Rue de l’Odéon
Por María Anaya Volpini.
Rue de l’Odéon. Adrienne Monnier. Editorial Gallo Nero, 2011. 256 páginas. 21 €.
Bienvenidos a la Maison des Amis des Livres, en Paris. Adrienne Monnier, dueña de esta librería, nos invita a pasear entre páginas por los recuerdos de lo que fueron varias décadas viviendo la literatura en primera persona. Proust, Benjamin, Prévert, Breton, Gide, Joyce… los grandes nombres no sólo se acumulaban en los tomos de sus estanterías, sino que también visitaban a la librera en carne y hueso.
El inevitable reconocimiento que Adrienne brindaba a tan ilustres visitas iba mucho más allá de una cubierta adornada con sus nombres. A lo largo de todo “Rue de l’Odéon” la autora demuestra una sensibilidad excepcional capaz de hilvanar el carácter de cada escritor con el de su obra para acabar volviendo a los hombres, los amigos que la acompañaron durante tantos años en la aventura de ser librera.
Convertir el oficio de librera en una aventura parece algo casi evidente a lo largo de los capítulos en los que Adrienne nos narra cómo los escritores iban entrando en su espacio, uno a uno, mientras en la calle sucedía la guerra (Adrienne montó La maison des Amis des livres durante la primera Guerra Mundial y pasó en ella la segunda). Ver a un André Bréton exponiendo sus primeros textos ante una Adrienne capaz de reconocerle mucho antes de convertirse en el padre del surrealismo, da una idea del valor de aquella librería como centro importante (aunque no único, tal como la autora reconoce) donde se hablaba el idioma de la literatura más moderna del momento.
Rue de l’Odéon es un libro del que aprenderán mucho todos aquellos que deseen dedicarse a eso que hoy llamamos “gestión cultural”, desde el cómo montar un negocio cultural con veinte pocos años (con mucha pasión y conocimiento sobre su contenido, principalmente) a cómo crear un “Gabinete de lectura” donde sólo se lea a autores vivos y vecinos habituales de nuestro escaparate. Pasando por cómo gestionar la traducción de títulos como el “Ulises”, para lo que una cuente con la inestimable, aunque peligrosa, colaboración de su autor y con la de otros escritores difíciles de domar (la pulsión de escribir algo propio luchando contra la oportunidad de hacer la primera traducción de la novela más importante del siglo XX).
Se trata de un libro especialmente indicado para quien tenga interés en cualquier aspecto de la gestión que hace posible la vida de los libros, pero también para los apasionados por aquel París de primera mitad del siglo XX, ya que “Rue de l’Odéon” completa el cuadro descrito por otros testigos de la época como Brassaï (“Conversaciones con Picasso” o “Henry Miller”), Kahnweiler (“Mis galerías y mis pintores”), etc.
Para celebrar a Adrienne y a su librería, muchos escritores quisieron brindarle unas líneas. Algunas han sido incluidas al principio de “Rue de l’Odéon, como invitándonos a continuar sin desviar la atención para comprender y saber más. Prévert abre así el apetito:
“… Extraños nombres surgían de las frases más simples,como el santo y seña de una sociedad secreta muy singular: Fogar, Smerdiakow(…), Bubu de Montparnasse, Eupalinos…
Y luego los jóvenes se iban, sacando con ellos bajo el abrigo las hermosas castañas del fuego de la conversación, libros intonsos, facsímiles y numerados. Modestos y anónimos representantes del comercio de ideas, ideas que se revenderían no muy lejos, en los muelles.
Y luego caía la noche (…)”
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Para celebrar a Adrienne y su librería, muchos escritores quisieron compartir algunas líneas con ella. Algunas se han incluido al comienzo de “Rue de l’Odéon, como invitándonos a continuar sin desviar nuestra atención para comprender y saber más.
como invitándonos a continuar sin desviar la atención para comprender y saber más.
El inevitable reconocimiento que Adrienne brindaba a tan ilustres visitas iba mucho más allá de una cubierta adornada con sus nombres.