“Anora”, de Sean Baker
JOSÉ LUIS MUÑOZ
Anora es Pretty Woman con mucho más sexo, mala uva y ritmo descacharrante que el original de Garry Marshall. Film políticamente incorrecto, desmadrado y a la vez tierno el del cineasta independiente Sean Baker (Nueva Jersey, 1971) que se alzó con la Palma de Oro del último Festival de Cannes. Comedia sexual sus primeros sesenta minutos, cuando ese niñato mimado y alocado llamado Iván o Vanya (Mark Eidelstein), hijo del magnate ruso Nikolai Zhakarov (Aleksei Serebryakov), que se dedica al tráfico de armas, se encapricha de una encantadora scort llamada Anora Mikheeva (Mikey Madison), neoyorquina de Brooklyn de ascendencia rusa, y se entrega a todos los excesos en el casoplón neoyorquino de sus padres, incluido un viaje a Las Vegas con sus amigotes con gastos pagados, y desmadre total el resto del metraje cuando los padres de ese niñato malcriado intentan por todos los medios, inexpertos gorilas incluidos, anular el matrimonio que su descerebrado hijo, ahíto de alcohol y drogas, ha formalizado en la ciudad del juego con su juguetito erótico dentro de su resaca infinita.
Sean Baker no deja de pisar el acelerador en esos dos segmentos que componen su película que mantiene siempre un ritmo alocado e hinca el diente en los gags idiomáticos que se producen cuando los dos gorilas rusos, Igor (Yuri Aleksàndrovic Borisov) y Garnick (Vache Tovmasyan), a las órdenes del armenio Toros (Karren Karagulian) entran en acción por indicación de los padres de la descerebrada criatura para intentar reconducir la situación, con nulo éxito.
Anora es un film desinhibido y gamberro de rusos en la ciudad de los rascacielos que gira en torno a la prostitución de lujo, cuento de una Cenicienta inocente que sueña con una vida de lujo, con la moraleja ya sabida, la de que el dinero, aunque sea tan obsceno como el que tiene el protagonista de la película que no ha crecido y se comporta como un adolescente, no hace la felicidad, y un final de una ternura impagable gracias al talento indudable de Mikey Madison (hay que oírla llorar), actriz que devora la pantalla con una vis cómica y sexy incuestionable, y el actor ruso Yuri Aleksàndrovic Borisov que va ganando peso desde que aparece en pantalla y se convierte en el paladín romántico de la función. Sean Baker pone un broche de oro sentimental a su comedia alocada que dura más de dos horas y pasa como un suspiro ante los ojos del espectador.