Noel Pérez.
Cuando pensamos en la generación del 27, enseguida mencionamos a Lorca, a Alberti, a Vicente Aleixandre o a Luis Cernuda. Estos escritores, ya sabemos, unidos por la visión renovadora de la poesía y una actitud rupturista respecto a las formas tradicionales, marcaron un hito en la literatura española del siglo xx. Pero ¿por qué casi nunca incluimos en este movimiento a las mujeres que formaron parte activa de su desarrollo?

Old books on a second hand book market at Parque del Retiro in Madrid.
Entre ellas, una de las voces más originales y audaces, quizá sea la de Concha Méndez. Sin embargo, pese a su poesía dinámica y profundamente creativa, a su estrecha relación con los ya mencionados Lorca o Alberti, a su perspectiva única sobre la identidad femenina y el exilio, a su papel fundamental como editora y difusora cultural, su nombre ha permanecido en un segundo plano, eclipsado por el relato hegemónico de la literatura. ¿Cómo es posible que una voz tan potente permaneciera silenciada durante décadas?
- Una escritora en movimiento
Desde muy joven, Concha Méndez mostró un espíritu inquieto e independiente, algo nada común en las mujeres de su tiempo y clase social, destinadas al matrimonio y a las obligaciones domésticas. Nacida en 1898, en una familia acomodada de Madrid, su educación privilegiada permitió a Concha entrar en contacto con las ideas más innovadoras de su época. Pero fue en la adolescencia cuando descubrió sus dos grandes pasiones: el mar y la poesía. La primera, además de hacerla desarrollar un profundo amor por la aventura y los deportes, la llevó a practicar con cierto éxito la natación; incluso consiguió el primer puesto en los campeonatos de Guipúzcoa. La segunda, en cambio, resultó una llamada más íntima, pero no menos poderosa. Sus primeros versos, al igual que los de tantos otros, surgieron en la soledad de su cuarto, como un secreto personal que solo con el tiempo se atrevió a compartir.
Aunque su primera influencia adolescente proviene del modernismo de Rubén Darío, pronto empezó a interesarse por las vanguardias que llegaban de Europa. Así, en los años veinte, su poesía comenzó a llenarse de imágenes atrevidas, de un ritmo vertiginoso y de una energía que reflejaba su personalidad inconformista. Esta evolución la llevó a relacionarse con los círculos literarios madrileños y a conocer a algunos de los escritores más influyentes de su generación.
En este sentido, sería crucial el viaje que emprendió a Londres, Montevideo y Buenos Aires al escaparse con apenas veinte años, pues el periplo no solo le permitió acceder de primera mano a las corrientes vanguardistas que emergían en Europa y América, sino que alimentó su búsqueda de una voz poética propia. De dicho periodo es su poemario Canciones de mar y tierra (1930), cuyas imágenes de libertad y dinamismo reivindican la autonomía femenina y constituyen una particular narración de su viaje interior y exterior.
No obstante, su primera obra, marcada ya por esta exploración de nuevos horizontes, fue Inquietudes (1926), poemario impregnado de la modernidad, la velocidad y el empuje del mundo contemporáneo. En todo caso, por más que percibamos la gran influencia de los movimientos vanguardistas en los poemas, aun experimentando con el verso libre y las imágenes vigorosas y valientes de la nueva poesía, sobre ellos se precipita la frescura de una voz única y personal.
- Las Sinsombrero: mujeres en pie de guerra
En los años veinte, Madrid hervía de creatividad y la Residencia de Estudiantes era el epicentro de esta efervescencia, un espacio donde las nuevas corrientes literarias, artísticas y filosóficas se debatían con pasión. Sin embargo, a pesar de la aparente apertura de estos círculos, las mujeres seguían relegadas a un papel secundario.
A su regreso a España del mencionado viaje a Londres e Hispanoamérica, Concha se integró en las tertulias literarias de la capital. Allí enseguida entabló amistad con Lorca, Alberti, Luis Cernuda o Jorge Guillén, con quienes intercambió influencias y proyectos. Fue el propio Lorca quien le presentó a Manuel Altolaguirre en 1931, con quien se casó al año siguiente y junto al que fundó la imprenta La Verónica y la revista Héroe, donde Unamuno, Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez y muchos otros encontraron un espacio de difusión.
Por otro lado, Concha Méndez formó parte del grupo de escritoras y artistas conocido, a raíz del documental de Tània Balló, como las Sinsombrero, mujeres brillantes de la talla de Maruja Mallo, Josefina de la Torre o María Zambrano, que, al igual que Concha, compartieron el espíritu de renovación y ruptura con las normas establecidas tanto en el ámbito literario como en su vida cotidiana. Quitarse el sombrero en público, lo que hicieron simbólicamente en la Puerta del Sol en plena dictadura de Miguel Primo de Rivera, suponía una metáfora de su independencia y rebeldía: un gesto pequeño pero lleno de significado en una sociedad que consideraba que la mujer debía ocultarse y obedecer.
No cabe duda de que Concha Méndez, además de escritora, se convirtió asimismo en una agente cultural clave en la configuración del panorama literario de su tiempo. Y con todo, mientras sus compañeros masculinos consolidaban su prestigio en la historia de la literatura, ella, lo mismo que buena parte de las mujeres de su generación, acabó relegada a un segundo plano o directamente borrada del relato oficial.
- Poesía, modernidad y compromiso
Según dijimos, el primer libro de Concha Méndez, Inquietudes, mostraba una voz poética en plena exploración. En él, se perciben ecos del futurismo y el ultraísmo, y, en sintonía con las tendencias vanguardistas del momento, la velocidad, el movimiento y la exaltación de la modernidad están muy presentes. Pero su estilo, lejos de encasillarse en estas corrientes literarias, evolucionó hacia una poesía más introspectiva y personal.
De este modo, en sus siguientes libros, Surtidor (1928) y Canciones de mar y tierra (1930), el universo poético de la autora se amplía: el mar, la aventura, el deseo de libertad, la búsqueda de una identidad propia o el cuestionamiento del papel de la mujer en la sociedad se convierten en temas recurrentes. Aunque su poesía, como es lógico, se vuelve más madura y natural, conserva aún ese impulso vitalista, esa alegría y deseo intrépido que la caracterizó desde su primera obra.
Fue en esta etapa, a su vez, cuando conoció a Manuel Altolaguirre, poeta y editor con quien compartiría su vida y proyectos literarios. Juntos no solo editaron la ya mencionada Héroe, sino que publicaron distintas obras de los autores del 27 y revistas como 1616 o Caballo verde para la poesía, dirigida por Pablo Neruda.
- Guerra, exilio y olvido
Pero la Guerra Civil supuso, claro, un punto de inflexión en la vida de nuestra autora. Como republicana convencida, mostró un compromiso absoluto con la causa antifascista. De hecho, en 1939, la victoria de Franco la obligó a abandonar España junto a Altolaguirre y su hija Paloma. Su largo exilio la llevaría primero a París, luego a La Habana y, finalmente, a México, donde pasaría el resto de su vida.
En el exilio, pese a la dolorosa experiencia, Concha continuó escribiendo. De este periodo son Lluvias enlazadas (1939) o Sombras y sueños (1944), cuya madurez poética, pese a no renunciar a la energía de su primera etapa, incorpora una mayor carga emocional y una profunda melancolía, que al margen de reflejar la nostalgia por la patria perdida, reflexiona sobre la incertidumbre del destierro. En cualquier caso, y pese a cierto tono sombrío, su escritura mantuvo siempre la vitalidad de una mujer que nunca dejó de creer en el poder de la palabra como herramienta de resistencia y libertad.
Es cierto que el exilio, con una patria que se les cerraba para siempre, representó una experiencia devastadora para buena parte de los intelectuales republicanos. Pero en el caso de Concha, el destierro no solo constituyó la pérdida de su país, sino que al distanciarse geográfica y políticamente de los circuitos literarios españoles, su obra comenzó a desvanecerse de la memoria cultural. Al tiempo que sus compañeros varones lograban, en algunos casos, mantener su prestigio en el extranjero, muchas de las escritoras del 27, como ella, fueron postergadas a un papel menor: su doble condición de mujeres y exiliadas las condenó a una marginación todavía más honda.
Así, por mucho que Concha siguió vinculada a la literatura y a la imprenta en México, su nombre dejó de aparecer en las antologías y estudios sobre su generación. Por si fuera poco, Altolaguirre la abandonaría por otra mujer y fallecería en 1959; un golpe emocional y profesional del que nunca se recuperaría del todo. A partir de entonces, aunque Concha siguió escribiendo, su producción literaria se redujo considerablemente. Del 44 en adelante apenas publicó. Y en 1981 vería la luz su último libro, Entre el soñar y el vivir.
Ya en los noventa, y a partir de unas cintas que había ido grabando su nieta antes de que Concha falleciera en 1986, se editaron sus Memorias habladas, memorias armadas, un testimonio imprescindible para entender la historia de la generación del 27 desde una perspectiva femenina.
- El rescate de una voz
La recuperación de Concha Méndez y de otras escritoras del 27 ha sido un proceso lento, pero imparable. Durante décadas, su nombre permaneció en la sombra, ignorado por los estudios académicos y desaparecida de los programas educativos. Sin embargo, en los últimos años, diversas iniciativas han trabajado para devolverle el sitio que le corresponde en la historia de la literatura.
El mencionado documental Las Sinsombrero (2015), por ejemplo, dirigido por Tània Balló, significó un paso importante para visibilizar la obra de estas mujeres. Asimismo, la reedición de sus libros y el creciente interés de la crítica han contribuido a rescatar su legado y reclamar el lugar que merecen en las letras españolas.
Sin embargo, aún queda mucho por hacer. Pese a este impulso, la ausencia de su nombre en los libros de texto, la escasa difusión de sus obras y la falta de reconocimiento institucional siguen siendo barreras para su plena recuperación. La literatura española del siglo xx no puede entenderse sin la contribución de las mujeres que, como Concha Méndez, desafiaron los cánones establecidos y enriquecieron el panorama cultural con su talento.
Concha fue una poeta valiente, inquieta y profundamente humana, una luchadora por su derecho a la palabra. Su obra, llena de vitalismo y modernidad, es un testimonio vibrante de su tiempo y debería ser fuente de inspiración para las nuevas generaciones. Es hora de que la literatura española le otorgue el reconocimiento exigido y que su nombre brille, por fin, con la luz propia que siempre tuvo.a