El cazador oculto, J.D. Salinger.
Por Juan Carlos Vicente.
“Nunca te gusta nada de lo que pasa.”
Estas palabras en boca de una niña pequeña podrían resumir el conflicto interior de Holden Caulfield, protagonista del Guardián entre el centeno, pero también serían aplicables al autor de esta novela, J.D. Salinger.
Salinger (1 de Enero 1919-27 Enero 2010) nació en el seno de una familia acomodada. Eran los años de la Gran Depresión, de la catástrofe del 29, del suicidio, del hambre y del paro. Su infancia podría considerarse feliz, sin carencias, tal vez por eso en todas sus obras, la infancia y el papel de los niños en ella, sean uno de los temas recurrentes.
Aunque nunca fue un buen estudiante (debido a sus notas sus padres le inscribieron en una academia militar en la adolescencia) se matriculó en la Universidad de Nueva York en Arte, pero tras un semestre decepcionante tanto para él como para sus progenitores, su padre le ofrece la oportunidad de viajar a Europa con la intención de que aprenda idiomas y comience a desarrollar interés por el negocio familiar de la importación. La guerra aparta a Salinger de Europa tras una estancia en Viena durante la cual convivió con una familia de origen judío. De esta experiencia surgió su relato A girl I knew, dedicado a la hija de esta familia.
De nuevo en América comienza un curso de escritura creativa en la Universidad de Columbia, en la que conoce a Whit Burnet, el cual fue mentor en sus comienzos y con el que mantuvo relación a lo largo de los años. Whit fue el primero en aconsejar a Salinger que intentase publicar sus relatos en las revistas literarias de la época. Tras conseguir publicar un relato (The young folks) en la revista Story, de la que era editor Whit Burnet, y conocer el rechazo en otras muchas, consigue publicar en la prestigiosa New Yorker el relato Slight Rebellion Off Madison, en el cual aparece por primera vez Holden Caulfield.
En 1942 Salinger se alista en el ejército y permanece en él hasta 1944. La muerte, el horror de la guerra y la pérdida de fe en el ser humano en general, se instalan en su memoria como una fotografía grabada a fuego. Cómo en casi todos los soldados, hay un antes y un después de la guerra. Relatos como Un día perfecto para el pez banana y Para Esmé, con amor y sordidez, son un claro ejemplo del cambio gestado en Salinger. Los relatos que años atrás escribió resaltando los valores de la guerra, nada tienen que ver con el soldado suicida del primer relato. La idea de la muerte por un ideal absurdo, del tiempo perdido y del horror que condiciona al hombre tras su participación en una guerra, son claros ejemplos del tipo de escritor que estaba naciendo.
En 1951 se publica El Guardián entre el centeno.
“Di una cosa que te guste”
La huida circular que Holden emprende es un bucle sobre su propia personalidad. Escapar de todo, cuando nada te gusta. Volver a ese mismo todo porque nada te gusta. Y escapar, apenas unos instantes, a través de su hermana pequeña Phoebe.
Salinger retrata la adolescencia, y no es un retrato amable, pero tampoco es la adolescencia de cualquiera. Rimbaud podría ser Holden, y Salinger, en cierto modo, acabó siendo Rimbaud. Una huida hacia el descubrimiento y el vacío, un intento de encontrar algo real, de llenar los huecos que crecen como una enfermedad incurable en nuestro interior y que alimentamos con esa misma búsqueda. Su retrato de Holden, tanto por su lenguaje (toda una novedad para la época) como por sus ideas (deudoras de la angustia existencial rimbaldiana) son los pedazos del Salinger post-guerra. La relación con su hermana, la pérdida de la inocencia de Holden, la mentira, la verdad cómo idea utópica y salvadora (¿de qué, en realidad?) y una redención final que en realidad es un intento de volver a la niñez sin remedio ya perdida, hacen de El guardián entre el centeno, una lectura iniciática en la adolescencia como lo pueden ser En el camino, de Kerouac, o Rebeldes de Susan E. Hinton, con la diferencia de que el personaje de Holden no quiere, no acepta, que Peter Pan ha muerto y de su cadáver ya sólo nos queda el recuerdo, incluso el saudade de lo que pudo ser una infancia detenida en el tiempo.
También es un adelanto de lo que Salinger acabará haciendo respecto a su vida. Aunque publica tres libros más: Nueve cuentos (1953), Franny y Zooey (1961) y Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción (1963), en los que se presenta a la familia Glass y se trata de nuevo el tema de la niñez y la búsqueda de la verdad, o la credibilidad, el verdadero espíritu de Salinger se queda atrapado en El guardián entre el centeno. Su pasión por la mística zen acaba desembocando en un aislamiento prolongado en el que el autor se desvincula totalmente del mundo como personaje público, quedando sólo la palabra escrita y los millones de ejemplares vendidos de su primer libro. Esta negación a ser un títere literario y mediático, un personaje de índole pública en revistas en las que hablar una y otra vez de los mismos temas sobre los que ya había escrito, encajan perfectamente en la personalidad de Holden. A Salinger no le gusta el mundo que le ha tocado vivir, y económicamente puede vivir de los royalties. El aislamiento voluntario no parece tan mala idea. Tampoco el seguir escribiendo sin tener la presión de publicar y que los demás comparen, idolatren, amen u odien lo que has escrito. El cadáver de Peter Pan comienza a respirar de nuevo, Salinger está solo, en realidad es un adolescente que piensa que está rodeado de niños a los que no alcanza a ver debido a la altura del campo de centeno. Los niños corren, corren como niños locos hacía el precipicio que hay al final del campo. Su trabajo es agarrarlos antes de que caigan. Un cazador oculto entre el centeno, un guardián que nadie sabe dónde está.
Peter Pan envejeció, murió a los 91 años. Ahora su familia, las editoriales y los oportunistas intentan rescatar lo que escribió durante esos años de aislamiento. Nosotros esperamos, pero no se lo digan. “No cuenten nunca nada a nadie. Si lo hacen, empezarán a echar de menos a todo el mundo”.