Cummings y la nieve
Por Antonio Costa Gómez.
Hay poema de Cummings sobre la nieve. Lo escribió un día que nevaba en Nueva York y él estaba en un pub junto a la chimenea. Lo publicó en el libro Tulipanes y chimeneas.
Los copos caían como sus versos en minúsculas. Como la vida en minúsculas. Él mirada en minúsculas, sin grandilocuencia, sin estorbos.
Al escribir en minúsculas escribía en susurros. Eliminaba los sonidos estridentes y sensacionalistas. Hablaba lo que no hace ruido. Lo que está debajo de los ruidos. Como la nieve al caer.
Su mirada eliminaba lo chillón y barato. Veía lo que está escondido. Aquello que se calla y siempre espera. Tenía visiones perennes como Chopin.
Cummings inventó algo grandioso, el escribir solo en minúsculas. Y esa es la única forma de prestar de verdad atención. Cuando todo el mundo grita, él dice algo en voz baja. Y por eso llega. Más allá de la actualidad, sentado en una silla. Por eso se le presta atención.
Cummings vivía en minúsculas. Y así se enteraba así mejor de las cosas. Como Chejov cuando escribía sobre damas solitarias y perritos. Chejov lo hacía en Crimea y Cummings en Nueva York.
Todo tenía más relieve en torno a él. Las personas que pasaban por París o Nueva York. Las avenidas y la Historia.
Por eso Cummings escribió “La habitación gigantesca”, sobre su estancia en París. La vida entera cabe en una habitación para Cummings. Al menos lo que más cuenta de ella.
Todo en él era apagado y humilde. Pero nunca sordo. Es que estaba cansado de tantas consignas, de tantas grandes palabras. De tantas multitudes simplificando las sociedades. O de tantos listillos manipulando a las multitudes.
Él escuchaba a una persona en un bar. A un fantasma en la mesa de al lado. A la nieve que caía sin hacer caso de ruidos. A nuestra vida que cae como la nieve.
Y lo escribía en minúsculas. Para que la gente prestase más atención. Cuando la gente escribe tanta mayúscula apabullante, él escribía en minúsculas o te hablaba al oído. Y señalaba ese fantasma de tu pasado, de tu propia vida secreta.
Nieva en esos versos de Cummings en Nueva York. Nieva en nuestra vida. Nieva en secreto más allá de los agobios tecnológicos y de las modas que te secuestran y te arrastran.
Por eso propongo leer a Cummings. Empezando por ese poema sobre la nieve que está en el libro Tulipanes y chimeneas. El fuego crepita en la chimenea y detrás de los cristales cae la nieve. Y caen sus versos sin hacer ruido.
Pero al final todo lo ruidoso está vacío. Y todo lo grandilocuente se desinfla. Hasta Microsoft se desinfla. Y los infinitos pasmones que cuelgan el mundo entero de una máquina ven cómo el mundo se viene abajo cuando falla la máquina.
Pero la nieve sigue.