Kanye West: el camino del exceso
Por Mario Pérez.
Por mucho que la Filosofía se empeñe en situar la virtud en un punto intermedio entre lo austero y lo excesivo, a todos nos apetece apartarnos de vez en cuando del camino recto y darnos un buen atracón. Pues eso es precisamente lo que lleva defendiendo el señor Kanye West desde que irrumpió en el panorama musical cual elefante en una cacharrería: el exceso como forma de vida.
A lo largo de su corta biografía (el genio en cuestión sólo ha visto 33 primaveras), esta máxima ha quedado más que patente en su música y en sus apariciones públicas. Quizás conozcan por la prensa algunas de sus declaraciones, siempre narcisistas y grandilocuentes (llegó a espetarle a una atónita pop-star de 20 años que su premio al mejor videoclip debería haber sido para Beyoncé, todo ello en plena ceremonia de los MTV Music Awards). En su descargo, hay que decir que la diarrea verbal siempre ha sido moneda corriente entre las estrellas de la música, tal como demostraron en su día John Lennon (“Somos más conocidos que Jesús”), Noel Gallagher (“somos mejores que los Beatles”) o Pete Doherty (“Oasis me pueden comer la p…”).
No obstante, les aconsejo que no dejen que esas explosiones de ego les echen por tierra la oportunidad de disfrutar de algo tan único (e irrepetible por otros artistas) como su último disco, titulado muy apropiadamente My Beautiful Dark Twisted Fantasy [Mi Bella, Oscura y Retorcida Fantasía]. En él encontrarán, para empezar, más invitados y colaboradores que en una tertulia del corazón. La lista es casi interminable: Alicia Keys, Elton John, Rihanna, Jay Z, Fergie (de Black Eyed Peas), Bon Iver, John Legend, RZA… Es tal el elenco de celebrities que han querido participar, que el rapero se ha permitido el lujo de reducir la colaboración de Sir Elton John a un sencillo solo de piano de apenas unos segundos.
La producción del disco es monumental, casi wagneriana. Los sampleados se superponen y complementan a la perfección, dejando muy claro que Kanye West podría ser perfectamente el nuevo Moby del R&B. Coros, guitarras eléctricas, ritmos de beatbox y arreglos de cuerda perfectamente escogidos confabulan para ofrecer al oyente algo poco común en el panorama musical actual: un rap que se esfuerza desesperadamente por ser pop y, lo que es más importante, no se avergüenza de ello.
Así, su mejor obra hasta la fecha se caracterizar por darlo todo en todo momento, sin que la intensidad y la calidad mermen en ninguno de los 13 cortes del disco. Personalmente, destacaría la fuerza de “Power”, las rimas incendiarias de “Monster”, la radiofórmula de “All of the lights” y la rapsodia bohemia de “Runaway” (con un videoclip dirigido, producido y protagonizado por él mismo de tan sólo 34 minutos). A la primera escucha, queda claro que sus 12 Grammys no son, desde luego, inmerecidos.
La lírica se aleja de los convencionalismos del género (es decir, pasta, golfas y cochazos) para hacer las veces de vehículo de introspección y autocrítica, asemejándose, en términos de enfoque, a la del atribulado Eminem. Además, el tipo sabe que está hecho todo un personaje, así que incluso se permite el lujo de dedicar una canción a los capullos narcisistas como él.
En definitiva, teniendo en cuenta lo sobrados que suelen ir este tipo de artistas, se agradece encontrar de vez en cuando a alguno que nos ahorre los insultos. Y es que éste ya ha demostrado que, para ponerse a caldo, se basta él solito…
¿La “Filosofía”? Me parece a mí que se decantó mucho más por los excesos que por el comedimiento y los “términos medios”… Aquélla sólo se empeña por lo que la gente quiere que se empeñe, y este artículo es un buen ejemplo (o la cantidad de gente movilizada para ver el concierto en Barcelona de Lady Gaga, etc.).
Saludos;).