La variedad del mundo
La variedad del mundo. Ignacio Gómez de Liaño. Editorial Siruela, 2009. 190 pp., 18,90 euros.
Por Ignacio González Barbero.
Al enfrentarnos a una expresión humana de carácter pictórico o literario tendemos a buscar siempre el sentido único que la explica y la determina, el cual suele ser, a nuestro juicio, de tipo descriptivo y/o narrativo. No estamos acostumbrados a asociar la obra artística a un pensamiento discursivo hecho y derecho, que sólo -decimos- pertenece a las obras filosóficas.
En este modo de comprensión radica el problema que Ignacio Gómez de Liaño pretende solventar en este texto gracias a su análisis de distintas obras estéticas, de las que enuncia su enorme calado reflexivo. Una pintura (un tríptico, concretamente) del Bosco da título al libro. Es el primer nombre registrado de lo que ahora conocemos como “El jardín de las delicias”. Con esta compleja pintura, el maestro de ‘S- Hertogenbosch, nos indica “que lo más elevado sólo puede expresarse mediante los conceptos paradójicos que surgen al combinar lo familiar y lo inusitado, el énfasis hermético y la llaneza epistolar. El artista-pensador quiere interpelarnos, movernos, escandalizarnos…” (p. 49).
Como leemos, estas manifestaciones humanas son lingüísticas, y todo lenguaje es una acción intencional que se ejerce sobre los receptores del mensaje en cuestión. La forma de lenguaje utilizada, que es la vía de acercamiento al espectador, determina la comprensión que tendremos de la obra. Las creaciones en este libro tratadas poseen un discurso sutil -que no simple- y reflexivo -pero no sistemático.
El autor, así, abre nuestro ojos ante realidades que nosotros pensábamos terminadas, al haber sido ya, descriptivamente, interpretadas. Autores como Velázquez y Las Hilanderas, Cervantes con su Quijote, o Gracián en su Criticón y el resto de su obra, nos muestran esta distinta manera de afirmar un pensamiento firme, sólido y conmovedor. Fijemos un ejemplo: “Velázquez sugiere que para él, como pintor, la salvación o excelencia del alma no está en la mera artesanía imitativa de Aracné, sino en el arte sublime de Palas. Yo no soy un simple artesano, viene a decirnos. No trabajo con meras materialidades, a la manera de las hilanderas, ni tengo las tontas pretensiones tecnicistas de la pobre Aracné, sino que expreso conceptos propios de la sabiduría divina” (p. 59).
Resulta muy beneficioso descubrir que la tradición filosófica de nuestro país se hace patente a través de este libro. En España, el pensamiento se dibuja con imágenes literarias y pictóricas. Estas imágenes se reflejaban en el espejo de nuestro entendimiento de una manera unilateral y sesgada, que sólo obtenía alimento de sus virtudes estéticas y no de la potencia intelectiva que en aquéllas late. Es hora de desembarazarse de este atávico prejuicio, que implica suponer que el pensamiento filosófico sólo es tal si es articulado en forma de conceptos (con definición única y exclusiva).
Lo que Gracián nos diría a este respecto es que, en realidad, un concepto es una imagen más, y toda imagen llama nuestra atención de manera tan rica y diversa que no podemos evitar sentir su fuerza sobre nuestro espíritu. Es una apariencia que incide de lleno en nuestra comprensión. A este respecto, Gómez de Liaño cita a Gracián : “Créeme que todo pasa en imagen y aun en imaginación en esta vida: hasta esa casa del saber, toda ella es apariencia. Qué, ¿pensabas tú ver y tocar con las manos la misma sabiduría? […] Bien es verdad que solía estar metida en las profundas mentes de sus sabios, mas ya aun ésos acabaron; no hay otro saber sino el que se halla en los inmortales caracteres de los libros” (p.149).
Con La variedad del mundo podemos concluir que: en la pintura y en la literatura, en tanto que realizadas por seres humanos, se encarnan representaciones constructivas, imaginativas y/o poéticas de la condición humana y sus preocupaciones más íntimas. Son películas de la vida que han vivido sus autores, marcadas por la diversidad de acontecimientos que nos alientan a preguntarnos por el sentido de lo que vivimos y pensamos, y, sobre todo, por el modo en que lo hacemos.
Primum vivere, deinde philosophari (Primero vivir, después filosofar).
Al leer tu reseña, he recordado lo que Dumas hijo escribe en el primer párrafo de “La dama de las camelias”: “A mi juicio, no se pueden crear personajes sino después de haber estuiado mucho a los hombres, como no se puede hablar una lengua sino a condición de haberla aprendido seriamente. Como no he llegado aún a la edad de inventar, me limito a relatar”.
Hola, Carlos.
Muy bien traído ese texto de Dumas hijo. Es una muy buena expresión de esa doble cara que, a mi juicio, se hace presente en el fondo (y la forma) de las formas pictóricas y literarias: el relato meramente descriptivo que expresa, sutilmente, y casi sin querer, una realidad existencial de gran carga teórica.
Un saludo y bienvenido a Culturamas, por supuesto.