Las noches y las nadas, de María Auxiliadora Álvarez
Las noches y las nadas
María Auxiliadora Álvarez
Por Jorge de Arco.
En el último número de la revista barcelonesa Caravansari se recogía una atractiva muestra de «12 poetas de la poesía venezolana actual». Compilados por Diómedes Cordero y Nelson Rivera, ambos profesores y estudiosos de la lírica de su país, daban cuenta de la continuidad y renovación de la tradición lírica venezolana del siglo XX y señalaban las importantes transformaciones que los grupos «Tráfico» y «Guaire» provocaron en la década de los ochenta. Con premisas cercanas al telurismo esencial y a un cierto oscurantismo creador, esta nueva estética quiso privilegiar las voces y experiencias exteriores e históricas.
En la citada compilación, aparecían reunidos Alejandro Oliveros, Armado Rojas, Igor Barreto, Gustavo Guerrero, Luis Pérez Oramas, junto a Patricia Guzmán, Carmen Leonor Ferro y María Auxiliadora Álvarez, de la que se destacaba su peculiar uso de la sintaxis quebrada, además de su acentuada tendencia experimental.
Tras la lectura de los versos de María Auxiliadora, tuve la sensación de estar ante una poesía distinta –que no distante–; ante una forma de hacer el verso que rompía con delicada violencia la realidad vital y enfrentaba su femenina espiritualidad a un tiempo y a un espacio que convertían al yo poético en azote y conciencia: «Volver sin querer Y en pocas miradas contar lo vivido Llegando-Oliendo a otro olor delgado y caliente y solo Y con las curvaturas de los hombros semicerradas / como / unos/ Paréntesis del estupor».
Pocos días después de tan sugeridora lectura, recibí la espléndida antología que ha publicado la editorial Candaya, Las nadas y las noches; un minucioso recorrido por los once libros de la escritora venezolana, que van desde Cuerpo (1985) al todavía inédito Paréntesis del estupor (2009). Casi treinta años de exigente creación poética, en los que María Auxiliadora Álvarez ha ido evolucionando, modelando y puliendo su verso hasta encontrar la exacta medida de la palabra poética. Su tempo lírico aventa el fulgor de lo vivido y la acrisolada ausencia del desencanto. Poesía de contrarios, poesía de luces y sombras, de pétalos y desposesiones, de culpa y redención: «Y yo / que nací / para admirar / y tú / que tienes / tanta belleza ¿podríamos / vivir / en el universo / de la contemplación? / Yo trabajo / entretanto / duermes / Canta la observación / Contemplar / la luz / es mi oficio / el tuyo/ el resplandecer».
El cántico de la poetisa venezolana busca el blanco del poema, pero sin descuidar en ningún instante la riqueza que se esconde en lo ambiguo, en lo inverosímil, en lo inexplicable. Porque con su escritura desea clarificar sus sentimientos de orfandad para recuperar la enardecida desmesura que una vez fuera cómplice de su alma. Un explícito desahogo vital parece recorrer sus versos, que ahondan en las simas interiores de su existencia y que nos devuelve un puñado feraz de sentimientos encontrados: «La edad del dolor se reconoce silenciosa como nube / (no tiene forma ni medida ni dirección) / la edad de lo invisible se sacia de lo visible / (no borra la vejez tardía la niña de esta edad)».
En su personalísimo quehacer, podemos encontrar, pues, su afán de simbiosis entre la tradición más clásica y el mundo más moderno. María Auxiliadora es una poetisa que pertenece a esa selecta minoría que cree en la autenticidad de las realidades sagradas y permanentes que conducen a visiones místicas, nostálgicas, irrefrenables, emocionantes… de las que surgen como intrépidos destellos sus dardos más certeros. «Mi poesía -afirmaba tiempo atrás- se refiere a procesos existenciales que poseen una dinámica interna. Yo soy apenas un ser escribiente y viviente, un eterno aprendiz en ambos sentidos».
Su son fluye torrencial por cada una de estas páginas y como látigo de sangre ahonda en su ser y en nuestros corazones. Aroma renovador y original el que se desprende de su verbo, que aporta una buena dosis de superación frente a antiguas tendencias. Ella, como en su día afirmara la escritora lusa Florbela Espanca, sabe que «ser poeta es ser más, ser superior / a los humanos. Morder como quien besa (…) Tener sed de infinito y, por condena, / las mañanas de oro y algodón, / condensar todo el mundo en solo un grito…». Un grito que, en ocasiones es herida, y en otras, cicatriz pretérita, pero que siempre se sabe acompañar de un hilo de delicada certidumbre, de un verso estimulante y traslúcido: «La lluvia no nos nombró esta vez / no lo hizo / el derrumbe / nos ha dado / una nueva montaña / y una alta brisa final / sobre lo devastado».
Las noches y las nadas
María Auxiliadora Álvarez
286 páginas
Candaya
Barcelona, 2009
ISBN: 978-84-937077-1-2