Por Silvia Gomes Álvarez.

La publicación: Journal of Neuroscience.  Lo que se afirma: se reconocen indicios o se comprueba que se puede “leer la mente humana”. ¡Oh, vamos! ¿Seguro?
Los científicos de la Universidad de Utah afirman que gracias a la colocación de electrodos en pacientes con parálisis avanzada se puede saber lo que el paciente pretende decir. El experimento se llevó a cabo de la siguiente manera: al colocar los electrodos en el centro del habla del cerebro del paciente y conectándolos a un ordenador, se le presentan diez palabras que, para los que adolecen de parálisis, tendrían gran utilidad: “sí, no, calor, frío, hambriento, sediento, más, menos, hola, adiós.” Estas palabras fueron repetidas por el paciente en varias ocasiones bajo la demanda de los científicos y, mediante la monitorización de los electrodos del cerebro de los sujetos fueron capaces de observar que en un índice de entre el 70% y 90%, cada una de las palabras emitía la misma onda cerebral. Es decir, que con la misma palabra se activaba la misma zona del cerebro en repetidas ocasiones.
Bradley Greger, el bioingeniero líder del equipo de investigación, no tuvo ningún reparo en afirmar que lo que habían conseguido no había sido sino dar con el hallazgo de la lectura del pensamiento. El experimento únicamente se ha realizado en una persona, pero B. Greger opina que esto sucederá así en todos los casos y que incluso no resultaría descabellado construir un traductor para los enfermos. Obviamente, podemos entender que este descubrimiento, por todos los riesgos que supone, incluyendo el colocar electrodos en el cerebro, es de gran utilidad para la comunidad científica, pero sobre todo es un importante avance para las vidas de los propios pacientes.
El cuestionamiento implícito de la afirmación de Greger es el siguiente: ¿de verdad que la correspondencia entre las palabras y las ondas cerebrales puede entenderse como leer el pensamiento en su más amplio significado? ¿Cada palabra activa una zona concreta del cerebro? ¿O existen varias palabras que se localizan en la misma zona? ¿Se podría hacer extensiva esta “lectura del pensamiento” a todo el resto de los mortales?
Durante siglos uno de los principales objetos de estudio y quehaceres del hombre se ha centrado en tratar de encontrar un modo de leer el pensamiento, ya sea por vías esotéricas (de las que navegando por la Red podemos encontrar miles, supongo que todas bastante inefectivas, aunque una servidora no las ha intentado siquiera) o por vías científicas, concretamente químicas. Un caso claro del intento “más científico” y menos humano (por su ausencia de miramientos morales) de esto tuvo lugar durante los aterradores años cincuenta y vino dado de la mano de la CIA con los Experimentos MK Ultra, experimentos que salieron a la luz en 1975. Estas investigaciones, a las que la CIA dedicaba aproximadamente un 6% de sus fondos, trataban, mediante la utilización de distintas drogas y la radiación, de leer y controlar la mente de los sujetos. Los procesos remitieron debido a la que muerte del sujeto sobre el que se experimentaba era demasiado frecuente. En principio se afirma que nunca fueron capaces de culminar su proyecto.
Quizá el principal problema que tiene el afirmar que se puede leer la mente es que, sin entrar en qué es anterior -si la mente o el lenguaje- o qué depende de qué, el lenguaje normalmente hace referencia a un metalenguaje que es el que realmente otorga significado a lo que las palabras en su aspecto más lógico y técnico expresan. Esto es, para leer la mente humana hace falta algo más que un método de correspondencia entre ondas y palabras, precisamente porque las palabras significan; y no significan exclusiva y únicamente lo que el lenguaje técnico más apegado al progreso positivista quiere que signifiquen, sino que una metáfora seguirá significando una cosa distinta de lo que está escrito literalmente en el papel. Si alguna vez se pudiera afirmar: «¡Señores, hemos conseguido leer pensamientos humanos!», entonces sería algo más que un análisis lingüístico. En palabras de Herbert Marcuse: «En suma, el análisis lingüístico no puede alcanzar otra exactitud empírica que la que extrae la gente del estado de cosas dado y no puede alcanzar otra claridad que la que se le permite dentro de este estado de cosas; esto es, permanece dentro de los límites del discurso mistificado y engañoso» (Ariel, 2009).

Y es que, una vez más la ciencia se jacta enorgullecida de traspasar unos límites que aún ni se han rozado.