FLM. ¿Qué has cogido en la Feria?
Por María Anaya
Fotografías de Pablo Álvarez
Este año he cogido menos libros de lo habitual. No por culpa de la crisis, sino por decidirme a comprar el último día, el único en esta edición que ha hecho calor calor.
Como groupie de libros, y no tanto de los autores, mi balance final de la feria se mide más por el nuevo peso que sumo a mi biblioteca que por las personas que hacen posible este evento tan cansado. Pero si a mí me agota una tarde de peregrinación exhaustiva por las casetas, no imagino el esfuerzo que estos días deben haber supuesto para quienes han aguantado lluvia y sol, día a día, entre casetas y pabellones.
En honor a los esfuerzos de todas las personas y títulos que han aguantado estos días la Feria del Libro, aquí va un resumen de lo que queda en mi recuerdo y en mis estanterías para rumiar en los próximos meses.
Ortografía de la lengua española.
¿No les suena un poco despectivo dicho así? Citar la “lengua española” en un título sin plantarle una buena mayúscula a cada palabra… Las tentaciones de volverse demasiado expresivo nos acechan en cada letra que tecleamos, pero tras los intentos de originalidad gramatical descansa la más que probable confusión de significado. Sea por culpa de esta sociedad que nos obliga a aprender otros idiomas (y por tanto sufrir una inevitable contaminación en las normas ortográficas que nos enseñaron en el colegio), o por cualquier otra excusa, no hace falta más que abrir este manual para sorprenderse con todo lo que desconocemos de la herramienta que más usamos a diario: el lenguaje.
Sólo lleva un día en casa y ya he aprendido que tras la fórmula de saludo en las cartas se escriben dos puntos y nunca una coma, esto es “Querido Piticli:” y que la RAE tiene un estupendo sentido del humor a la hora de poner ejemplos. Si os animáis a comprar este manual de supervivencia os toparéis con frases como” Eso es lo que me gusta del jazz, que mientras aporrean el bombo tu puedes dedicarte a descubrir a la rubia de la tercera fila”, perfecta para ilustrar el caso de “la coma tras relativos y conjunciones subordinantes”.
Aunque sólo sea por mandar callar al castrante corrector de Word, merece la pena tener este título a mano.
Siruela, Ofelia Grande y Jostein Gaarder.
Yo no sé el número de títulos que tengo ya de Siruela. Regalarme uno de Jostein Gaarder en la feria es una tradición que mi padre mantiene cada año. Como en esta edición no hemos podido ir juntos, ha aparecido un día con “El castillo de los Pirineos” metido en una de esas bolsas de papel con una escalera pintada que daban este año.
Es curioso, a mí nunca me gustó “El mundo de Sofía”, sin embargo, creo que ese libro está detrás de nuestra tradición. Cuando el resto de la familia nos abandonó en las visitas a la Feria, mi padre me enseñó la técnica del buen visitante: centrarse en las editoriales (que son quienes tienen todos los títulos, no una representación repetitiva de los más vendidos), y dónde estaban las más interesantes. Siruela siempre se ha encontrado entre las que merecían más tiempo de husmeo libresco. La simpatía de Ofelia y todo su equipo nos animó siempre a preguntar por los últimos títulos, y en mi caso, como el primero que había leído de su colección era “El mundo de Sofía”, la pregunta más fácil era “¿tenéis algo nuevo de Gaarder?”. En un número sorprendentemente alto de ocasiones, la respuesta era “Sí”.
Ahora ya no pregunto tanto por Gaarder, pero tengo un padre que no olvida las buenas costumbres. Deduzco que este año la respuesta ha sido “No”, porque “El castillo de los Pirineos” lo editaron en 2008. En cualquier caso pinta bien. La historia comienza en la terraza de un antiguo hotel en un fiordo noruego, con el recuerdo de una también antigua pareja reencontrada y un bonito mapa de la zona que invita a soñar. Sí, los mapas en los libros son una de las mejores invitaciones para adentrarse en su universo.
El viaje de Güendolina, de Carmen Santamaría
Da gusto cuando te enteras de que una autora a la que conociste hace años navegando entre blogs de escritores, presenta este año su segundo libro en la Feria.
Desde Sirius nos proponen esta historia, en la que Natalia ve como su vida metódica cambia bruscamente después de leer un libro que encontró perdido sobre un asiento de autobús. Mirándolo desde las primeras páginas, puedo decir que refleja muy bien la vida en cualquier edificio de Madrid, la delicada convivencia con esos desconocidos que gritan en nuestros patios interiores, las carreras para arrinconar esta vida de ciudad en unos horarios que nos dan sensación de control…
Pero me parece que a este mundo tan medido le quedan pocas páginas. Estoy deseando ver cómo ese libro abandonado en el bus cambia el rumbo de Natalia. Yo ya siento que subo por la Castellana con ella de camino a un viaje fantástico capaz de crear una sombra fresca en la ciudad de verano.
Pensar entre imágenes
Es el título del último libro de Jean-Luc Godard. Pero también una sensación aplicable a esta Feria del Libro donde todo son estímulos. Dice Godard que para él “El cine es un instrumento de pensamiento original que está a medio camino entre la filosofía, la ciencia y la literatura, y que implica que uno se sirve de los ojos y no de un discurso ya hecho (…) Al principio se creyó que el cine se impondría como un nuevo instrumento de conocimiento, un microscopio o un telescopio, pero muy pronto se le impidió desempeñar su función y se hizo de él un sonajero (…) visto que el cine cosechó enseguida un gran éxito popular, se privilegió su lado espectacular”.
Cabe preguntarse por el valor de un evento como la Feria, donde se intenta “hiper-estimular” nuestro afán lector acompañando la actividad en las casetas con “más de trescientas actividades” como anunciaba la organización, donde al final de la jornada Bob Esponja es quien más ha vendido (¿o firmado?) libros…
Pensar entre imágenes no es sencillo. Centrar la atención en la lectura de unas líneas que nos decidan a adquirir un libro mientras la megafonía recita los autores enjaulados del día, en un pabellón hay una banda de música que hace difícil entender qué nos intenta decir el vendedor, mientras tres o cuatro carritos de bebé nos atacan por todas partes y los dragones que cuelgan de la caseta nos dan en la cara… centrar la atención en un libro bajo semejantes circunstancias, decía, parece misión imposible. El problema del que hablaba Godard no es exclusivo del cine, parece como si hoy necesitásemos cientos de actividades distrayéndonos para sentirnos cómodos con la cultura.
Si en el cine se ha privilegiado el lado espectacular, en la literatura se ha forzado de manera muy poco natural. La Feria sigue siendo tradición para muchos madrileños, pero tal vez esa caída de las ventas (no correspondida con las ventas del sector en el año, que se mantienen), se deba a la confusión que causa tanto estímulo para los lectores.
El esfuerzo en gestión cultural de Pilar Gallego, Fernando Valverde y todo el equipo de la Feria ha sido muy importante, de eso no cabe duda. Este año hemos visto muchas nuevas editoriales reunidas en racimos dentro de diversas casetas. La oportunidad que les han brindado es también una oportunidad para los lectores, pero me pregunto por qué no valdrá con eso. Por qué la Feria no puede quedarse en lecturas y conversaciones pausadas con libreros y editores.