Editorialmente hablando: Acuarela Libros.
Por Juan Carlos Vicente
Arrancar la Luna a la noche y ponerla a los pies de nuestra amante sin esperar nada a cambio. Agradecer la huella de su tacón y asumir que el día derretirá el gesto y en nuestras manos vacías sólo quedará la satisfacción privada pero nunca nos verán juntos en público. Eso es editar y escribir, y no conviene nunca olvidarlo.
Si añadimos una crisis mundo-mundial y una ley para proteger “los derechos del creador”, el inexplorado rio Congo de la red nos convierte en una especie de Marlow en busca de las entrañas de la literatura y que no tiene del todo claro cómo reaccionará Kurtz ante nuestra iniciativa.
Hablamos con Acuarela Libros de porqué mantener ciertas posturas frente al negocio, ser consecuente con nuestros principios y no ser encerrado por ello en un confortable manicomio atestado de locos.
Comienza nuestro viaje hacia el corazón de las tinieblas.
Sois una editorial pionera en el copyleft y en la publicación de libros bajo licencias de la Creative Commons, defendiendo como premisa el uso no comercial de la copia. Seguro que muchos piensan que es un suicidio empresarial. ¿Es buena la respuesta del lector a este tipo de iniciativas, es decir, se permite una mejor difusión de las obras que luego se traduce en ventas de libros en papel?
No tenemos estadísticas, pero nuestra sensación es claramente positiva. Hay libros que han funcionado muy bien económicamente y están desde el primer día disponibles en la Red. Como todo el mundo sabe, el mercado editorial está saturado y, por tanto, todo lo que promueva la visibilidad es un bien precioso (sobre todo para los “pequeños”, que no tenemos una presencia asegurada en prensa o mesas de novedades). Las licencias Ceative Commons contribuyen a esa ampliación de la presencia, autorizando y animando la copia y la libre circulación (el compartir). Así, la Red se convierte en una especie de biblioteca donde los libros se pueden ojear y leer, y eso redunda luego en su venta. La Red y las librerías pueden ser aliadas, no necesariamente enemigas.
Todo esto que decimos tiene mucho que ver desde luego con el mundo específico del libro. La lectura en pantalla de un tocho de 300 páginas está al alcance de pocos ojos mutantes aún y no hay casi nadie tan descuidado como para regalarle a su pareja un taco de folios DIN3 grapados en lugar de un libro como dios manda. Veremos qué pasa ahora con el libro electrónico (¡y también con el progreso de los ojos mutantes!). Pero el reto siempre será el mismo: dar con los modos de conjugar la circulación libre del conocimiento y la retribución justa por el propio trabajo. Encontrar un equilibrio entre ambas cosas y no considerarlas vasos comunicantes. Las licencias CC lo han permitido durante los últimos años, eso es un hecho, pero igual en el futuro hay que inventar otras herramientas.
¿Qué os hizo decidiros por esta política de mercado?
Los primeros argumentos fueron éticos y políticos. El origen de Acuarela libros arraiga en el mundo del fanzine. En la universidad publicábamos una revista llamada “Apuntes del subsuelo”. Y hacíamos nuestros los principios de la cultura del fanzine: lo importante es hacer, hacer con poco y hacerlo tú mismo; es legítimo y saludable copiar y pasar. Publicábamos fragmentos de los autores que nos gustaban sin pedir permiso a nadie, aplicando un uso muy desenvuelto del derecho a cita.
Más tarde esos principios se fundieron de alguna manera en el ADN de Acuarela libros. Participamos activamente en los inicios del movimiento copyleft, donde se elaboró una reflexión muy fina y compleja sobre la cultura libre. Resumiendo mucho, afirmábamos que la cultura es 1) un bien infinito (porque la lógica en el mundo digital es de abundancia y no de escasez) y 2) un bien común (la creación es un hecho colectivo y anónimo). La consigna que deducíamos de esos dos principios es que “la creación se defiende compartiéndola”. Las licencias CC fueron la herramienta práctica que nos permitió concretar esa filosofía general en una política editorial sostenible económicamente, en el sentido de que recuperábamos las inversiones para publicar más libros.
A primeros de año participasteis en uno de los muchos careos del gobierno con creadores de varios ámbitos artísticos para tantear los efectos de la Ley Sinde. Esta reunión, en la que participaban figuras de muy distinta posición a la vuestra (entiéndase personas que viven holgadamente de lo que crean, ya sea música, cine, literatura, etc.), provocó un desencuentro público que apareció reflejado en La cena del miedo, un artículo aparecido en vuestra página que tuvo una gran repercusión en la red. Hace poco ha estallado el supuesto escándalo de la SGAE. ¿Quién roba a quién su parte del pastel? ¿No creéis que quizá fuera algo tan sencillo como una repartición de los medios a favor de unos y de otros, evitando ciertos comportamientos dignos de la época de los caciques en el tema de subvenciones, promociones con dinero público, etc.?
Lo más irritante de esa cena ministerial fue la desenvoltura con la cual algunos representantes de la cultura mainstream se hacían pasar por los portavoces de la cultura en general y de los trabajadores culturales en particular, como si sus problemas fuesen los mismos. En realidad es culpa de todos los demás, que nos dejamos representar. Yo no tengo recetas ni soluciones para los problemas que pone sobre la mesa un mundo que es y será infinitamente reproducible, copiable. De hecho la única propuesta que lancé entonces fue la de abrir un debate público entre creadores, autores y trabajadores de la cultura. Me parece vital que afloren esas voces tapadas y que una realidad múltiple y compleja como la de los creadores y los trabajadores culturales no pueda ser reducida e identificada completamente con los intereses de la industria cultural.
Se trataría de un debate directo, sin intermediarios, donde cada cual pudiese hablar con su propia voz. Para escucharnos y pensar juntos: ¿cómo trabajamos, de qué vivimos, cómo nos afectan realmente la descargas, qué podemos hacer, qué estamos inventando ya? Por un lado, sería una manera de empezar a hablar en nombre propio y, por tanto, de empezar a auto organizarse. Por otro lado, ese debate directo y desde abajo podría permitirnos ver más claro lo que está pasando, porque es muy difícil orientarse en esta realidad tan opaca donde sólo hay discursos propagandísticos que “ven lo que quieren ver” (estadísticas y datos instrumentalizados por la retórica del miedo, etc.). Ver claro me parece el primer paso necesario para una acción precisa.
Ahora que parece que no hay dinero para nada relacionado con la literatura (cada semana aparece en prensa un nuevo festival que no se celebrará), ¿puede ser el momento de considerar el libro electrónico en serio?
No hemos investigado apenas nada sobre el e-book, ni tenemos una opinión específica al respecto que pueda ser de interés. Nosotros insistimos aún con el libro físico, confiando en que es una buena tecnología y que sobrevivirá. Supongo que en el fondo lo hacemos porque nosotros mismos -nuestra cabeza y nuestra manera de leer- está muy hecha a la medida del libro físico. Jan Martí, amigo editor de Blackie Books que ha investigado un poco más sobre el libro electrónico decía: “me da la impresión de que todos los avances del libro electrónico consisten en que se parece cada vez más a un libro físico…”. Entonces el desafío para nosotros es cuidar bien todos esos aspectos y detalles que diferencian un libro físico de un libro electrónico, el valor singular que tiene el libro-objeto no sólo como fetiche sino también como una forma de organización específica de la información.
Parte de los libros que publicáis son revulsivos sociales en lo que a temática se refiere. ¿Debe aún despertar el lector y aprender a leer (pensar)?¿O quizá parte del éxito masivo de ciertos libros (best sellers) sea justamente ese, que no queremos que nos despierten para no ver lo que realmente sucede a nuestro alrededor?
Se habla de una pérdida de importancia de la palabra escrita en el mundo de la comunicación rápida y de la Red, una “crisis de palabras” en los términos del autor de Acuarela, Daniel Blanchard. Nosotros pensamos más bien que están apareciendo nuevos usos y lugares de la palabra. La fuerza de la palabra -tomada en las plazas, escrita en octavillas o carteles e intercambiada en las asambleas- ha sido por ejemplo un elemento clave en el 15-M, un motivo grande de alegría para nosotros. La palabra es un arma cuando entra en conexión con las necesidades de nuestra vida.
Hay que decidirse entre suponer al lector como alguien inteligente o estúpido. Nosotros nos decidimos por la capacidad del lector, apostando por su inteligencia para ir más allá de los estereotipos y las palabras fáciles. Y nos sentimos exigidos por ese mismo lector a la hora de seleccionar y presentar los libros de Acuarela. Cada libro es una propuesta que quiere plantear algún problema o mirada especial sobre la actualidad de la vida común (aunque el libro sea antiguo). Son también mensajes en la botella para establecer nuevas complicidades y nuevas amistades.
Tenéis un catálogo en el que se puede encontrar desde libros de memoria política e histórica, a poesía o novela de autores no demasiado conocidos en España, ¿cómo elaboráis dicho catálogo?
El nombre de Acuarela define tal vez nuestra trama: una coherencia hecha de retazos heterogéneos, distintos pigmentos agrupados un poco azarosamente, cruces imprevistos entre diferentes mundos y trayectorias (un sello discográfico, una revista común, un grupo de música, militancias compartidas, etcétera.). Nuestra goma arábiga, nuestro aglutinante, sería la amistad: una experiencia, una sensibilidad, una mirada y unos modos de trabajar comunes. Cada cual viene con la mochila de cosas que importan y la conciernen, pero hay líneas de fuerza comunes: por ejemplo, el pensamiento radical y el underground cultural.
Lo que está en crisis con el auge de la cultura digital es el papel de los intermediarios, pero cada vez serán más necesarios los mediadores. Nosotros nos resistimos en lo posible, desde el primer momento, a la figura del editor-intermediario que simplemente compra derechos y traduce libros. Y tratamos de hacer aportaciones propias que enriquezcan lo editado: una propuesta gráfica singular, una entrevista, un prólogo, un documento inédito… que prolongue los sentidos del texto. Es un trabajo que nos encanta hacer, porque los libros que publicamos nos tocan vitalmente. Las redes sociales nos permiten ahora prolongar aún más los sentidos de un libro: aportar materiales, hacer conexiones, abrir conversaciones. Cada libro es el satélite de una auténtica galaxia de elementos posibles. Es la diferencia entre el mediador y el intermediario: uno activa esa galaxia y el otro simplemente se aprovecha de las distancias (por ejemplo, entre escritura y mercado).
¿No os interesan los autores españoles o por el contrario es más difícil su publicación y posterior vida editorial?
No hay decisión establecida al respecto, nada consciente o premeditado, eso significa simplemente que frecuentamos y leemos más a autores extranjeros. Pero alguna cosa de autores españoles sí hemos publicado: la poesía de Martín López Vega o de José Luis Rendueles, el ensayo sobre Thoreau de Antonio Casado y el libro sobre el 11-M del colectivo “Desdedentro”. Y ahora estamos preparando una antología de los poetas underground de la Transición española. Se trata de leer la Transición desde el testimonio político, existencial y creativo de aquellos que no quisieron “transicionar” con el resto hacia el consenso en torno a la democracia-mercado como único horizonte posible de la vida en común. En esta línea seguramente vayamos incluyendo a más autores españoles en el futuro.
¿Qué próximas novedades nos podéis adelantar?
En otoño aparecerá Estrella de la mañana, novela solista de uno de los miembros de la banda de escritores italianos Wu Ming (en concreto, Wu Ming 4). Entre sus personajes principales, Lawrence de Arabia y unos jóvenes Tolkien, C.S. Lewis y Robert Graves recién vueltos del frente de guerra. Tejiendo las relaciones entre ellos, los temas preferidos de Acuarela: escritura, mito, revuelta, acción política.
También tenemos a punto los Primeros materiales para una teoría de la Jovencita del colectivo Tiqqun, que nos parece una de las voces más fuertes y singulares en el pensamiento crítico contemporáneo. Se trata de un libro de amor. O mejor dicho, sobre la imposibilidad del amor en nuestra sociedad del espectáculo y la necesidad de reedificar otra educación sentimental, libre del yugo de la imagen y el consumo.
Antes de verano publicamos Cuerpo de Harry Crews. Es el primer libro que se traduce en castellano de unos de los autores americanos contemporáneos más salvajes, divertidos, grotescos, violentos e incorrectos. Y la acogida está siendo buenísima, como atestiguan las reseñas que vamos recogiendo en nuestro blog. Pronto lanzaremos la que fue su primera novela en 1968, The Gospel Singer. Un viaje al fondo más oscuro del sur estadounidense.
En una entrevista de hace unos años decíais que “todos vuestros libros están secretamente relacionados” y que “había mucho de hobby en vuestra labor como editores debido a que no “vivíais” de ello”. Editar sigue siendo una actividad de riesgo. ¿Seguís manteniendo ese espíritu o por el contrario el mercado obliga y castiga al editor a replantearse las cosas con los años?
Durante diez años sostuvimos la editorial con nuestro “tiempo libre”. A eso nos referíamos seguramente con lo de hobby. Ahora la palabra me chirría un poco. Porque la editorial no es un descanso ni un mero entretenimiento, sino una pasión y un trabajo (aunque no sea remunerado). Fue una decisión que tomamos en los orígenes y la hemos mantenido: que ninguno nos ganásemos la vida con la editorial. Si hubiésemos empezado ahora quizá la cosa hubiera sido distinta, o quizá no. La editorial se ajusta a nosotros (nuestros ritmos de vida) más que nosotros a ella. Y no pretende ser un modelo de nada para nadie. Está hecha para disfrutar -en ese sentido sí tiene parentesco con un hobby. Pero el trabajo voluntario tiene también sus límites. Nuestras vidas se complicaron naturalmente con el tiempo y no sé qué hubiera sido de nosotros sin el acuerdo de co-edición que firmamos hace cuatro años con Antonio Machado, donde nuestras propuestas encuentran ahora acogida, soporte, cariño y atención. En esa alianza estamos la mar de contentos. Seguimos vivos y con mucha ilusión por todo lo que hacemos.