinco productos distintos para blanquear la piel, además de ir echando pestes de un paño de cocina que sirve para fregar los platos sin detergente: «¡Con lo que a mí me gusta la espuma artificial!», dice.

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“Moby Dick”, de Herman Melville [Austral]

Llamadme Ismael (1). Hace unos años —no importa cuánto hace exactamente—, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda. Es mi sustitutivo de la pistola y la bala. Con floreo filosófico, Catón se arroja sobre su espada (2); yo, calladamente, me meto en el barco. No hay nada sorprendente en esto. Aunque no lo sepan, casi todos los hombres, en una o en otra ocasión, abrigan sentimientos muy parecidos a los míos respecto al océano.[…]

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“Pistola y cuchillo”, de Montero Glez [El Aleph]

A la entrada de la Venta Vargas, por donde antes aparcaban los coches, le han puesto una estatua. Dicen que es él, pero no se le parece. Además de no reír tampoco canta y ni siquiera tararea. Por si fuera poco, hay veces que a la estatua le falta algún trozo y sé bien que son gitanos quienes los arrancan para luego venderlos. Surgen de lo oscuro y pegan pellizcos a un bronce que por ley no pertenece a nadie más que a
ellos. «Al rico camarón de la bahía, al rico camarón de la bahía», vocean con mucho soniquete. «Al rico camarón de la bahía, lo pesco de noche y lo vendo de día».

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“Crimen”, de Irvine Welsh [Anagrama]

«Quería decirle a mamá que aquel tipo era mala gente. Igual que el otro, el de su pueblo, Mobile, y que el hijo de puta aquel de Jacksonville. Pero mamá, que se estaba pintando los ojos ante el espejo, la mandó callar y comprobar que todas las contraventanas estaban cerradas, porque habían dicho que aquella noche llegaría una tormenta procedente del noreste. […]»

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