“La limosna de los días”, de Gregorio Dávila de Tena
Un descanso de luz ante la continua pérdida y los galopes del tiempo.
Por Ana Isabel Alvea Sánchez.
Un hombre se detiene en el otoño para mirar tras de sí. Le acucian el misterio de la existencia y sus interrogantes. Desconoce exactamente quién es. ¿Acaso somos eco de otras voces, de la tradición literaria, de nuestros ancestros, del pensamiento social imperante, tan solo un eco? Acude a la memoria que nos sustenta, a su niñez, siempre presente. ¿Tal vez la poesía y la lectura le ayuden a saber o estamos abocados a vivir en la ceguera? Pero qué va a decir ante la incertidumbre y los límites del conocimiento humano, qué palabras con nuestro lenguaje heredado, vocablos que le vienen de su padre, de sus poetas preferidos. Lleva consigo la nostalgia y melancolía por todo lo perdido, el calor y las enseñanzas de la infancia. Se sienta, vencido en medio de las ruinas de lo que fue en otro tiempo esplendor. Halla refugio en la Poesía y procura agradecer esas limosnas que le ofrecen los días: los libros de poesía y todas las horas de dicha que le procuran, el amor y la ternura, las cosas sencillas y modestas –pero gratificantes- de lo cotidiano, como indica el título del poemario, un verso perteneciente a Borges, Un hombre que ha aprendido a agradecer / las modestas limosnas de los días, limosnas también las palabras que le llegan. Tiene intención de escribir sobre el agradecimiento y profundiza en las ideas respecto a la lírica porque esta le ofrece su lumbre, luz, calor y pulso cuando parece que la intensidad declina. Se imagina caminando con esfuerzo por la nieve, sus pasos avanzan lentos hacia el invierno. ¿Cómo llevar la angustia por el paso del tiempo y todo lo que el viento se lleva? Se dirige a una estación donde la intemperie, desciende una larga cuesta, pero al final de esa pendiente, o durante el trayecto quizá, se va llenando de esperanza, de alegría y luz. Mientras, ha estado indagando, Poesía de la indagación denominaba Jorge Riechmann, un territorio para la exploración de uno mismo y del mundo que nos rodea, cuestionar las convenciones e ideas imperantes y cuestionarse; aunque nuestro autor afirma preferir una Poesía de la mirada, una poesía de la contemplación.
La limosna de los días obtuvo el XXXI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”. El Jurado valoró su diálogo con el mundo, la trascendencia de lo cotidiano, el enfoque innovador en su discurso, la versatilidad expresiva y su esfuerzo metalingüístico. Profundidad, plasticidad, relieve de la intertextualidad que revela una honda tradición lírica. Un cúmulo de virtudes que ha dado lugar a esta cuidada y exquisita edición, cuya portada es una acuarela de José Mateos, prologado por Juan Carlos Mestre y con epílogo de Tomás Sánchez Santiago.
El autor mantiene su querencia a la belleza de la naturaleza, a la luz que ofrece la vida cotidiana y la creada por las palabras. Su poesía constituye un canto al planeta y a la vida, con su alegría y desasosiego, un homenaje a la creación y a sus maestros. La preocupación estética por el lenguaje, la plasticidad y visualidad de insólitas, hermosas y vívidas imágenes resultan rasgos perennes, al ritmo de la música de los acentos en poemas en los que logra fusionar emoción y pensamiento, tal como aconsejaba T. S. Eliot. En su búsqueda, dialoga con otros poetas, se plantea sus discursos, sus voces le llevan a ponderar temas metapoéticos, un discurso que se inicia desde el poema inaugural del libro, en el que agradece la herencia recibida y concibe la existencia de un solo poeta y un único Poema ( conforme a Rilke), en conexión con todo.
Estructurado en tres partes: Humus de otoño (stop), La ternura de la nieve (look) y Con letra minúscula (And go). Cada una representa una estación: otoño (período de reflexión y de madurez), la nieve (el invierno y cierta angustia por lo que supone) y su última parte, la gratitud. Los términos entre paréntesis de estos títulos se relacionan con la cita de David Steindl- Rast, una de las que inicia el libro, para vivir en gratitud: para, mira y anda.
Destacamos como novedad el tono irónico o burlón que aparece a veces, en versos en cursiva y entre paréntesis al final de algunos poemas, una voz en off, un desdoblamiento del autor para tomar distancia con lo que dice. Normalmente ironiza y se burla del poeta, o bien confirma, amplía o aclara aquello que el poema expresa. También novedoso que en la misma página incluya dos o más poemas breves referentes al mismo tema. Sí tiene costumbre de intercalar algún atractivo haiku en el que pueda descansar el lector su mirada.
En su primer apartado, Humus de otoño (stop), avanzamos en sus poemas por los meses de otoño, de septiembre a noviembre, Septiembre es un campo de trigo que avanza hacia el ocaso. Predomina de modo simbólico la tarde, cuando el sol es más leve y tenue, cuando ha transcurrido ya la mitad del día. Será el sentir del paso del tiempo en un declive el motivo central, junto a las reflexiones metalingüísticas. En el poema Escucho la narración de la tarde siente que se marchita su vida –ordeno la hojarasca por el suelo- y anhela la plenitud, la luz, el antiguo temblor, reconocerse ante el espejo y que el poema anuncie autenticidad, sea él realmente quien se refleje. Oscila entre el sentir del galope del tiempo y el agradecimiento por cada instante de vida en ese crepúsculo, un tiempo actual que viene a ser de contemplación, la mirada es hoy el idioma. El sujeto poético oscila entre el dolor y la alegría, este tráfico intenso de luces parpadeantes. La vida señala un cambio de sentido, pero hacia dónde ir, solo cuando escribe poesía siente el descanso en solo ser. Qué suaves golpean / las flores contra la ventana. En todo caso, al igual que Gil de Biedma, prefiere ser poema a poeta.
Otra idea que subyace es el de la renovación de las hojas otoñales, sugiriendo la idea de caducidad, cambio y renovación de la vida en un tiempo curvo y cíclico. Convierte su melancolía en poema, aunque la palabra solo pueda ser una aproximación, citando a Chantal, un intento de insinuar lo indecible. A pesar de los años conserva el asombro y el descubrimiento, la necesidad de escribir y de disfrutar de la naturaleza, el anhelo de ternura, nos habla del niño que lleva dentro. Latente el dilema de la otredad, quién es aquel que escribe, en su poema Si me adentro. La escritura nos revela y perfila siempre que se tenga cuidado de no perderse uno en ella. Muy presente la figura de la mujer y de la madre, caricia y cántaro, agua y fuego, zarza, calidez. El alma es una mujer que calma la sed antigua, proclama nuestra necesidad de ternura, del vínculo y de la madre.
En La ternura de la nieve (look) se enfrenta a la intemperie del invierno y quizás todo esté bien. Del paisaje anterior no queda nada, salvo ruinas. La blancura y la nieve constan de modo recurrente, pueden representar el frío del paso del tiempo, la vejez, la memoria, lo que fue y se ha perdido, la inocencia, ternura, el paraíso desvanecido de la niñez, la herida. De nuevo las pequeñas cosas cotidianas e invisibles nos salvan, y la poesía, la embestida de luz. Poema como camino, como viaje, interior y exterior. Se llega a él a través de la mirada y la contemplación, y de su mano sentimos el asombro y el estremecimiento. Ante el dolor de la pérdida, anhela al igual que el protagonista de la película Vivir de Kurosawa, pero no, menos mal que siempre encuentra un hilacho de luz cuando el viento le muerde los dedos.
El agradecimiento está más presente en Con letra minúscula (and go), una declaración de amor al mundo y a todo cuanto le rodea, a la mujer, incluso agradece la penumbra que realza la luz. Tal vez haya llegado al final de un viaje interior, llegué por el dolor a la alegría. Apela a una poesía de la mirada, nombrar lo que le rodea, escribiendo desde un sentimiento de unión con todo y esperando otorgar algo de paz al lector con sus versos. Escribir un poema como quien hace encajes de bolillos, con atención plena, minuciosidad, procurando un equilibrio entre tensión y relajación, trabajando sobre el “mundillo”, toda una poética La abuela hace encaje de bolillos.
En cuanto al presente, se concibe como solo un hombre en la ventana, sin verbos. Ante el caos de la vida ¿nos salvarán la poesía, la escritura, el lenguaje? En cualquier caso, siempre hay un resquicio de belleza y esperanza parece decirnos al resaltar lo hermoso en lugares inhóspitos: el azahar junto a los desperdicios, el aroma de flores sobre los cubos de basura.
La vida se presenta como una continua pérdida hasta nuestra marcha, y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando. El último poema, a modo de coda, escrito con versos de otros poetas y curiosamente con pleno sentido, alaba la vida que nos ilumina y duele, y brinda por el canto frente al dolor, la herida, la locura, la realidad. Como nos decía Ángel González en su poema A veces, en octubre, es lo que pasa: esas hojas, los pájaros, las nubes, / las palabras dispersas y los ríos, / nos llenan de inquietud súbita / y de desesperanza. Aquí un hombre combatiéndolos, sin que le abandone la esperanza, con belleza y poesía, con ternura, rodeado de las pequeñas cosas cotidianas. Parece sencillo.