La casa del último amor de Neruda (2 de 2)
Por Marianne Rippes
En el primer nivel, en la entrada original de La Chascona nos encontramos con el bar y el comedor, que con los pasillos estrechos y los cielos bajos nos dan la sensación de un barco. Algo muy típico en las casas de Neruda, quien se describía a si mismo como un “marinero de tierra firme”.
Luego nos llevan al segundo piso, donde inicialmente estaban los cuartos de las visitas, pero que luego de la muerte de Neruda fue utilizado como despacho y habitación de Matilde. Posteriormente pasamos a “La Torre”, emplazada en la ladera del cerro, por lo que corresponde al segundo y tercer nivel de la casa. Este era el espacio privado de los dos amantes, y que se vio muy afectado -como el resto de la casa- tras un allanamiento producto del golpe de Estado de 1973 (a saber, Pablo Neruda fue un férreo militante del Partido Comunista), por lo que gran parte de la habitación es una reconstrucción de lo que fue.
Luego, cruzando un sendero que antaño fue el cauce de un canal que cruzaba todo el terreno, formando una cascada –y que actualmente, corre bajo tierra- llegamos al final del recorrido; el sector más alto de la propiedad, donde podemos ver el “bar de verano” (encontrándonos con algunas fotografías con personajes ilustres, de algunos de los poetas que inspiraron su obra, como Walt Whitman y Rimbaud, así como varios objetos de sus colecciones personales) convenientemente ubicado al lado de su biblioteca, su lugar de trabajo.
Personalmente, esta fue mi habitación favorita. Llena de objetos de sus múltiples viajes, cuadros, muebles hermosos (especialmente una mesa de centro decorada con instrumentos musicales), viejas estanterías con algunos libros -pues sus ocupantes originales fueron arrojados al canal durante el allanamiento, cortando el curso natural del agua, e inundando la planta baja de la casa- y, por supuesto, sus condecoraciones, como el Premio Nobel de Literatura y la Legión de Honor.
Además, en una habitación de la misma se encuentra la maqueta de la que habría sido su cuarta propiedad, a medio construir en el Cerro Manquehue (comuna de Las Condes, Santiago), pero cuyo territorio fue vendido tras su muerte.
La visita fue corta, pero muy satisfactoria, por la historia de la casa, su estructura, su entorno, y por supuesto, su vinculación con la literatura y la historia chilenas, y también me dio para pensar bastante. Me sorprendió darme cuenta de que por lo general nuestras ciudades y pueblos tienen tanto para ofrecer, pero muy pocas veces somos capaces de valorarlo.
Sé que el caso de La Chascona, hogar de uno de los personajes más importantes de la poesía Latinoamericana, no es excepcional; ni en Santiago, ni en el mundo, y creo que tiene que ver con una conciencia sobre el patrimonio cultural del lugar donde vivimos que aún debe arraigarse mucho más en la población.
Personalmente, pienso que Santiago es una ciudad hermosa, a pesar del smog, y no se queda corta a la hora de ofrecer monumentos, museos, espectáculos y demás atracciones culturales a quienes la visitan, mucho menos a sus propios habitantes.
Así que la invitación está hecha, sea chileno o extranjero. No sólo a visitar La Chascona en Santiago, u otras de sus casas, o la casa de Gabriela Mistral en el Norte de Chile, sino a hacernos cargo de nuestro propio patrimonio, y ser capaces de valorarlo y otorgarle un lugar importante en nuestras vidas, en las mismas ciudades y pueblos por los que transitamos diariamente
Fotos vía | Fundación Neruda