Bonanza cinematográfica en tiempos de crisis
Por José Luis Muñoz.
Este 2011 va a pasar como el de uno de los más brillantes, en cuanto a obras cinematográficas de enjundia, de los últimos lustros. Parece como si la crisis apocalíptica que nos cerca y ahoga haya estimulado la vena creativa de los hacedores de sueños a uno y otro lado del Atlántico que han dado lo mejor de sí mismos en estos 365 días del año que dejamos atrás. Terrence Malick, uno de los iconos del cine mundial, el Sallinger del séptimo arte, nos ha ofrecido uno de sus filmes más fascinantes y bellos, El árbol de la vida (2011), mientras el enfant terrible del cine europeo, y algo bocazas, Lars Von Trier nos ha dejado sin aliento con su Melancolía (2011), dos filmes que por si solos salvan la temporada cinematográfica. Pero ha habido muchas más películas destacables, como la iraní Nader y Simin, una separación (2011) de Asghar Faradi que, seguramente, tras hacerse con el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa conseguirá el Oscar en la misma categoría, o El Topo (2011), la espléndida adaptación de la novela de John Le Carré a cargo del sueco Tomas Alfredson que muestra la cruda realidad del mundo del espionaje; y Drive (2011), un thriller desasosegante deudor de Hopper y Scorsese firmado por Nicolas Winding Refn es todo un ejercicio de estilo, Y en terreno del documental Inside Job (2011) de Charles Ferguson no hacía más que confirmar la gran estafa global de la que estamos siendo víctimas.
Parecida fortuna ha planeado por el cine español. Difícil encontrar un año en que todas las películas seleccionadas para los Goya rocen el notable alto como ha sucedido en este infausto 2011 de la debacle económica. A la pasión desbocada y el sentimiento extremo de una película tan conmovedora como La voz dormida (2011) de Benito Zambrano, uno de los grandes de nuestro cine, se opone la contención de la que hace gala Pedro Almodóvar en la turbia La piel que habito (2011) con la que recupera a Antonio Banderas y explota la belleza pluscuamperfecta del rostro de Elena Anaya, y frente a esos dos filmes notables no le anda muy lejos la película de Enrique Urbizu No habrá paz parara los malvados (2011) que augura un seguro y merecido Goya a su extraordinario intérprete, Jose Coronado, actor al que hay que reinvidncicar como uno de nuestros mejores. Pero hay en la cosecha hispana incursiones excepcionales en géneros poco frecuentados por nuestros cineastas como ese western al más viejo estilo, el de los clásicos, firmado por Mateo Gil, Blackthorn. Sin destino (2011), historia crepuscular que gira sobre el viejo mito de Butch Cassidy, que puede mirar de tú a tú a los mejores westerns que se manufacturaban en USA, y Fernando Trueba y Javier Mariscal han conseguido que nos enamoremos de Cuba, los cubanos y sus ritmos con su delicioso film de dibujos animados Chico y Rita (2010) que aúna sensualidad y romanticismo.
Si 2012 va a ser peor que el 2011, el año del fin del mundo según profetizaron los mayas, cabe augurar entonces que la cosecha cinematográfica, antes del crash fatal que anticipaba el danés Von Trier en su última película, aún será mejor que la de este año que se nos fue, aunque no me parece imaginable siquiera.