José Luis Trullo.- Entre los múltiples beneficios que le ha reportado al aforismo su reconocimiento como género literario de pleno derecho se encuentra, sin lugar a dudas, la firme voluntad de muchos de sus cultivadores de rescatar de entre los escombros de la historia literaria a aquellos autores (y aquellas obras) que puedan blandirse, con plena legitimidad, como dignos precedentes de su actual apogeo, de manera que el mismo se perciba como la desembocadura natural de un fenómeno persistente, y no como un capricho pasajero de las modas de temporada.

En el caso de la aforística española actual, dicha tarea de rescate ya cuenta con un buen número de ejemplos, desde la Ideolojía (y su versión espigada, Aforismos e ideas líricas) de Juan Ramón Jiménez hasta la compilación de la integral de breverdades de Ángel Crespo, pasando por los Aerolitos completos de Carlos Edmundo de Ory, los pensamientos volcados en su diario por Juan Gil-Albert, los Aforismos del solitario de José Camón Aznar o la publicación de los de José Bergamín que aún permanecían inéditos en libro, entre otros. Aparte, son encomiables las exhumaciones de obras semiolvidadas de algunos autores (Santiago Ramón y Cajal, Eugenio d’Ors, Juan Eduardo Cirlot, Rafael Dieste) que vienen a enriquecer un panteón ya de por sí bastante bien surtido de nombres y apellidos ilustres.

Mención aparte merecen los estudios y antologías -caso de La lógica del fósforo, de Demetrio Fernández Muñoz; Pensar por lo breve, de José Ramón González; La levedad y la gracia, de Manuel Neila; Fuegos de palabras, de Carmen Camacho; o el reciente Paso ligero, de José Luis Morante- donde se pondera la continuidad de un género, el más breve, que se había cultivado hasta hace bien poco como un ejercicio raro, exquisito y reservado a paladares sumamente exigentes.

Por último, es preciso agregar que, en ese afán por «gestar a los padres» -según la feliz expresión de Fernández Muñoz-, en la última década se han publicado, bien la aforística completa de autores en su momento en ejercicio (Miguel Catalán, Dionisia García), bien una selección de lo más granado de su producción (Fernando Menéndez, Ramón Eder, Manuel Neila), de manera que quedaría demostrada la vocación patrógena de los aforistas, no solo encantados de contar con tan variada pléyade de ancestros, sino incluso obsesionados por aumentarla: nos consta que, en los próximos meses, a este ingente caudal de referencias se incorporarán algunas más, y de importancia.

Bien, en este contexto de restauración -si no de forja meticulosa- de una tradición, la de la brevedad literaria, se acaba de publicar una auténtica joya bibliográfica, las Breverías completas de Rafael Pérez Estrada. Corre la edición a cargo de su albacea literario, y también poeta y aforista, José Ángel Cilleruelo, quien en 2003 ya había dado a las prensas Crónica de la lluvia (que constituye el grueso de la presenta edición), en cuyo prólogo advertía que el género más breve ocupó  en la producción del malagueño «un lugar privilegiado y central». Buena prueba de la importancia que le concedía se traduce en la extensión de este libro -más de mil aforismos, aparte de otros textos breves- que reúne toda su producción aforística ya publicada, aparte de varios materiales adicionales. Es una auténtica lástima que Cilleruelo no haya aprovechado la ocasión para sistematizar sus conocimientos acerca de esta materia en una introducción; en su lugar, Vicente Luis Mora ha escrito un somero prólogo, para ceder casi de inmediato el protagonismo a Pérez Estrada.

El primer bloque de textos se titula «Pasión de lo breve», y en él encontramos micropoemas en prosa, viñetas líricas,  apuntes de dietario, visiones, chistes, escenas con cierto tuétano narrativo y, sí, también aforismos: «La muerte, pececillo de plata del olvido», «Lo bueno, si breve, catastrófico o telegráfico», «Para la palabra soy el mar; para mi loro, sólo un árbol», «El cuerpo es indefenso, frágil y menesteroso»… En cualquier caso, resulta obvio que a Pérez Estrada el texto breve le permite desplegar estrategias literarias de alta concentración, efectivas (y en no pocas ocasiones, también efectistas), transmitiendo una sensación entremezclada de libertad e impunidad, fantasía y capricho, que regocija y refresca si se consume a sorbos, y no de un trago… aunque este es un reparo que se le puede poner, prácticamente, a todos los libros de aforismos, salvo escasísimas excepciones.

En el mismo bloque, pero bajo epígrafes distintos (Sobre las palabras, Dispersiones, Fugacidades) prosigue la sucesión de escritos de diversa naturaleza, siendo los aforismos menos la regla que la excepción; entre ellos, destacan los siguientes: «No se puede salir con las palabras, siempre te comprometen», «¡Cuidado, esa palabra tiene truco!», «Lo lógico es el silogismo; lo divertido, el sofisma», «La catedral es una pirámide convertida al cristianismo», «El origen de la niebla está en el pensamiento», «Se amaban porque tenían vocación de cuerpo», «No olvidadlo, somos hijos del orgasmo»… También hay algunas greguerías («La arpista, esa mujer  que es mitad mueble y mitad sonido», «El cisne es pariente de la jirafa») que demuestran el carácter sincrético, transversal e indómito del poeta que, allá donde mira, traba asociaciones insólitas o descubre lazos ocultos que su intuición desvela. Llaman la atención las ristras de aforismos encadenados sobre una misma imagen, caso de la niebla, método que más adelante dará pie a ciclos completos, por ejemplo, sobre los ángeles o sobre los espejos. Con ello se demuestra que no solo de relámpagos aislados vive el aforista: también es posible convocar a la visión fecunda parpadeando rápidamente, y aislar múltiples fotogramas preñados de sentido a partir de una única sucesión conceptual.

Los siguientes bloques (con el título «Crónica de la lluvia», «Angelología», «La invención de Málaga» y «Conjuras») reproducen, invariable, la estructura y distribución textual del libro publicado por Edhasa en 2003, de manera que me basta con volver a mi ejemplar para descubrir que subrayé en él, entre otros, los siguientes aforismos: «Dibuja el pájaro en su huida lo inexplicable», «El mar es infinito y empieza en la esperanza», «Tiende el agua a ocupar el espacio que el amor no alcanza», «Nadie puede bañarse dos veces en el mismo recuerdo», «Los ángeles son plurales y equívocos», «Con el ángel caído empieza la gravedad» o «El espejo es una instantánea del río» (que bien pudiera ser una definición del aforismo). Este el núcleo sólido del libro, allí donde el poeta se muestra dueño de su instrumento y se aplica una severa disciplina expresiva que, en mi opinión, le beneficia, pues los deslices hieren menos y las graciosidades («Morir es aparcar», «El amante de las sombras sodomiza al negro», «Edipo huye del oculista») no nos traban el paso. Incide, además, en la técnica que he calificado en alguna ocasión de estroboscópica, pues acciona el flash aforístico en torno a temas de ubérrima inspiración (el agua, la catedral, la torre, el sueño, la muerte), demostrando la idoneidad del género más breve para desplegar asedios teóricos de enjundia, y desbordando la terca inercia puntual que se ha convertido en un koiné en nuestros días.

La novedad de la reedición ampliada que Galaxia Gutenberg acaba de presentar, en una espléndida encuadernación en tapa dura y con sobrecubierta -aunque con un papel de dudoso aroma a cebollas cocidas-, consiste en un apéndice de unas treinta páginas, titulado quién sabe por qué «Poemas aforísticos», pues su carácter misceláneo incide en el que mostraba la primera sección del libro. Encontramos aquí hermosos aforismos sobre las rosas («Rosa mimética: cambia el color de sus pétalos conforme a los labios que se le aproximan»), nuevas fugacidades («Soy el solitario, el que pisa en los atrios el arroz de las bodas»), algunos aforismos («Un hermoso libro: un libro que desde el principio era final») y, sí, un auténtico -y magnífico- poema en aforismos, «El levitador», que recuerda que ambos géneros se entienden divinamente, seguramente desde el principio de los tiempos. Los dos textos que le siguen, «De las provocaciones poéticas» y «Conceptos para una poética», emplean el mismo método, aunque no llegan a volar tan alto.

Cierra el libro «Breve», un texto de 1988 destinado a servir de prólogo a una primera reunión de sus aforismos poéticos, publicados por el Ayuntamiento de Málaga con el título Breviario, en el cual manifiesta la proximidad de sus breverías con las greguerías ramonianas. «La greguería es el flash en la literatura», escribe Pérez Estrada. Y con esta magnífica definición del aforismo, prácticamente se cierra un libro que, a pesar de contener pocos argumentos nuevos, sí demuestra que llover sobre mojado permite que el caudal de un género cada día más consciente de sí mismo se acreciente con memorables acopios de calidad.

Rafael Pérez Estrada, Breverías completas. Edición de José Ángel Cilleruelo. Prólogo de Vicente Luis Mora. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2025. 239 págs.