Juan Carlos Friebe: “A veces cometo algún acierto al que sobrevivo”
Juan Carlos Friebe (1968), es poeta y miembro de número de la Academia de Buenas Letras de Granada. Entre sus obras destacan Anecdotario (1992); Poemas perplejos (1995); Aria contra coral (2001); Las briznas: poemas para consuelo de Hugo van der Goes (2007); Hojas de morera (2008); Poemas a quemarropa (2011); Enseñando a nadar a la mujer casada (2021, finalista del premio de la Crítica de Andalucía en 2022) y La esteva (2024). Una amplia selección del conjunto su labor poética, ha sido traducida al griego en Antagonía/Aνταγονíα (2015) y al alemán en Antagonía/Antagonie —Historia Natural de un corazón / Naturgeschichte eines Herzens—. También se ha editado en Italia uno de sus poemarios Poesie a bruciapelo (2024). Una parte sustancial de su creación está vinculada tanto al mundo de la música como al de las artes plásticas, escénicas y gráficas. Fruto de estas relaciones destacan Un kílim para Rimbaud (2007); el libreto del poema escénico Las bacantes (2009); o las Canciones de la vereda (2011). Del resultado de estas y otras colaboraciones nace su ensayo Utile dulci —Poética e intermedialidad— (2002). Entre otros galardones, en 2022 recibió el V Premio Internacional de Poesía Dama de Baza por el conjunto de su obra.
Siempre que trabajo con una idea rectora clara, surgen variaciones sobre el mismo tema.
Javier Gilabert: ¿Por qué este libro y por qué ahora?
Friebe: Por un cúmulo de felices casualidades, que cuajaron gracias a tres maravillosas personas: Antonio Chicharro Chamorro, Jesús Munárriz y Manuel García.
Después de Redención de Pandora, que contenía la reedición comentada de Poemas perplejos, Las briznas y Poemas a quemarropa, no tenía previsto volver la mirada atrás salvo, en todo caso, para incluir Enseñando a nadar a la mujer casada −libro que debía haber cerrado la tetralogía de Pandora− una vez no estuviera en discusión mi derecho a la compilación de mi propia obra. Y para eso faltaban aún seis años y medio, cuando venciera el contrato que sujeta aún ese poemario a la editorial que lo publicó a principios de 2021.
No obstante, seguían quedando al margen Aria contra coral, agotado, y Hojas de morera, una edición no venal de 250 ejemplares al cuidado de mi amigo Jaime García: dos libros que por razones distintas no encajaban en el proyecto de Redención de Pandora y que, por razones no sólo sentimentales, contienen algunos de los poemas autobiográficos que más aprecio. O algunos textos que aparecieron únicamente en Naturgeschichte eines Herzens / Historia Natural de un corazón, una primorosa recopilación publicada en Alemania en 2022.
En estas circunstancias, aún tenía pendiente una antología que debería haber visto la luz hace ya dos años en relación con un premio que me concedieron ese mismo año, «cautelarmente» titulada Fe de vida, en la que pretendía incluir una abundante selección de inéditos, más otras obras dispersas en publicaciones inencontrables —catálogos de exposición, ediciones limitadas, publicaciones desperdigadas por internet o incluso poemas de ocasión perdidos en correos electrónicos—, junto a una pequeña selección de secciones de libros ya publicados. Ese proyecto se retrasó hasta el punto de que, a día de hoy, Fe de vida sigue inédito.
Siempre que trabajo con una idea rectora clara, surgen variaciones sobre el mismo tema. Una de ellas, la mejor definida pese a sus dificultades de montaje, y a las complicaciones que implicaba un desnudo no sólo de mi vida poética, la representa La esteva. Compartí este proyecto ya terminado con Antonio Chicharro, quien se brindó escribir un estudio preliminar y, en octubre de 2023, recibimos la afectuosa respuesta de Jesús Munárriz, quien ya conocía mi obra anterior, mostrándose dispuesto a publicarla en Hiperión lo que, para mí, era, es y será lo más parecido a un sueño cumplido: Hölderlin, Kavafis, Rilke, los poemas de Nietzsche… yo había crecido, y sigo intentando crecer como aprendiz de poeta, con aquellos libros de Hiperión.
Mis libros forman parte de la construcción programática de una obra.
¿Cómo y cuándo surge la idea del libro?
Como te comentaba, hacia el verano de 2022… Puesto que tenía que armar una antología como resultado de un premio, mi primera intención fue convertir Fe de vida en un cajón de sastre, muy útil —en el sentido más egoísta del término, que lo tiene— para mí, porque compendiaba un volumen considerable de textos olvidados, traspapelados o extraviados… Dada la complejidad de la faena que suponía bucear en el laberinto de mis propios archivos para buscar publicaciones de las que no tenía siquiera un ejemplar, evaluarlas una vez encontradas e incluso tratar de nuevo los textos que me interesaba incluir en la obra, barajé la opción alternativa —infinitamente más sencilla— de pergeñar una simple recopilación de los poemas que mejor resistieran una lectura retrospectiva basada en mi autopercepción. Pero no me bastaba. Mis libros, tal y como yo los concibo y los percibo, atesoran algo que va más allá de la posible dignidad de los poemas: forman parte de la construcción programática de una obra, con un sentido plenamente consciente de su fin que, involuntariamente, construía también a la persona. Y un «grandes éxitos», se me hizo evidente, significaba traicionar a la obra y a la persona. Los más agradecidos lectores, sobre todo quienes no me conocieran, podrían decirse: ah, escribe buenos poemas. Pero les estaría hurtando, de forma taimada, interesada, la condición nuclear de mi poesía y el aspecto esencial de mi identidad. Hubiera sido una impostura. De este modo tomé un camino radicalmente distinto al de la mera recopilación instrumental o al del lucimiento: decidí darme por entero a quien llegase a leerme, conociera o no mi producción anterior: una antología que no fuese una antología, sino una razón vital íntima, no sólo la de mi poesía.
De este modo descarté desde el principio, y por principio, que se convirtiera en una especie de «grandes éxitos», una reunión más o menos razonable y razonada de los que yo podría considerar mis mejores poemas, como un the best of autoinfligido a mayor gloria de mi humilde, pero imprescindible, vanidad de andar por casa. En La esteva sus lectores no deben esperar mis mejores poemas, sino los más necesarios para ese libro en concreto. Ambicionaba que fuese mucho más allá del concepto habitual de antología. Sería una declaración de fin de ciclo: un hasta aquí, y un nunca más. Cuanto me propuse, y como me propuse escribir hace tres décadas en una serie de libros casi sucesivos, en especial desde hace veinte años, con Las briznas, estaba hecho. La obra que determiné construir había sido construida: en esencia, una diagnosis poética de la condición humana a través de la historia, el arte y la cultura para, en última instancia, evaluar nuestro fracaso como especie. Tocaba escribir sobre mi propio fracaso como individuo y, quizá, perdonarme. Y para ello necesitaba volver no sólo sobre una parte concreta de mis obras, sino sobre todo lo que había escrito: incluso, sobre aquello que más me hería.
La esteva significa, sobre todo, un fin de ciclo. Un adiós a una forma de vivir y pensar mi poesía y, seguramente, mi vida.
Nada en tu poesía es al azar, ni tampoco es ésta una antología al uso. ¿Qué pistas o claves te gustaría dar a l@s posibles lector@s?
Renuncié a cualquier orden cronológico, omití su procedencia, despojé los poemas de cualquier explicación o aclaración, incluso de las citas, y emprendí la tarea con la idea de entrar en mi propia casa con una machota para demoler su tabiquería y sus alicatados, levantar la solería de mis propios libros, y alzar una obra nueva, en sí misma, significativa: en su narrativa, completamente distinta a cualquier poemario anterior que hubiera escrito, sin rehuirme; permitiendo verme al completo, a pesar de todas las personas y personajes interpuestos; aceptando, con honestidad, sin ningún orgullo pero sin ninguna vergüenza, lo difícil que fue llegar hasta mí.
Con esas mimbres ya pude considerar una estructura, elegir piezas de montaje en obras colaterales dispersas, utilizar ciertas antiguas variaciones de algunos poemas que aparecieron en las obras de procedencia con otras formas, rescatar algún texto inédito revelador sobre mi conflicto íntimo y, por esto, relevante dentro de la selección.
Para mí La esteva significa, sobre todo, un fin de ciclo. Un adiós a una forma de vivir y pensar mi poesía y, seguramente, mi vida.
Siempre había pretendido evitar que los poemas hablasen de mí, pero al despojarlos de toda armazón estructural de soporte, se me hizo evidente que mi esfuerzo había sido tan vano como, por otro lado, insospechadamente fructífero. Como suelo decir, con bastante razón, aunque casi siempre me equivoco, sin querer, a veces cometo algún acierto al que sobrevivo.
Como fin de ciclo tiene algo de resumen de mi vida, sin duda: el descubrimiento de la poesía ajena, el nacimiento de la mía, mi decepción por el mundo literario, mi construcción como persona, la observación lancinante de la tragedia humana y el arte como salvación y, finalmente, la aceptación sosegada e inevitable de mi tortuoso camino hacia mí.
Contra mi propia opinión, he tenido muchísima suerte en la vida.
Introduce la obra un concienzudo estudio de Antonio Chicharro, profesor y Académico de las Buenas Letras. ¿Qué te ha aportado a ti este texto? ¿Y a tus lectores?
Con el paso de los años he terminado dándome cuenta de que, contra mi propia opinión, he tenido muchísima suerte en la vida. También en la parte relativa a mi creación, porque ha habido muchas personas que admiro que se han fijado en mi obra y le han dedicado su consideración, su atención, su tiempo y su talento para hacerla más visible, otorgándole un valor que yo tendía a negarle, ni por falsa humildad ni por una timidez párvula, sino por una nítida consciencia de mi lugar en el mundo y, en concreto, en el mundo de la poesía.
No hablo en desdoro de ninguno ellos si sopeso el estudio preliminar a La esteva como la lectura más detallada, amplia, completa y profunda que se haya hecho nunca de mi poesía ya que, además, compendia muchas de las lecturas que hicieron antes otros autores. El texto de Antonio Chicharro quizá no esté escrito desde una perspectiva crítica totalmente aséptica —se puede percibir su reconocimiento a mi poesía: el simple hecho de haberle dedicado tanta atención lo demuestra—, pero se acerca a ella de una forma despojada de alharacas hiperbólicas. No entra en valoraciones entusiastas personales, sino que en todo caso destaca las recensiones ajenas más significativas sobre mis libros; aborda la estructura de La esteva, y toda mi producción anterior, de manera tan quirúrgica como sabia; y ahonda en mi producción, en mi vida, no como un amigo, o como un buen conocido, sino como un profesional de la literatura y de la crítica literaria y un conocedor excepcional de mi obra, de mi pensamiento poético, y de mi persona.
Eso es lo que me gustaría que encontraran los lectores en su introducción: una detalladísima lectura previa del libro que tienen en sus manos, una razonada revisión de su plausible dignidad a través de las valoraciones que se han hecho de mi poesía a lo largo de los años, y un mínimo de información vital imprescindible para situar, sin juzgar, a la persona y a la obra ante quien quiera conocerlas. Por lo que a mí respecta, la mirada de Antonio Chicharro sobre mi poesía, directamente, me ha abrazado el alma.
Háblanos sobre el proceso de selección. ¿Qué dedo me arranco… [risas]?
Fue sumamente complicado pensarla, pero relativamente sencillo ejecutarla. Hay muchos poemas que me gustan muchísimo y que no están, finalmente, entre las 55 escenas —al margen de la obertura, las entradillas y la coda— que se representan. Y no pocos de los que finalmente incluí me gustan menos que algunos que eliminé. El criterio dio origen al proceso, y descartado el de la excelencia se impusieron el de significación y coherencia: una coherencia interna, sí, pero más concretamente, íntima. Por ponerte un ejemplo, no aparece una sola estrofa de Mariana Pineda a muerte, que es una obra de la que siento un especial orgullo. De modo que me arranqué más que algunos dedos: como mínimo me despojé de una mano entera, pero fue imprescindible para dejarme el corazón en La esteva.
Sentí que había logrado convertir las palabras en carne viva.
Te pongo en un aprieto, rizando el rizo pues ya este libro en sí mismo es una criba de toda tu obra poética: si tuvieras que quedarte solo con tres poemas de La esteva, ¿cuáles serían?
¡No podría decirte ni los tres que menos me gustan! (Risas). Como confesión, en exclusiva, comparto contigo que hoy hubiera arrancado, sin duda, con «El centauro desde la mirada del cíclope», como en Poemas perplejos, de donde procede. Si no quise hacerlo en La esteva fue por no repetir preámbulos.
Pero en respuesta a tu pregunta, por íntimamente significativos… «Sillón vacío», porque en él logré perdonarme el no haber comprendido el alcance del sufrimiento de mi padre, por su terrible pasado, por su durísima vida, por su sacrificio; «La escena en la ventana», porque, tal vez, y acaso la preposición ‘sobre’, me salvó la vida…
Y «Fe de vida», sí… porque lo escribí para brindar por los amigos y amigas que tengo, por los que ya no están, y por los que vinieran después del día que cumplí 54 años, cuando lo escribí del tirón, algo rarísimo en mí.
Recuerdo que este verano pasado, en la maravillosa casa de dos personas excepcionales que me acogieron, sin conocerme, en su casa en San Rafael, en la provincia de Segovia, en un viaje que hice junto a tres amigas, me pidieron que les leyera algunos poemas. Leí «Encaje» y «Adolescencia de Narciso», los dos poemas que aluden de forma menos circunvólica a mi identidad transgénero. Y rematé mi íntimo recital con «Fe de vida»… la emoción que les produjo escucharlo me conmocionó tanto que cambió mi autopercepción, a veces cruelmente distante, de mi poesía. Sentir que tu poesía, simples palabras en el aire, tiene la capacidad de conmover de tal modo a un ser humano, hasta hacer que se le salten las lágrimas ¡y no de pena!, me hizo sentir tan feliz como debió sentirse Bernini cuando transformó con su genio, con su pericia, con su sensibilidad exquisita un bloque de mármol en el muslo de Proserpina apretado por la mano de Plutón: sentí que había logrado convertir las palabras en carne viva.
Ha llegado el momento de disfrutar de lo aprendido.
¿Supone este poemario un punto y aparte en tu producción como poeta? ¿Y a partir de ahora, qué?
Si te he contado esa anécdota en San Rafael es porque, precisamente, ese es el camino que quisiera emprender a partir de ahora. Hasta ahora, en líneas generales y, quizá, superficiales, buena parte de mi producción se ha dedicado al aprendizaje de la elaboración de tallas, a esculpir vidas ajenas cuya fuerza residía en su propia historia o grupos escultóricos, en buena medida inspirados en la idea del Dinggedicht (poema-objeto) rilkeano. Y aunque hace poco empecé a trabajar en un proyecto en esa misma línea, tras mi viaje a San Rafael surgieron una serie de notas, apuntes, intuiciones y revelaciones que desbloquearon otro, que no terminaba de ver con claridad, llamado desde hace años Odas íntimas, que todavía no había pasado de un primer poema, inconcluso, que llevaba esperándome diez años.
Toda vez que ya escribí lo que sentía como una responsabilidad —aunque pueda sonar a delirio de grandeza creo que el arte es una responsabilidad que se ejerce desde una ética personal— ha llegado el momento de disfrutar de lo aprendido, de dejarme llevar, de vivir lo que aún no he vivido, y de escribir poesía, si sigo haciéndolo, y estoy empezando a hacerlo de nuevo, como te dije hace un segundo, desde un compromiso con mi responsabilidad personal hacia mi propia felicidad. Y en tanto las circunstancias me lo permitan, que la vida nos puede atropellar en cualquier instante y destrozarnos de mil maneras diferentes, concentrarme en ser una persona inevitablemente trágica, qué le vamos a hacer, pero esencialmente hedonista y concentrada en mejorar, en la medida de mis posibilidades, como ser humano consciente de sus limitaciones. Te confieso mi curiosidad por cómo se plasmará eso en los textos que aún no he escrito, la verdad: pero ya percibo su cadencia general, sin la que no sabría escribir.
Siento una inmensa gratitud hacia quienes han hecho posible que mi poesía vaya un poquito más lejos.
Tras un largo tiempo de silencio, de repente todo está pasando: la reciente publicación de Redención de pandora y Mariana Pineda a muerte en Sonámbulos, Poesie a bruciapelo, la traducción al italiano de Poemas a quemarropa del profesor Paolo Remorini, al alemán en Antagonía/Antagonie −Historia Natural de un corazón / Naturgeschichte eines Herzens… ¿A qué se debe este cambio?
Me gusta pensar que mi obra literaria nunca ha pretendido nada más allá de su ambición de coherencia y dignidad. Recuerdo ahora algo que me dijo un buen amigo: quien no pretende nada es invencible. De modo que puede ser el resultado de que los demás hayan reconocido su coherencia, su dignidad, y una voz propia, característica, distinta a tantas otras voces tan coherentes, dignas y propias o más que la mía, pero a la que, además, le han leído el corazón y les ha llegado al alma. Que se perciba que algunos de mis libros sean dignos de ser trasvasados a otros idiomas, como el italiano, el alemán o el griego, es un privilegio y un inesperado regalo de la vida. Siento una inmensa gratitud hacia quienes han hecho posible que mi poesía vaya un poquito más lejos de mi casa, de mi barrio, de mi ciudad, de mi región, de mi país… Tú, Javier, entre ellos.
Estoy trabajando en ser lo más feliz posible dentro de mis circunstancias.
Y no menos importante: ¿cuál es tu relación con la poesía en este momento? ¿En qué andas trabajando ahora?
Ya te dije, más o menos, antes. Estoy trabajando en ser lo más feliz posible dentro de mis circunstancias, no sin dificultades, no sin riesgos, y no sin miedo… A pesar de ello siento que un trabajo que abarcó toda mi vida, hasta hoy, ha sido terminado de forma consecuente, y eso me hace sentir serenidad. Desde esa serenidad, quiero acabar una novela que padece de demasiadas páginas y demasiados años desde que la empecé, un ya veremos qué sobre otra granadina ilustre, y a mi amor, sin la más mínima prisa, sin ninguna idea rectora previa al margen de disfrutar con su escritura, el que presiento que será mi último libro de poemas. O, según se mire, el primero que no escriba como Juan Carlos Friebe. O ya veremos, que como pseudónimo es estupendo [Risas].
Por último, como lector, ¿de quién te gustaría conocer su «primera impresión»?
Uno de mis autores preferidos e indiscutibles, Stendhal, a quien suelo citar, escribió «yo no escribo más que para cien lectores, y de esos seres infelices, amables, encantadores, nada hipócritas, ni morales, a quienes quisiera complacer, solo conozco a uno o dos». Yo tengo la inmensa fortuna de conocer personalmente a esos cien lectores ideales, que me han acompañado desde que empecé a escribir… Te ruego que me disculpes si, habiendo sido tan prolijas mis respuestas, en esta ocasión lo deje ahí: a ellos, a ellas, a todos y a quienes estén por venir para entrar y quedarse en mi vida.
***
Tres poemas de La esteva
Escena 32
LA ESCENA EN LA VENTANA
Oh dichosa soledad, oh sola felicidad
Leído en el Desierto de Montesión (Cazorla) durante una visita al monasterio durante el verano de 1989.
Ha amanecido una tarde espléndida.
Como hilada con cáñamo, tras la siesta profunda,
en conocer es tarda la consciencia
que de soñar retorna con sopor y cautela.
La almohada rezuma a bucles haraganes,
la sábana a libélulas caricias
bajo la cual rebulle sus sensaciones fénices
tras una breve estancia en la distancia
donde vivió dichosa y consentida;
su piel
-ah, su piel…
¡hay tal serenidad en ciertas ansias!-
despierta al tacto en la zozobra mulsa
del dulce duermevela, que se apaga.
Con lápiz blando una inquietud dibuja
sobre su frente un frunce preocupado,
una imprevista sombra
que tensa su consciencia como un arco
del que partiera el dardo
que alcanzará en su corazón diana:
es menester vivir, hacerse cargo de uno
por más que se desee desplazar
el tiempo, o aplazarlo.
Es menester vivir. Es necesario.
Es preciso enhebrarle un hilo de delicia
a la perenne espina
-inútil el dedal-
de ser,
encarnizadamente, para nada;
de seguir siendo todavía un día
más; bordar en los labios con donoso primor
la delicada flor de una sonrisa
desesperada,
sin que entre pespunte y
pespunte medie espacio sin hendir.
Lenta se despereza de su copioso anhelo,
descalza se dirige al ventanal cerrado,
descorre las cortinas con demoradas manos.
Luego, al abrir sus hojas transparentes
con ese elegantísimo además,
casi de hada,
del cual no es consciente
-no suele la belleza serlo, ay, de sí misma-
la brisa le ha cortado de su vergel más caro
un delicado ramo de aromas escogidos,
y se ha prendido su frescor galán
entre sus trémulos senos panales.
Mansas vagan las nubes en el cielo
como mansos rebaños de olas calmas
que el viento empuja hacia fugaces formas
y desdibuja antes de alcanzar orilla.
Por un instante, que se lleva el tiempo,
halla serenidad en su asentarse suave.
Igual que hay frutos de sabores cómplices
al huerto en que nacieron, o aromas de un jardín,
consigo traen y tras de ellas queda
la sensación de un sueño revivido
que no concreta en ámbar su memoria.
Acata dócilmente, sin embargo,
que no se reconoce en el lugar
por más que aquella torre sobre el collado alzada
esboce en su recuerdo un familiar perfil.
Cuando regresa en sí ya no es la misma.
Nadie lo es cuando se vuelve a ser
ese que somos, a pesar de todo,
donde un alto misterio nos confunde en uno.
Resuena en la oquedad del corazón
la palabra cansancio. Una brizna de brisa
hace chirriar los goznes lastimados
como un suspiro de metal cansancio.
Mientras se viste encaja las piezas de su ensueño
como un rompecabezas sin contorno.
Es menester vivir. Es necesario.
Dios… qué terror produce mirar al fondo de uno,
asomarse al brocal de nuestra vida,
dejar
caer
cualquier
feliz anhelo como quien concede
una piedra al vacío para escrutar del fondo
su sobrecogedora, fría, víbora hondura,
donde el pesar incuba sierpes hieles,
lóbregos fulgores,
relámpagos de áspid soledad…
La escena se detiene ahí y ahora.
Aquí y allá la ropa ocupa un sitio,
el que sea, qué más da, abandonada;
la cama sin hacer, las sábanas revueltas;
una mujer,
un ventanal,
cómo saber
si entreabierto o entornado,
si viene o vuelve,
si va o si queda;
un libro abierto sobre la mesita
de noche por la página en que Rilke
la desnuda en un verso subrayado:
tener alas o tener fin;
y una careta de cartón al fondo,
de mandarín cansado
que por caprichos de un azar misterio
al transcurrir del tiempo sobrevive.
La escena se detiene ahí y ahora.
En ese obscuro rincón del corazón donde el corazón aún late.
Escena 53
SILLÓN VACÍO
Está llorando en su sillón vacío.
A veces, cuando paso por allí, frente al televisor, le sigo viendo.
Solloza como un niño emocionado por un regalo que sueña y no espera recibir: y se merece.
Está llorando en su sillón vacío.
Está llorando solo en su solo salón.
Tanto tiempo después, hoy he mirado hacia el sillón donde él solía estar sentado, taciturno, a veces hosco.
Y como si temiera despertarle de su profundo sueño a él me acerco con pasos quedos en la alfombra hojaldre;
y como si temiera herirle pongo con cuidado mis manos en sus hombros, pidiéndole perdón, como él hacía:
y como si temiera abandonarle para siempre y perderle, de nuevo, otra vez
estoy llorando en su sillón vacío, estoy llorando solo en su solo salón abrazado a su cáncer y a sus lágrimas mientras vemos caer en ruina el Muro que levantamos juntos
y
juntos
derribamos.
Escena 54
FE DE VIDA
No sé por qué costumbre todavía
deshoja margaritas la ilusión
o pedimos deseos a los astros
cuando fugaces al surcar la noche
recuerdan nuestro paso por la vida.
Ni sé por qué licencia tan dudosa
-los años que se van nos vuelven justos,
los años que vendrán van siendo ajenos-
resulta más sencillo perdonarnos
sin piedad que querernos con pasión.
Lo intentamos de nuevo, sin embargo:
deshojamos la flor, y cerramos los ojos
-tal vez sí, tal vez no- y soplamos las velas,
y una vez más pedimos que se cumpla
que este breve hábito de estar aún vivos
nos colme de sentir que hemos vivido.
Nos aferramos a ese sueño insomne
de que mañana habrá otro mañana
igual que desde siempre ha sido siempre
como nunca será nunca jamás.
Mas fruncimos el ceño, si lo consideramos:
Tal vez sí. Tal vez no: entre siempre y jamás
vivir es un aún que podría bastarnos.
No sé por qué rutina o qué querencia
celebro ya los años por vosotros:
porque estáis bien y el mundo, en lo que vale,
seguirá siendo hermoso en tanto os tenga.
Qué importa lo demás, si algo importase.
Haber mañana habría, ya se dijo.
¿mas que alegría entonces sin teneros?
Son tan tristes los besos mordidos en los labios.
Tan solos los abrazos de alma adentro.
No… No sé por qué usanza revenida
Me da por recordar antes de tiempo
Que faltan invitados a esta copa.
Que haber llegado aquí es privilegio.
No logro separar los pétalos del cáliz.
No consigo entender el cielo sin estrellas.
Haber sido querido no se paga.
Haber sido feliz jamás se olvida.
Guardad este poema como prenda.
ENTREVISTA REALIZADA POR JAVIER GILABERT
Granada, 1973. Maestro avemariano, es autor de PoeAmario (2017), En los Estantes (2019), Sonetos para el fin del mundo conocido (2021) junto con Diego Medina Poveda, Bajo el signo del Cazador (2021) junto con Fernando Jaén, Todavía el asombro (2023). Copromotor, antólogo, coeditor y periodista cultural.