‘Las aires difíciles’, de Almudena Grandes
Daniel González Irala.
La figura de Almudena Grandes y sobre todo a raíz de su trágica muerte en noviembre de 2021 siempre fue ideológicamente controvertida. Los valores de su vasto proyecto literario son múltiples, y no solo por la humanidad de sus personajes y la capacidad narrativa para urdir tramas secundarias dentro de una principal, sino para sin grandes alharacas técnicas narrar y narrar es por todos indiscutible. No obstante y a pesar de su poder literario, cada vez más sencillo conforme su andadura se hacía más profunda, esta autora madrileña no solo consiguió que se adaptaran al cine gran cantidad de sus novelas y algún cuento por diferentes directores como Bigas Luna, Gerardo Herrero, Salvador García Ruiz o Azucena Rodríguez entre otros, sino que consiguió una serie, Episodios de una guerra interminable formada por al menos seis novelones de aspiración galdosiana, y que numerosos entendidos aseguran haber superado su original.
La novela que nos ocupa es anterior a este hito desde el que se siguen celebrando sus últimos días, y gran cantidad de lectores lejanos a la crítica convencional dicen estar entre las mejores, junto con El corazón helado.
Se parte del fragmento de un poema de Manuel Altolaguirre ([…]Haberme muerto antes/para sentir tu ausencia/en los aires difíciles) perteneciente a su libro Soledades juntas, que no es casual, y es que como bien sabe el conocedor de esta novela, el nexo de unión entre los dos protagonistas no solo es el levante y poniente de las costas gaditanas (si bien desde aquí se configura todo el campo semántico anterior y posterior) sino el estrés ambiental que gran cantidad de criaturas viven también en un Madrid popular, que va de la calle Velázquez a los barrios de Estrecho, Villaverde y la zona de la sierra cercana a Galapagar, donde ocurre en el tiempo la primera catástrofe que no desvelaremos y en la que una de las piezas de un ajedrez gigantesco desaparece para siempre.
Contada en sucesivos flashbacks y saltos al futuro, este hecho traumático suscitará no solo recelos, sentimientos de culpa y dureza de carácter, sino que hará que aflore lo monstruoso entre dos de tres hermanos —Juan y Damián Olmedo— de una manera primero atroz y después brutal, propiciada además por el consumo de estupefacientes de uno de ellos. Uno de los primeros fragmentos a través de los que se acerca a este potente conflicto familiar es: «porque el glamour de las fotografías de estudio no tiene demasiado que ver con los saldos de las cuentas corrientes».
Por otro lado, la historia de Sara Gómez es la una mujer avejentada quizás por el carácter oscuro y marcial que vivió de pequeña a causa de su estricto y honrado padre Arcadio, que ninguneó siempre a su esposa. No obstante, encuentra en un militar oriundo de Virginia un salvoconducto en el que no acaba de creer demasiado: «Supongo que tengo miedo, y miedo por adelantado, que es el miedo más tonto que se puede tener. Miedo de que me guste, porque en el fondo me apetece que me guste, y miedo de que no me guste porque entonces lo dejaré, y a lo mejor ya no hay más» o cuando relacionándolo con el título, Sara en monólogo se expresa diciéndose que «las vidas difíciles fabrican niños difíciles, una réplica a escala de una mujer que lo ha tenido todo fácil antes de que se torciera para siempre».
Estructuralmente, tal vez la autora sabía del reto que suponía que una novela con dos inicios tuviera un solo final. Lo cierto es que estas dos tramas (la de Juan Olmedo por un lado, y la de Sara Gómez por otro) que en un principio se muestran paralelas en el sentido en que resulta igualmente difícil que lleguen a tocarse, acaban siendo unidas más desde la vacación o un paseo por la playa, por la necesidad de Sara de ejercer de aya de Alfonso, otro personaje del que enseguida nos encariñaremos, que por la existencia de un parentesco común, si bien lo que une a Juan con Sara es la “difícil” calidad de lo vivido por ambos, siendo conforme leemos más activa la de Juan, y más literaria o interior la de Sara.