El silencio
Por Samantha Devin.
¿Por qué poner a una columna un título como “El Silencio”? ¿No es precisamente el escribir sobre distintos temas una forma de romperlo, de profanarlo? Hay un proverbio árabe que siempre tengo presente y que apunta: “Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, cállate.” Es evidente que la mayoría de las veces que hablamos no tenemos en cuenta este aforismo porque “el hablar” -como dice María Zambrano- es algo inmediato, “algo de lo que íntegramente no nos hacemos responsables, porque no brota de la totalidad íntegra de nuestra persona; es una reacción siempre urgente, apremiante”.
El escribir es, o debería ser, otra cosa. Como en cualquier acto que ejecutamos hay diversas formas de llevarlo a cabo. Se puede escribir desde el ruido y desde el silencio. En el mismo ensayo, titulado Por qué se escribe, María Zambrano dice que “hay un escribir hablando”, un escribir que surge de uno, sin pensar, que simplemente libera de las palabras, que las lanza al viento y con él mueren. Y luego está ese escribir que surge desde el silencio y la soledad. Es un escribir que requiere contemplación, maduración, reflexión. Es un escribir que quiere comunicar un descubrimiento, un secreto, dice Zambrano. Esa es la forma de escribir desde la que surge lo verdadero, lo esencial.
Gracias a ese silencio, que en realidad no es el nuestro sino el de Dios, nos permitimos adentrarnos en temas y cuestiones que de otra forma no existirían. Si Dios hablara, nosotros permaneceríamos callados. Si la Verdad acerca de todas las cosas hubiera sido revelada, fuera revelada a cada segundo, con la categórica certeza que la voz de un Dios impone, ¿qué nos quedaría por decir a nosotros? Si no hubiera misterios, silencios, dudas, preguntas, etc. toda nuestra capacidad de inventiva, nuestra imaginación, nuestro ingenio, nuestra curiosidad no existirían. Es el silencio de Dios lo que provee de misterio a la vida, lo que nos sitúa en posición de ser interpretes del mundo y su contenido. El silencio de Dios es un regalo, una oportunidad para desarrollar todas esas cualidades que el hombre ha descubierto en sí mismo por necesidad. La ciencia, la medicina, la religión, la filosofía, la literatura, todo, ha surgido como respuesta a ese silencio. Somos lo que somos gracias al silencio. Todo lo que hemos creado que merece la pena, nace y parte de la necesidad de obtener respuestas.
Por eso, “El Silencio”, es el título más sincero y esencial que se me ha ocurrido para esta columna, que espero pueda contribuir a ese inmenso telar en el que los que buscamos ser amonestados por Dios nos permitimos colaborar. Con osadía y aun a riesgo de errar, ponemos a prueba El Silencio de Dios, le tentamos a romperlo con nuestro escribir. Porque nada nos gustaría más que saber por su boca que nos equivocamos.
Samantha!
Que bueno encontrarte en Culturamas. Espero con impaciencia tus columnas.