La función del periodista no puede desaparecer nunca
Entrevista a cargo de Cristina Consuegra.
El Mundo del revés (Planeta Rojo, 2010), de Horacio Eichelbaum, recopila la trayectoria profesional de este peculiar periodista y analista político; y escribo lo de peculiar porque pocas personas se han enfrentado a la realidad con una visión tan extrema o al límite, tan original sobre el mundo actual; visión que escapa, por mérito propio, de la censura que limita y asfixia a los medios de comunicación, y que nace de la libertad de pensamiento de su responsable.
Con prólogo de Carlos Taibo y dividido en cuatro apartados –“Tiempos de guerra fría”, “Siglo XX: a modo de balance”, “Perfil del nuevo siglo” y “50 postales del XXI”-, el libro hace un recorrido por los diferentes artículos y textos que, habiendo sido creados desde contextos político sociales distintos, comparten la clara vocación de provocar reflexión, incitar al lector a pensar por sí mismo; ofrecer esa otra realidad que en ocasiones intuimos que existe.
¿Qué puede encontrar el lector en El mundo del revés?
Podríamos empezar por invertir la pregunta: ¿qué puedo esperar yo de un lector? Puedo esperar, por ejemplo, que, si es auténtica tanta perplejidad ante lo que está pasando en el mundo, quiera encontrar una cierta coherencia para analizar la realidad. Mi visión del mundo puede resultar muy ‘personal’ pero en realidad es fruto de una observación permanente y meticulosa durante más de 50 años. No es que yo vea más que nadie o mejor que nadie. Lo que ocurre es que el sistema necesita deformar constantemente la realidad. Y si uno logra superar los estereotipos que el sistema alimenta, le queda todavía superar los prejuicios con que muchas veces juzgan la realidad algunos críticos del sistema porque, a fuerza de simplificar o de querer forzar un análisis ideológico, también ellos terminan por deformar la realidad. Tratando de protegerme de esas deformaciones (del pensamiento único y de la crítica que solo cuelga etiquetas) puedo ofrecer una visión de la realidad coherente y contrastada a través del tiempo. El libro reproduce análisis de 3, 5, 10 y hasta casi 40 años de antigüedad, que han sido válidos en su momento y en muchos casos siguen vigentes ahora mismo. Ese es mi aval. Y eso es, en definitiva, lo que puede encontrar el lector.
¿Y qué espera de este título?
Del título espero lo que siempre los periodistas esperamos de los títulos: que ofrezca un indicador de lo que hay dentro, que convoque al lector a internarse en el libro. En este caso, espero que eso de ver ‘el mundo del revés’ sea una forma gráfica y sintética de aludir a lo que respondí a su pregunta anterior.
Usted es uno de los periodistas que más críticas ha lanzado contra el sistema capitalista imperante, así como uno de los que más atentamente lo ha estudiado. ¿Cuándo nos vence definitivamente el sistema?
Antes de responderle me gustaría hacer una aclaración. Yo personalmente creo que cada pueblo debe poder darse el sistema social, económico y político que desee, sin imposiciones de ningún imperio. Con esto quiero decir que mis críticas al sistema tienen que ver, sobre todo, con que nos está imponiendo a todos una cultura centralizada y homogeneizada a la fuerza… además de que, con una meta de enriquecimiento feroz, se ha cargado los elementos más ‘enriquecedores’ –ya no en sentido económico- de esa misma cultura. Mis críticas van sobre todo a la imposición. Yo creo en la democracia como soberanía popular, no como un conjunto de formalismos que se quieren imponer a los pueblos. Los fallos del sistema capitalista actual son sangrantes pero mis críticas apuntan más que nada a la existencia de un superpoder y a la imposición de unas formas culturales homogeneizadas
¿Cuándo nos vence definitivamente el sistema? Podríamos decir que ya nos venció porque nos adoctrinó con el individualismo para convertirnos en manada, porque nos deslumbra con tecnología para convertirnos en consumidores compulsivos, porque invade países, bombardea pueblos, tortura… Pero la palabra ‘definitivamente’ creo que no encaja con ninguna realidad social. La sociedad está siempre viva y apenas comentas una caída ya te has perdido de ver cómo el caído se ha levantado… Yo no sé todavía lo que va a dar de sí esta cadena de insurrecciones populares en el mundo árabe-islámico pero los estallidos muestran que las resistencias surgen en cualquier momento y en cualquier lugar.
¿Y cuándo pierde el ciudadano su capacidad para decidir?
Eso sí que puede contestarse taxativamente: hace rato que el ciudadano perdió su capacidad de decidir… lo más propio sería decir que nunca la tuvo o que solo la pudo ejercer en ocasiones fugaces. ¿Alguna vez se nos consultó, por ejemplo –en España o en cualquier otro lugar- sobre la construcción de centrales nucleares? ¿O nos consultaron siquiera sobre las bases económicas y sociales sobre las que se construye la Unión Europea? Y sin embargo, la UE presume de democracia y vigila al mundo entero para dar los carné de demócratas…
Uno de los aspectos que trata más profundamente en su libro es la carencia de una articulación teórica que permita extender la resistencia, ¿en qué punto del camino estamos?
El comienzo del nuevo siglo nos encontró en una orfandad ideológica total. Pero hubo tal rechazo a reconocer ese derrumbe de las ideologías, tal ceguera, que probablemente esto inhibió la capacidad para ‘pensar’ la realidad desde otros enfoques. En este sentido, yo insisto en una perspectiva que admite una libertad tan amplia que probablemente resulte desconcertante a quienes necesitan asirse a principios ideológicos férreos para mantener su propio equilibrio personal. Como antes se lo comenté: ¿por qué no empezamos a pensar en términos de que cada pueblo decida, soberanamente, cuál será su camino, cuáles sus formas políticas…?
La globalización o la universalización de herramientas como las ‘redes sociales’ no es ningún obstáculo para que cada pueblo diseñe su propio futuro. Al contrario. Se trata de que el mundo sea una ‘red de pueblos’ y no un superpoder que constantemente castiga o golpea a quien no se somete a sus dictados.
¿Cree que queda esperanza para la revolución?
Creo que esta pregunta habría que reformularla. Incluso la palabra ‘revolución’ hay que revisarla. En mi libro ‘Un planeta a la deriva’ se plantea este problema. Si la condición ‘sine qua non’ para considerar que un hecho o un proceso son ‘revolucionarios’ es que representen un cambio estructural, habrá que ver si cumplen ese requisito las que hasta ahora tenemos como paradigmas de ‘revolución’. Si esos cambios profundos han podido ser revertidos desde poderes transnacionales, como en cierto sentido ocurrió con la propia Revolución Francesa y como hemos visto que le ha sucedido a la rusa y también a la china, que renuncia a su propia ideología para adaptarse a condiciones internacionales… ¿Cómo llamaremos entonces a esos procesos? ¿Son revoluciones, aunque se hayan revertido totalmente sus propuestas o se hayan desmontado las nuevas estructuras que habían creado? Mi impresión es que han sido todas revoluciones ‘nacionales’, como también la inglesa y la de la Independencia de Estados Unidos, y la mexicana… Ya no responden a las definiciones abstractas de ‘revolución’. Son revoluciones ‘nacionales’ para crear Estados-Nación (o al menos intentarlo). La búsqueda de Estados-Nación fuertes está, a su vez, íntimamente vinculada a los intentos (con mejor o peor suerte) de saltar la gran brecha entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado.
Desde esta perspectiva, todos los pueblos que no han podido crear Estados sólidos y darse sus propias formas de gobierno tienen una revolución pendiente. Y esto es, en gran medida, lo que pretenden también (lo llamen como lo llamen) los tunecinos o los egipcios. La cuestión central no se refiere a elecciones a la europea (aunque en algún caso pueda ser también un elemento importante) sino a liberar a estas naciones de dependencias externas y poder encaminarlas hacia un desarrollo acelerado. De hecho, el propio desarrollo, a nivel global, está siendo impugnado desde la visión más avanzada y más nítida del desastre que supone seguir creciendo sin límites aunque los recursos se agoten y se corrompa hasta el clima… Pero esto se advierte en la vanguardia de los críticos al sistema… en los vagones y en el furgón de cola por ahora se sigue pensando en puros términos de desarrollo/subdesarrollo.
Ahora que si su pregunta se refiere a una gran Revolución que se incluyó en diversos planes ideológicos, creo que esa está postergada ‘sin fecha’, tal vez porque sólo fue una fantasía.
La Unión Europea sigue empeñada en hacernos creer en un proyecto común… ¿A qué ha quedado reducida Europa?
Hace rato, prácticamente desde el fin de la II Guerra Mundial, que Europa es un enorme apéndice de Estados Unidos, en términos políticos. El continente ha seguido los proyectos del imperio Norteamericano y le ha acompañado incluso en los mayores desatinos, como fue la Guerra del Golfo o la invasión de Irak. Con la ampliación a ‘los 27’ se terminó de cerrar el paso a cualquier proyecto europeo autónomo. Y esto, por ejemplo, lo he escrito en varias oportunidades, cuando casi nadie (o nadie) veía así la realidad, como puede comprobarse en algunos artículos incluidos en ‘El mundo del revés’.
Usted lleva más de 50 años ejerciendo el periodismo; ante tanto cambio tecnológico y social, ¿qué papel le queda al oficio?
Esa polémica creo que está mal enfocada. Se mezcla constantemente lo instrumental –si periódico, si radio, si TV, si webs, si redes sociales, etc.- con lo esencial. La función del periodista no puede desaparecer nunca. Como por mucho que se difunda la información sobre las enfermedades y los medicamentos no se va a suprimir al médico. La misión del que se encarga de informar a la comunidad es necesaria y va a sobrevivir, cualquiera sea el formato en el que esa información se difunda. La crisis de nuestro oficio no surge de las nuevas tecnologías. Esa es la crisis de los medios masivos tradicionales de comunicación y no de la profesión periodística. Lo que ocurre es que la impresionante ampliación de los formatos para distribuir información y el inabarcable volumen de la información misma han creado dificultades muy grandes que obstruyen o destruyen los canales de comunicación tradicionales que, además, han perdido credibilidad.
Creo que en este nuevo siglo la forma de hacer llegar la información requiere un añadido interpretativo que, como se dice ahora, la ‘ponga en valor’. La gente sabe que no se puede fiar del todo de Wikipedia, que las redes sociales pueden echar a rodar bulos, que los grandes medios mienten y deforman sistemáticamente la realidad… (¡se miente o se falsea mientras se discute, bizantinamente, si se puede introducir ‘ficción’ disfrazada de información! ¡Pero si nos inventan permanentemente un mundo de ficción!).
En esas condiciones, hay que ‘barajar y dar de nuevo’: crear medios que muestren las diversas facetas de la realidad, que no se apunten a una interpretación única; que sean ‘neutrales’, que no tomen partido -lo que antes se le pedía a cualquier información honrada- y que así vayan ganando credibilidad; que incluyan interpretaciones diferentes, pero de modo constante, como ‘línea editorial’, y no asumiendo el pluralismo como un disfraz o como algo que hay que aparentar. Sería una manera de recuperar la misión que siempre tuvo el periodismo, apuntando a dos objetivos que tiendan a restañar la creciente incomunicación con el público: desbrozar la maleza informativa y recuperar la credibilidad, que no es sinónimo de una asepsia total sino de una absoluta honradez. Eso no tiene nada que ver con el formato: se podría y se debería intentar en todos los formatos.
Parece que la ciudadanía de los países del Mediterráneo comienza a despertar y reclamar un tipo de sociedad más libre y justa, ¿qué opinión tiene sobre esto?
Usted dice que se reclama un tipo de sociedad más libre y más justa y es probable que sea así. De un modo más inmediato se puede ver que reclaman aquello de ‘pan y libertad’, quizás porque saben que, a medio o largo plazo, la pérdida de libertad –la pérdida de soberanía popular, que es la libertad de una comunidad- termina por dejarles sin pan otra vez. Conseguir ahora solo pan sería literalmente aquello de “pan para hoy y hambre para mañana”. Ojalá puedan conseguirlo. De momento, ha muerto y sigue muriendo mucha gente. Da la impresión de que los árabes y musulmanes, haya o no de por medio una gran fe religiosa, tienen mucho valor y una enorme capacidad de sacrificio. En Occidente parece que los centenares de cadáveres de africanos son casi un hecho anecdótico. Fíjese de qué modo han tratado en Italia a los pobres tunecinos que escaparon de su país en las últimas semanas, mientras la demagogia sensacionalista proclamaba como héroes a sus compatriotas. Y no digamos que es una culpa puramente de Berlusconi porque la ‘ideología’ dominante en la Unión Europea en materia de inmigración es muy próxima a la de Berlusconi.
Otro asunto que usted refleja en su libro es la presencia de los avances tecnológicos. ¿Qué papel han desempeñado en el sistema?
Los avances científicos y tecnológicos frecuentemente son armas de doble filo. Eso lo sabemos por lo menos desde antes de la mitad del siglo pasado, cuando se estrenó la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki. Casi todas las nuevas tecnologías tienen aprovechamientos positivos y negativos. Lo que está absolutamente corrompido es el poder y nunca debemos perder de vista que el uso –o el control del uso- de las nuevas tecnologías está en manos del poder. Hablando genéricamente de avances se puede ver un ejemplo muy obvio: casi todos los alimentos vienen con fecha de caducidad, con una lista de los ingredientes que incluyen, con descripciones sobre las ventajas que nos ofrecen, etc.… Estupendo. Pero el conjunto de nuestra alimentación actual nos llena de substancias contaminantes. Comer productos naturales, sin aditivos, sin conservantes, sin colorantes, sin manipulación transgénica, etc. –lo que se comía habitualmente hace 30, 40 ó 50 años – es algo prácticamente reservado a la gente de un nivel económico alto.
¿Cómo va a modificar China el escenario político económico internacional?
Bueno, ya ha provocado modificaciones importantes. Lo que siempre insisto en subrayar, en esta cuestión, es que no debemos seguir la mala práctica de analizar la realidad con un parámetro básicamente económico. En este sentido, el poder de China es cada vez mayor. Pero el otro aspecto, el que se suele dejar de lado, es el poder estrictamente militar: la distancia tecnomilitar entre Estados Unidos y los demás países del planeta –incluida China- es enorme. Tanto en capacidad armamentística pura como en capacidad y velocidad de transporte; tanto en armamento atómico como en armamento convencional; y también en cuanto a la posible utilización militar de la atmósfera y del ciberespacio. De todos modos, también es verdad que la realidad es una y única y que la ‘invasión’ de Estados Unidos por ‘fondos soberanos’ chinos supone una fuerte presión sobre la política de Washington. Pero tampoco hay que olvidar que los norteamericanos utilizaron en varias ocasiones extremas su poder militar como ‘gran garrote’ que no necesitan emplear porque apenas revolearlo representa una terrible advertencia. En 1971 dispusieron la ‘libre convertibilidad’ del dólar, lo que en la práctica supuso a Europa perder unos 100.000 millones en la moneda americana de entonces. La sucesión de guerras ‘locales’ promovidas por Estados Unidos, comenzando por la del Golfo, también representaron ‘ajustes’ económicos que ayudaron a re-equilibrar a la superpotencia. Lo que quiero decir es que el ‘disuasorio’ chino, que es económico, tiene unos límites que no tiene el ‘disuasorio’ militar, que se puede usar incluso para ‘compensar’ los desequilibrios económicos.
En ‘El mundo del revés’ figura un artículo, titulado ‘El laboratorio chino’, en el que se esboza la idea (digamos que de ‘ciencia ficción’) de que el régimen chino, de silencio total y disciplinada obediencia, pueda ser un ‘ensayo general’ con la intención de aplicarlo al mundo entero. Para el capitalismo el funcionamiento de la dictadura china es algo así como el ideal soñado. Confío en que esa posibilidad no sea más que una pesadilla. Pero este forzado ‘idilio’ entre China y Occidente abre camino a la imaginación. Y al arranque de ese idilio está dedicado el primer artículo, de 1972, de los que integran ‘El mundo del revés’.