Diarios (1999-2003), De Iñaki Uriarte.
Por Gonzalo Muñoz Barallobre.
Los apóstoles del trabajo hablan de la ociosidad como si fuera un monstruo infame, perverso, que corrompe a quien la padece; y digo padecer porque para ellos se asemeja a una enfermedad, una enfermedad que consume a quien la porta, le rebaja, ya que le envuelve en un “nada que hacer” que le afofa. Los reflejos se desgastan, la pereza lo invade todo y uno queda atado al sofá. Pero esto, por lo menos para mí, no es más que un cuento de hadas, eso sí, muy educativo, ya que te lanza al trabajo desesperado por no caer en semejante decadencia. Y digo que es un cuento, porque la ociosidad, el tiempo libre, lejos de pervertir al hombre le pone a su altura, es decir, le muestra quién es y a qué se dedica. Y si uno vive sumergido en una frenética actividad, de casa a la oficina, gobernada, tutelada, siempre bajo la forma “haga x”, luego, claro, no se sabe que hacer con el tiempo libre, si es que lo hay. Pero una cosa es que la sociedad actual nos lo haya robado, y otra muy distinta maldecirlo, porque la diferencia es radical y de por medio hay todo un proceso de adiestramiento.
Un ejemplo de que el tiempo libre lejos de pervertir al individuo, si es bien utilizado, lo puede convertir en alguien lúcido, despierto, nos lo dan estos Diarios (1999-2003) de Iñaki Uriarte (1946). Él, y eso lo resalta en más de una ocasión, y además se siente orgulloso, goza de algo que es impensable en estos tiempos: ni trabaja ni la hace falta. No es rico en un sentido, su cuenta corriente no rebosa euros, pero sí lo es en otro: todas las horas que tiene el día le pertenecen. Y vivir en un permanente “tiempo libre”, en una ociosidad de 24 horas, lejos de haberle corrompido, como amenazan los fanáticos del trabajo, ha hecho de él una persona sabia y, por lo menos es lo que se extrae de sus Diarios (1999-2003), alegre. Diarios que son un mosaico vital compuesto por diferentes teselas: comentarios a una lectura, experiencias personales, aforismos, pero sobre todo, reflexiones sobre el amor, la amistad, la familia o la relación con uno mismo, que revelan una inteligencia fina, elegante e impregnada de un humor paradójico: ácido, negro a veces, pero que siempre deja un regusto vitalista, notándose, en este último aspecto, la reconocida influencia de Montaigne.
Léanlo y disfruten de un rato de lucidez, aunque sea ajena, y sobre todo, no se crean el cuento del buen trabajador, porque algo perverso esconde, algo que recuerda a aquel texto que presidía la entrada al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau: “Arbeit macht Frei”, o lo que es lo mismo, “el trabajo os hará libres”.
Diarios (1999-2003)
Iñaki Uriarte
2011
192pp, 15euros