Leopardi: voluntad de síntesis entre la vida y la muerte

 

Por Carlos Javier González Serrano.

 

Giacomo Leopardi

En la actualidad Leopardi es un poeta y pensador escasamente conocido que, sin embargo, no sólo tuvo una inmensa influencia en escritores románticos de su tiempo (vivió de 1798 a 1837), sino también en autores posteriores de muy diversa índole.  Los lectores y estudiosos de su obra tienden a catalogar a este genio “inclasificable” (tal vez al modo en que Montaigne o Sade también lo son) de contemporáneo más que de clásico. ¿Por qué?

 

Si bien podemos afirmar que Freud destapó las entrañas del inconsciente en el seno del individuo, en la producción de Leopardi observamos este mismo proceso a una escala más global: con suma lucidez, encontramos en sus pensamientos y poesías las corrientes subterráneas que imperan por igual en su época y en la nuestra: «nosotros somos verdaderamente hoy pasajeros y peregrinos en la tierra; verdaderamente caducos: seres de un día: por la mañana en flor, a la tarde marchitos o secos», escribía en sus cuadernos. En Leopardi topamos con una voluntad de síntesis que roza la obsesión: un impulso por vivir, un ahínco por reconciliar las contradicciones inherentes a la vida misma y que pugna incesantemente por aunar las fuerzas necesarias para seguir adelante en este mundo de engaño.

 

En una de las anotaciones de las más de cuatro mil páginas que componen sus Pensamientos leemos el siguiente fragmento: «el dolor del hombre al experimentar un placer consiste en ver inmediatamente los límites de su extensión […]. La melancolía, lo sentimental moderno, etc., son, precisamente por eso, tan dulces, porque sumergen el alma en un abismo de pensamientos indeterminados de los que no sabe ver ni el fondo ni los contornos».

 

En 1833, Leopardi compone en Florencia uno de los poemas más importantes de su producción por la relevancia que tendrá en el conjunto de su vida y obra, así como en autores posteriores: “A se stesso” (“A sí mismo”), donde declara la vacuidad de la vida y se inclina por el amor a la muerte. María de las Nieves Muñiz Muñiz, especialista y traductora de Leopardi al español, explica en la edición de los Cantos completos de Leopardi (publicados en Cátedra) que «lo que  aquí se narra no es […] el fin de las bellas esperanzas incumplidas, sino el desvelamiento repentino de su radical falsedad; nada se disipa, todo se reconvierte en su contrario».

Este breve poema, por muchos considerado como una suerte de precursor del pesimismo del siglo XIX, dice así:

 

Reposarás por siempre,
cansado corazón. Murió el engaño extremo,
que eterno yo creí. Murió. Bien siento,
de los caros engaños,
no la esperanza, hasta el deseo ha muerto.
Reposa ahora por siempre.
bastante ya latiste. Nada vale
tu palpitar, ni es digna de un suspiro
la tierra. Hiel y tedio
la vida, nada más; y fango el mundo.
Para ya. Desespera
la última vez. A nuestra especie el hado
no dio sino el morir. Desprecio siente
por natura y por ti, por el horrendo
poder que, oculto, en común daño impera,
y la infinita vanidad del todo.

Por otra parte, podemos hablar de su Zibaldone de Pensamientos (podéis encontrarlos publicados en Tusquets y DeBols!llo), obra en la que este poeta y pensador universal, fallecido a los t reinta y nueve años tras una larga y “romántica” enfermedad, dejó sentadas sus reflexiones sobre muy diversos temas de un modo que nos recuerda a los Ensayos de Montaigne: escritura clara con tintes autobiográficos cuya pretensión es difícil de catalogar. Los especialistas se refieren a estos fragmentos como un diario intelectual y vital, donde a la vez se ponen en juego la prosa poética, el ensayo filosófico y la literatura aforística en su vertiente moral.

 

Parece absurdo, y sin embargo es la pura verdad, que, puesto que todo lo real es una nada, la única realidad y la única sustancia del mundo consiste en las ilusiones.

Leopardi, Pensamientos

 

Leopardi inicia estos diarios en el verano de 1817, cuando rozaba apenas los veinte años de edad, abandonando su redacción en el invierno de 1832, un lustro antes de su muerte. Podemos considerarlos como el auténtico y genuino escenario en el que se desarrolla la lucha del poeta en su ambición por desarrollar una concepción personal del mundo. Estas memorias filosóficas nos acercan de manera decisiva a la actividad mental de Leopardi, y a través de ésta, a su poesía. Rafael Argullol explica en la “Introducción” de la edición de Tusquets que «el Zibaldone es una indagación, una exploración del mundo pero asimismo, y no menos determinante, es un autorreconocimiento, sistemático y despiadado, mediante el cual el autor, a partir de premisas todavía frágiles, trata de alcanzar concepciones fuertes», por mucho que notemos el carácter introvertido del poeta, que considera que lo más hondo de su intimidad ha de permanecer en cierto sentido camuflado e incluso «enquistado en el organismo conceptual que quiere penetrar en el cuerpo universal de la existencia. El conocimiento está, por supuesto, indisociablemente unido al destino personal, pero se diría que éste quiere manifestarse, por encima de todo, como conocimiento».

 

Todos los deseos y esperanzas humanas, incluso en el caso de los bienes o placeres más determinados, así como de los que ya se han experimentado otras veces, nunca son completamente claros, distintos y precisos, sino que siempre contienen una idea confusa, siempre se refieren a un objeto que se concibe confusamente. Y a ello, y no a otra cosa, se debe que la esperanza sea mejor que el placer, porque contiene ese algo indefinido que la realidad no puede contener.

Leopardi, Pensamientos

 

Los Pensamientos muestran las pretensiones del autor por forjar y poseer un sistema propio. Sin embargo, y quizás sea este uno de los puntos más interesantes de la lectura de esta obra, Leopardi va cobrando consciencia de que esta aspiración de sistematicidad se desgarra paulatinamente a medida que constata el hecho de que conocer es en último término desengañarse de toda posibilidad de unidad, y por tanto, de toda posibilidad de erigir un sistema: por eso los problemas que se plantean en el Zibaldone no son presentados tanto en términos de verdad como de vitalidad. Leopardi lucha encarnizadamente contra el tedio, un tedio universal y necesario pero que se ensalza como el gran enemigo del hombre como su eterno acompañante: la razón no debe dominar sobre la imaginación, impidiéndole el acceso al terreno de las ilusiones. Así lo explica el propio autor, con ciertos tintes rousseaunianos: «Considero que la razón, en la que se quiere ver la fuente de nuestra grandeza, y la causa de nuestra superioridad con respecto a los animales, no desempeña aquí función alguna, salvo la de destruir, destruir lo más espiritual que hay en el hombre, porque no hay nada más espiritual que el sentimiento ni nada más material que la razón, puesto que el raciocinio es una operación matemática del intelecto, y materializa y geometriza incluso las nociones más abstractas». El tedio se sitúa como el primogénito de la ciega soberbia de la razón.

 
 

El niño es siempre franco y espontáneo y, por tanto, siempre está dispuesto y muy atento a la acción, porque a ello lo impulsan las fuerzas naturales de la edad, que él emplea en toda su amplitud, siempre que no sea deformado por la educación. Y todos observan que la timidez, la desconfianza de sí mismo, la vergüenza, en suma la dificultad para actuar, es en un niño señal de reflexión. Tal es el magnífico efecto de la reflexión: impedir la acción.

Leopardi, Pensamientos

 

La humanidad debe jugar con el olvido de los límites y provocar grietas en el tiempo para así poder ensanchar su espacio ilimitadamente, posibilidades que sólo quedan abiertas, empero, mediante el ejercicio de la imaginación y la acción, por mucho que a fin de cuentas acabe por producirse lo que más tarde Baudelaire denominará “la caída en el tiempo”, esto es, el reencuentro con el límite, con la imposibilidad de una existencia feliz y la constatación de nuestra lucha por subsistir. Leopardi pretende emular a los antiguos a través de su obra, fomentando la fortaleza para enfrentarse a la funesta realidad, pues, como nos dice, «el placer infinito que no puede encontrarse en la realidad se encuentra en la imaginación», en el campo abierto de las ilusiones que, aunque fantasmagóricas, nos presta socorro a la hora de hacernos cargo del dolor, la melancolía y el abismo existencial ante el que nos coloca la vida. Una magnífica lectura para comprender los albores de la modernidad literaria y filosófica.

 

La razón es enemiga de toda grandeza: la razón es enemiga de la naturaleza; la razón es pequeña. Las cosas que llamamos grandes suelen salirse de lo ordinario y como tales entrañan cierto desorden: pues bien, la razón condena ese desorden.

Leopardi, Pensamientos

 

No basta con entender una proposición verdadera, es necesario sentir su verdad. Existe un sentido de la verdad, como el de las pasiones, los sentimientos, la belleza, etc.: que percibe lo verdadero, como se percibe lo bello. Quien la entiende pero no la siente sólo entiende lo que significa esa verdad, pero no entiende que sea verdad, porque no experimenta su sentido, es decir su capacidad de persuasión. Una gran lección para unos tiempos preñados de falsedad

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